SOCIEDAD › ASALTO CON TORTURA Y AMENAZAS DE ELECTROCUCION
La odisea de dos hermanas
Hilda y Susana Mazei son hermanas y viven en casas contiguas en el barrio de Villa Crespo. Tienen 67 y 56 años, respectivamente. El viernes por la noche –aunque el hecho se conoció ayer– un grupo de cinco delincuentes irrumpió simultáneamente en ambas casas mientras una miraba televisión y la otra acomodaba lo que había comprado en el supermercado. Los intrusos las golpearon, las quemaron con cigarrillos y amenazaron con electrocutarlas hasta que lograron que les entregaran dinero y alhajas.
“A mi hermana le quemaron la cara y la golpearon en la cabeza”, contó ayer por la tarde aún exaltada Hilda a Página/12. También tiene nítido el recuerdo de lo que Susana les decía a los intrusos, unos jóvenes de entre 18 y 24 años que actuaron con sus caras descubiertas y armados con revólveres: “Por más que me pegues no tengo plata”, trataba de explicar. De todos modos, esa lógica no dio resultado y siguieron con la golpiza a culatazos hasta que Hilda les entregó un botín.
Los hombres entraron a la casa de General Rodríguez 2121, alrededor de las 22 saltando la reja del frente. A Hilda la sorprendieron de espaldas e intentaron ahorcarla. “Yo me defendí con las dos manos y a uno de ellos llegué a morderlo. Por eso me empezó a pegar”, relató Hilda. Ante la resistencia, uno de ellos le quitó la almohadilla eléctrica que tenía en la cintura, le arrancó los cables y la amenazó con electrocutarla: “Vamos a ver cómo saltás ahora cuando te pasemos 220”, le dijeron.
Mientras tanto, parte de los ladrones revolvía los placares en busca de algo valioso de su interés. Y en la otra casa, a Susana le habían tapado la cabeza con una colcha y la golpeaban pidiéndole dinero. Finalmente, después de haberle quemado la cara con cigarrillos y acertado unos cuantos culatazos en la cabeza –que la obligaron a someterse a una tomografía para descartar la posibilidad de que se le hayan formado coágulos– los delincuentes se convencieron de la verdad de sus dichos.
Entonces optaron por insistir con Hilda. Ella aceptó darles lo solicitado, pero antes pidió ver a su hermana: los asaltantes le alcanzaron su bastón y la ayudaron a llegar caminando hasta la casa de Susana. “Se tranquilizaron cuando les di la plata. Me decían que era para sus familias, que tenían hijos. Pero para mí que estaban drogados, porque estaban muy exaltados y nerviosos”, se quejó Hilda. Se llevaron 500 pesos, mil dólares, algunas joyas y relojes, y hasta un revólver de colección. Después de haber pasado cerca de una hora dentro de la casa, las ataron y encerraron. Antes de huir les prometieron volver para matarlas. Ellas creen que son del barrio y dudan hasta de denunciarlos a la policía.