EL PAíS › OPINION

Dos juegos palaciegos

 Por Mario Wainfeld

El comienzo del juicio político a Aníbal Ibarra es una circunstancia inédita en la historia institucional de la Ciudad, cuya gravedad es difícil de exagerar. La oposición logró la esforzada mayoría especial requerida por la Constitución, sin que le sobrara un voto. Fueron los votos exactos, pero fueron una carrada de votos.
El ibarrismo, tras su amague decepcionante de consulta popular (frustrado por una sinergia de dificultad operativa, magra voluntad y carencia de militancia), se empacó en una táctica casi única: que Ibarra zafara por un voto o dos. La jugada, peliaguda desde el vamos, se desbarató en el tenso final.
Si se despoja de hojarasca anecdótica la saga política discurrida entre la tragedia de Cromañón y el día de ayer, puede concluirse que la tendencia general de la votación estaba cantada desde enero. Lo que llegó al cierre fue la sintonía fina en la que el ibarrismo y el kirchnerismo naufragaron juntos. En un Parlamento donde proliferan minibloques, a veces emprendimientos unipersonales, la orientación de la votación se sobreimprimió bastante con el mapa político de la ciudad, aun en las proporciones. PRO y el ARI (los dos partidos que primaron el 23 de octubre) sumados a un puñado de fuerzas de izquierda o a desprendimientos del ibarrismo hicieron mayoría. El kirchnerismo (que sufrió el significativo desgajamiento de José “Chango” Farías Gómez), el ibarrismo y el socialismo no llegaron a representar el tercio de la Sala Acusadora, como tampoco lograron sumar un tercio del padrón electoral.
Ibarra paga un costo sideral por no haber sido capaz de acumular, en dos mandatos, una representación legislativa que le garantizase gobernabilidad. Pero el jefe de Gobierno privilegió por urdir coaliciones transitorias y apostar a la aprobación (o al menos la aquiescencia) de la opinión pública. Su estrategia exitosa durante más de un lustro devino talón de Aquiles cuando un estrago melló su reputación y un colectivo sufriente (capaz de conmover a las gentes del común y de hacer lobby parlamentario) lo enfrentó, incluso en la arena mediática.
- El aliado imperfecto: El gobierno nacional intentó sustentar a Ibarra en un distrito del que el Presidente recela, pero lo hizo de modo desmañado e ineficaz. Alberto Fernández, principal operador de la Rosada en Capital, no le tomó bien en el pulso ni en la campaña ni en los días postreros. El desempeño de Rafael Bielsa como candidato no agregó nada a su nominación, que en los papeles era razonable. Hace alrededor de un mes que las acciones del Gobierno, de tan equivocadas, parecen destinadas a mejorar las chances (y hasta la reputación) de Mauricio Macri. Algunos allegados del Presidente celebraban días atrás que el empresario hubiera primado, dejando muy atrás a Elisa Carrió. Esa visión fue multiplicada en la asombrosa (aun medida desde la óptica del más crudo pragmatismo) cooptación de Eduardo Lorenzo, “Borocotó”. Ibarra es el principal herido por la decisión de ayer, pero el Gobierno estuvo, en eso también, a su lado.
- Lo que viene: Ibarra, por manda constitucional, fue suspendido por cuatro meses. No se trata de una sanción (no podría padecerla quien está acusado mas no condenado) sino de una medida preventiva. Habrá que ver si esta distinción legal es internalizada por la opinión colectiva o, en una visión más simplista, el alejamiento mella la imagen del jefe de Gobierno. Lo que suceda dependerá en buena medida de las acciones de Ibarra, sus aliados y sus adversarios. Tal vez el oficialismo porteño y el nacional deban repensar sus manejos puramente palaciegos de estos tiempos y buscar revalidarse en la calle, en la opinión, en acciones políticas que trasciendan los pasillos de una Legislatura hostil. Voces cercanas a Ibarra aseguran que en la acelerada reunión de gabinete en la que absorbieron una decisión que los sorprendió mucho, empezaron a diseñar un cambio de rumbo en ese sentido.
- Una madeja legal: La Sala Acusadora actual tiene 15 miembros y necesita el voto de 10 para condenar a Ibarra. En la actual composición, cuyo mandato cesa el 10 de diciembre, el acusado cuenta con cinco votos de fierro. Necesita uno más, como mínimo, cifra que baqueanos propios y ajenos creen que podría lograr. Podría, se reitera.
Con la nueva integración del cuerpo debe llegar el sorteo de una nueva sala que es peliagudo, como se detalla en nota aparte. A primera vista, la nueva composición legislativa hace improbable que, en un sorteo que debe respetar las proporciones entre partidos y alianzas, Ibarra supere el tercio de vocales en la Comisión.
Así las cosas, es de libro que Ibarra procurará adelantar el escenario de la votación para que la concrete la actual Sala Juzgadora. Hay una parte de los trámites que depende sólo de él, es la cantidad y dificultad de las pruebas que ofrezca. Pero hay plazos que puede estipular la propia sala en la que el ibarrismo sería, otra vez, minoría. Parece ineludible cierta anuencia del macrismo para urgir tanto el trámite.
Existen argumentos legales que abonarían la celeridad. Uno es la congruencia de todo el cuerpo, no sería deseable que acusara “una legislatura” y fallara “otra”. Además, es muy discutible en un trámite emparentado con el juicio oral y público pueda comenzar con un tribunal y seguir con otro sin incurrir en nulidad.
Si el anhelo ibarrista no prosperara, el sorteo de la nueva Sala sería todo un intríngulis. Deben respetarse las proporciones de un archipiélago de bloques y excluir, por prejuzgamiento, a los que integraron la comisión acusadora. Harían falta un egiptólogo para descifrar la laberíntica política local y un buen software.
- ¿Y Macri? Ibarra no hesitó en volver a denunciar un golpe institucional en su contra y acusar a Mauricio Macri a instarlo desde las sombras. Hay algo que apuntala la sospecha y es que Macri ya intentó desestabilizar a Ibarra, en el verano pasado. Las encuestas de opinión mostraron que una mayoría desaprobaba lo que leía como oportunismo. El líder de PRO, por consejo de sus asesores, se apeó de la ofensiva. Escarmentado, se guardó bien de agitar la tragedia de Cromañón como eje de campaña.
Los ibarristas, aunque coinciden con esa retrospectiva, creen que el macrismo mudó su parecer en los últimos días y entreven esa mutación en la conducta de Santiago de Estrada, uno de los macristas más conciliadores. Visto desde afuera, da la impresión que en su actual diseño táctico a Macri le convenía la elección del jueves, en la que un solo voto separaba a Ibarra del juicio. El perfil constructivo que adoptó en campaña y en sus postrimerías inducen a pensar que no quiso reincidir. Pero lo cierto es que la realidad ha cambiado y que quizá el líder de PRO haya adaptado sus anhelos. Habrá que ver su conducta futura. Hasta ahora, ni él ni Elisa Carrió han hablado de la acusación y sus consecuencias. Habrá que ver si mantienen el sonoro silencio, algo no sencillo dada su conducción de jefes de dos fuerzas con peso en el distrito y determinantes en la Legislatura (el ARI recién lo será desde diciembre). Macri quizá sienta la tentación de seguir avanzando sobre el terreno local pero la experiencia debería sugerirle que una inmensa lupa se posará sobre él desde ahora.
- Efecto burbuja: La sesión de ayer no fue un dechado en procedimiento ni en oratoria, pero al menos fue prolija. Su veredicto fue celebrado con un estallido emocional por los familiares que esperaban en veredas y bares aledaños. Sólo los acompañó un puñado de militantes de izquierda, de partidos deslegitimados en las urnas.
Ibarra, a su vez, fue acompañado y aplaudido casi exclusivamente por sus funcionarios.
La sociedad civil no estuvo en un acto de tremenda importancia. Tampoco fue convocada para construir algo decente a partir de la tragedia de Cromañón. No se formaron comisiones de jóvenes, de gentes del mundo del rock, de funcionarios, de ONG para promover acciones culturales o preventivas mirando al futuro. Una catástrofe de esa magnitud exigía un cambio cultural equivalente.
Oficialismo y oposición armaron sus juegos palaciegos, en el que algunos ganaron y otros perdieron. La sociedad y en especial los jóvenes fueron dejados de lado. Articular con ellos, motivarlos, generar ámbitos y movidas novedosas, era un camino político imprescindible que nadie transitó.
No es extraño que la sociedad civil, mayormente, estuviera extrañada de un momento central. No es extraño, pero es penoso.

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