Viernes, 6 de enero de 2006 | Hoy
También en Mar del Plata, chicos y grandes respetaron la tradición de los regalos de Reyes. Y en el Bosque Peralta Ramos se celebró la fiesta que se hace allí desde hace trece años.
Científicos y pensadores, todos ellos agnósticos o ateos, han negado por siglos la existencia de la Estrella de Belén y han asegurado que Melchor, Gaspar y Baltasar, si existieron, ni siquiera eran magos y mucho menos reyes. Y si vieron algo en el cielo que los llevó hasta la cuna de Jesús niño, eso era Venus. Sin embargo, en ciudades como Juana Díaz, en Puerto Rico, la fiesta de Reyes se celebra con rigor religioso desde fines del siglo XVIII y en las Canarias funciona el Colectivo Amigos de los Reyes Magos, integrado por los notables de Tenerife. En Mar del Plata, sin tanta pompa ni tanta ceremonia, anoche se realizó la fiesta de los Reyes Magos, que desde hace 13 años tiene por escenario la plaza Bosque Peralta Ramos, en Don Arturo y Las Tres Marías. En toda la ciudad, sin importar en absoluto lo que dicen los libros en uno u otro sentido, los chicos y sus padres, tíos y abuelos respetaron las pautas culturales, por el simple placer de hacer un regalo y regalarse las expresiones de alegría de los más pequeños.
Sergio Liapchuk está feliz porque su apellido ucraniano, legado de su abuelo, seguirá vigente en su hijo Augusto, de 2 años, quien juega sin preocupaciones en la playa Bristol con su hermana Julieta, que lo dobla en años y que le ha pedido a los reyes un estuche con cosméticos porque ella sabe predecir su futuro: “Voy a ser modelo”, afirma mientras posa, con notoria autoridad, frente a las cámaras. Sergio y su esposa Karina dicen que los chicos “no han pedido muchas cosas (Augusto apenas balbucea), pero eso es porque recibieron un montón de regalos en Navidad”. Ni siquiera han tenido el tiempo suficiente como para romperlos.
Como si el influjo de la fecha quisiera escarmentar a los blasfemos, por la arena, a paso lento y sin camello, aparece de pronto un auténtico negro que bien podría ser Baltasar, aunque también se han planteado discusiones sobre si era blanco o mulato. Un poco confundido por la comparación, el imponente morocho aclara que su apellido, como no podía ser de otra manera, es Black, que nació en Senegal y que nunca tuvo trato con el rey Herodes. Lleva una caja llena de regalos –sortijas y cadenas de plata y supuesto oro–, igual que los Reyes Magos, pero él los cobra. Vive de eso. Para completar el crisol de razas de la Bristol, un padre llamado Luis Park, amarillo por haber nacido en Corea, jura que nada sabe de la tradición, aunque reporta que vive en la Argentina desde hace 20 años. No habrá regalos, por eso, para sus hijos Marisol, de 4, y Martín, de 2. “No comprende”, repite Park, que no parece dispuesto a largar un peso. En cambio, Fernando y Lorena, un matrimonio made in Santos Lugares, tienen en vistas un pelotón de muñecas para sus hijas Mónica, de 2, y Rocío, de 1, aunque ellas ni siquiera están en condiciones, por la edad, de escribirles una carta a los Reyes.
En la juguetería Fredith, en la calle Entre Ríos, Juan Ignacio, de 6 años, que sabe “desde hace mucho” que los reyes son los padres, está eligiendo su transformer “número 18.000”, exagera su papá, Osvaldo, vecino de Glew. En la misma sintonía que Juan Ignacio está Nicolás, de 1 año y ocho meses, loco por los Power Rangers y por Spiderman. Los padres de Nico, Javier y Florencia Messmer, son de San Miguel de Tucumán y veranean por primera vez en Mar del Plata. El niño no habla mucho, todavía, pero el “humm” que sale de su boca y el dedo índice siempre listo saben señalar muy bien al juguete de su preferencia.
Alfredo, dueño de la juguetería, confirma que este año “las ventas superaron en 25 y 30 por ciento” a las del año pasado. “Y para Reyes, estamos vendiendo desde el día siguiente a la Navidad.” Los mismos datos fueron aportados a este diario por los encargados de ventas de Toy Planet o de la juguetería que está en el segundo piso del shopping Los Gallegos. Eso, aunque todos admiten que los precios aumentaron “un diez o un quince por ciento, pero no un 50 por ciento como se decía”. El mayor costo es el de los importados –el 70 por ciento del stock–, muchos de los cuales escasean “porque hay una importante cantidad retenida en la Aduana”.
En la calle Belgrano, mientras toman un helado acompañadas por su madre, Gabriela Queiroz, Valentina, de 5 años, y Fiona, de 3, sueñan con las Barbies que los reyes les dejaran en sus zapatitos. Más allá, sentado en el cordón de la vereda, saboreando un helado regalado y tirándoles cáscaras de maníes a todos los que pasan, un chico de la calle que ni el nombre pronuncia se encoge de hombros cuando alguien le pregunta si espera a los Reyes Magos.
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