SOCIEDAD › LOS RASTROS QUE DEJA UN SECUESTRO EN LA VICTIMA Y EN LA SOCIEDAD
Después del miedo
En los últimos días la psicosis se expandió como nunca, debido a una seguidilla de secuestros express. Página/12 habló con una de las víctimas de esos hechos, el director técnico Daniel Córdoba, que cuenta lo que pasa después: la sospecha de todo, la bronca, el retraimiento. Un sociólogo analiza las causas y efectos de este nuevo fenómeno.
Por Alejandra Dandan
Ahora junta dos dedos. Los aprieta como un gatillo y los suelta como disparando sobre los fantasmas que aún ve aparecer en cada esquina. Daniel Córdoba pasó dos horas prisionero en su BMW. Está asustado. Y ese terror no es sólo una reacción espontánea. Es uno de los efectos de lo que los sociólogos entienden como nuevo fenómeno social: el secuestro express. Un terror que implica encierro y un retiro progresivo de las calles, de los barrios. Página/12 toma el caso del “Profesor” Córdoba, el director técnico del equipo de Lanús, como caso testigo. No sólo para reconstruir paso a paso el secuestro sino para dar cuenta de un proceso más amplio donde el otro, cualquier otro, se va volviendo peligroso y sospechoso. “Porque tal vez –dice Córdoba– fueron los mismos que me gritan en la cancha ‘es el equipo del profesor’: ¿sabés qué? salvo mis hijos, todos son sospechosos ¿entendés?.”
La mirada frente a su propia captura cambió hace una semana. El Profe conoció la historia del chico de 23 años que terminó baleado después del rescate: “Me asusté. Hasta ahora la onda era que te secuestraban, te pedían guita y después te soltaban. Yo te digo no ando con revólver, porque ya perdí un hijo, pero si no tuviera hijos, o estaría seguro de que en mi auto voy solo, me llevo un revólver. Y al primero que me golpee el vidrio, así me parta o me estalle la cabeza de un disparo, y así no sepa cómo manejar un arma, te puedo asegurar que lo lleno de tiros”.
El 15 de junio era sábado. Los dirigentes del club Lanús se preparaban para festejar los diez años del equipo en la Primera División. Esa noche agasajarían también a Daniel Córdoba, el director técnico del equipo. Pero las cosas salieron mal. Esa misma tarde, el presidente del club recibiría dos mensajes del Profesor. En el primero le decía que en diez minutos estaría en el club, en el siguiente pedía tres mil pesos.
Noticias de un secuestro
–Venía desde City Bell. Tenía que arreglar unos temas del contrato, paré en un café de la autopista y después retomé el camino. Se me cruzó un auto en la bajada de Auchan cuando agarré la salida por Madariaga. Del auto no bajó nadie pero por los costados se me aparecieron dos.
Las trabas de la camioneta estaban abiertas. Los dos desconocidos entraron y lo apretaron con distintas armas. El Profesor le pegó a uno, y después siguió con el otro. Los dos quedaron nockeados. Pero había un tercero que apareció por atrás: “Me pegó en la nunca, no sé con qué y me pasaron para atrás. Evidentemente estaba todo preparado. No digo contra mí, sino contra cualquiera que pasara con un auto importante”.
Los desconocidos no sabían su nombre. No reconocieron ni su cara, ni la relación con el club Lanús, ni sus programas de televisión. El Profesor era sólo un estereotipo: el dueño de uno de los autos más buscados en los secuestros. “Se dieron cuenta cuando les dije que iba a llamar al presidente del club. Me preguntaron:
”–¿Y vos qué tenés que ver con la gente del club?
”–Soy el técnico, hermano. ¿Dónde vivís? ¿En un frasco? ¿No me conocés?
–Ja, vos sos el de la televisión.
”Y nada. Vieron el auto, un BM deportivo, un tipo solo y fueron de cabeza.”
Los desconocidos eran cuatro. Dos iban adelante, y los otros lo flanqueaban atrás. Tenía uno a la derecha y otro a la izquierda: “Ese era el que manejaba todo. Yo estaba con la cabeza entre las piernas. Me pegaban con la punta del revólver en las costillas de los dos lados, era fuerte, el revólver te lastima, duele mucho. Y adelante el que manejaba parecía el más drogado y el más agresivo. El que no manejaba se daba vuelta y me ponía el revólver en la cabeza. Más el coche que iba a losgolpes: me acuerdo que mi cabeza golpeaba en la parte baja de los dos respaldares de los asientos”. En ese momento mencionan el rescate.
Desde hace años, Córdoba vive en un barrio cerrado de City Bell. En la pileta de ese lugar se ahogó uno de sus tres hijos. No se mudó. Sus hijos continúan haciendo actividades fuera del barrio pero nunca salen solos. Un auto los lleva a la escuela y los devuelve después. Viajan en remís a un campo de deporte, o cuando necesitan ir a algún lugar. El Profesor sabe que no hay nada del país real en esos límites: “¿Pero qué me queda? ¿Voy a dejar a mi hija diez días en una villa para que se dé cuenta de que la burbuja se acaba en el paredón?”.
En el barrio encajado en ese paredón no supieron nada del secuestro hasta que terminó. No quiso ponerlos en riesgo, temía coquetearle nuevamente a la muerte. Pidió tiempo a sus captores para pensar una alternativa y mencionó el nombre de Nicolás Russo, el presidente del club. Cuando se preparó para llamarlo no se acordaba el teléfono.
–Me puse a buscarlo yo mismo. No uso agenda electrónica, ni agenda. Uso papeles, tengo todo, pero sólo los encuentro yo. Pero ¿cómo se los decía a cuatro tipos sobredrogados y recontraexitados? Y el celular que se estaba cargando no era el que se podía usar. Tenía que decirles que había que sacarle la batería a otro y ponerla, y encima que me dieran las hojas con el teléfono.
Unos minutos después lo atendió Nicolás Russo: “Claro, se avivó rápido. Cinco minutos antes de que me pararan lo había llamado para avisarle que estaba llegando. Y veinte minutos después le digo Nicola: me metí en un lío bárbaro, no le avises a nadie, necesito 3000 pesos después te llamo”. Y colgó.
¿Zona liberada?
Después se volvió confiable: “Parecía un diálogo de compinches de travesuras, y me creían porque lo que les marcaba se iba dando”.
No intentaron esconder la camioneta, tampoco buscaron un lugar menos visible como refugio. Entre los flashes de imágenes y por algunos movimientos, el Profesor se daba cuenta de que no había dirección, ni ruta, solo vueltas en un barrio con carta franca para circular: “Era evidente que había una zona liberada donde ellos se podían mover. Porque un auto una vez que te levanta te quiere llevar a otro lado pero estos hacían dos cuadras y una curva, dos cuadras y una curva: vendían humo como si se quisieran mostrar”.
El BM era un trofeo. En el auto, uno de los cuatro se descompuso y mientras negociaban el rescate decidieron reemplazarlo. Lo llevaron a la casa, bajaron y fueron a buscar a otro. Desde algún lugar, avisaron a los gritos que ese otro estaba dormido. En ese momento cambiaron de plan. El descompuesto se repuso y volvió al auto: “Bueno, pensé, manejen la historia ustedes, al fin y al cabo ¡tenían un secuestrado! Pero se manejaba con una tranquilidad ¿viste cuando está todo legal?”.
Unos minutos después remontaron el camino. El auto buscó la zona del puente de Gerli donde esperaba Russo. Tomaron la plata y aceleraron. El secuestro terminó diez cuadras después. Pero, ¿terminó?
–La ficha me cayó después: ahí casi me muero. Estaba en mi casa, veía fantasmas por todos lados. Pensaba que en cualquier momento me rompían la puerta.
–¿Cambió de ruta o siguió algunas de las recomendaciones de moda?
–El otro día paré en el mismo lugar y vi dos pibitos que no tenían nada que ver por ahí, pero ¿sabes qué hice? Este gesto (un disparo con los dedos). Capaz que no tienen nada que ver, pero se conocen. Yo espero y si puedo se la devuelvo.
Cambió el celular pero no cambió de auto, ni de ruta, ni de medios de locomoción. No usa custodia. “Lo más lindo es que acá el que parece chorro soy yo: no sé si me entendés, ¿cómo es esto? ¿Tengo que esconderme yo? Te digo, yo los veo y los paso por arriba. Así. Como los paso por arriba sigo de largo y si me equivoqué y... perdoname Dios.”
En el club Lanús algunas cosas cambiaron. No hay seguridad pero los jugadores, todos, están ahora tomando clases de prevención sobre secuestros. El Profesor no participa pero fue él quien las organizó.
–¿Se siente anestesiado?
–Lo peor es que es normal: y va a llegar un momento en que vamos a decir secuestraron a uno más, y nos vamos a acostumbrar.