SOCIEDAD › EL ANALISIS DEL SOCIOLOGO JUAN PEGORARO
“Temo que esto avance hacia una colombización”
Profesor de Delito y Sociedad en la UBA, Pegoraro habla de los secuestros express como un fenómeno producto de la degradación social y pronostica un futuro semejante al de México o Colombia.
Por Alejandra Dandan
El infierno de Dante. En estos términos analiza Juan Pegoraro los efectos y las causas del nuevo escenario donde emergen los secuestros express. Pegoraro dirige la cátedra de Delito y Sociedad en la UBA. Desde el Instituto Gino Germani coordina un programa de investigación en Control Social. Estos antecedentes le permiten proyectar para el país un futuro “terrorífico, invivible”. Un escenario próximo al mexicano, donde la industria del secuestro alcanza ocho mil casos al año, cifras que lo colocan en segundo lugar después de Colombia. Los secuestros express aquí no serían sólo una moda o una estrategia de supervivencia: para Pegoraro es la respuesta de los excluidos a las tasas de desocupación sin antecedentes. Una respuesta singular: “Los secuestros no son sólo hechos delictivos –dice–, son un fenómeno social que tienen una causa muy evidente: la degradación social”. Y ahí se instala el miedo, un miedo que se expande en la trama social bajo las leyes del terror: “Y esto es explosivo: se avanza hacia eso. Y cuando estás paralizado es factible que otros actúen por uno”.
–Los argentinos nos sorprendemos con este crecimiento de la violencia delictiva. Yo creo que no hay que sorprenderse. La degradación social que se gestó en el país, sobre todo en los últimos diez años durante el menemismo, donde se instaló el mercado como valor supremo, solapó la creciente exclusión de sectores que, bueno, ahora quieren vivir.
–Esta semana se anunció la creación de cuerpos especiales antisecuestros y la creación de nuevas cárceles: ¿esto soluciona algo?
–Un buen diagnóstico prueba que el sistema penal está indemne frente a esto: no puede solucionar nada. ¿Qué van a hacer? ¿A cuántos van a encerrar. a 100, a 200, a mil o a 300 mil? Este proceso de exclusión se da en toda América latina, y también en los países más ricos como Estados Unidos. En los tres primeros años del menemismo no se veía porque entraron capitales, cuando se fueron no quedó nada: queda la cáscara. Bajo ese modelo algo se derramó: en ese derrame ese modelo recortó las garantías individuales. Ahora estamos viviendo fenómenos sociales que tienen una causa muy evidente: la degradación social. Es el infierno de Dante.
–¿El fenómeno del secuestro express puede leerse desde ese marco?
–La gente que está desocupada puede pensar más fácilmente en el delito que cuando está ocupada. Así es con los delitos más comunes. El secuestro express es una nueva estrategia que sale a flote para ver cómo encaro el día. Y esto es así: y tantos millones de desocupados ¿qué van a hacer?, ¿cómo pueden cumplir la ley o respetar la normativa si están sumergidos y sin proyectos? Y ahí está en gran parte la explicación de lo que está ocurriendo. Un fenómeno que está ocurriendo también en México.
–¿El disparador de los secuestros en México fue similar al de aquí?
–También fue la exclusión social.
–¿Se puede pensar a corto plazo la reproducción local de un escenario como el mexicano?
–Sí, sí. Yo creo que sí. Lo que estamos viviendo ahora hace tres años parecía lejano. En diciembre estuve en México y no se me ocurría pensar que se iba a generalizar así. Además aquí hay una diferencia sustancial en relación con otro período: las bandas organizadas son un hecho policial pero estos secuestros son un hecho social. Esto es una diferencia importante.
–¿Qué implica esa diferencia?
–Los secuestros aparecen como una modalidad delictiva. Pero los de hoy no son profesionales del delito. Las bandas estudian, tienen tareas distintas, terminan siendo entre comillas algo así como profesionales. El express no, y entonces es imposible prevenirlo, es imposible tener una política para terminarlo. Podemos terminar o por lo menos limitar a las bandas organizadas. Los secuestros extorsivos son distintos: tenés dos otres pibes inexpertos, son “barderos”, nos ponen a nosotros en una situación mucho más arriesgada. Los profesionales tratan de no tirar, estos tiran como el caso de Canillas.
–En el caso del secuestro, se repiten determinados blancos: los autos caros. ¿Puede leerse todo esto como una cuestión de clase?
–Tengo distancia con los que están planteando una visión romántica en el sentido de explicarlo como una cuestión política de clase. Acá hay otra cuestión: la victimización entre ellos. Creo que el efecto de esto, y es lo que más me preocupa, es la degradación en las villas, al interior. Y esto es lo más preocupante. Si se piensa en los ‘70, en la mayoría de los casos, uno podía suponer que en los secuestros extorsivos había objetivos políticos o tenían hasta un sentido político, aunque había de todo. Y mirarlo así opaca lo que está pasando en el país. La gente no va a la city a cargarse a los que venden ahí. No. Cualquiera da igual y eso es lo que es tremendo: porque no se visualiza un enemigo. Por eso digo que no estoy de acuerdo con aquel romanticismo político, son desesperados sociales. Son marcos prepolíticos, casi pre-racionales diría yo, preconscientes.
–¿Matar tiene que ver con el proceso de degradación?
–Una cosa es que los profesionales del delito estén armados y otra cosa es que todos se armen. Y esto es lo que está ocurriendo. En las villas cualquiera tiene armas y esto es parte del fenómeno social. Antes se la compraba quien estaba dispuesto a usarla, ahora la compran para ver qué hacen con ella, para salvarse.
–¿Cuáles son los efectos de la expansión del miedo?
–Ahí sí viene la cosa explosiva. El manejo del miedo siempre fue un elemento sustantivo para el tema del control social. Esto provoca una mayor generalización del miedo y la angustia. Y digo el miedo en las distinciones que hace Freud entre el terror y el miedo. Que el miedo lleva a una sensación de inseguridad pero el terror te paraliza. Y se avanza hacia esto, a que se quede paralizado. Y cuando estás paralizado es factible que otros actúen por uno. Y entonces, pienso yo, que aunque estamos lejos de que esto se resuelva por vía militar, tengo temor de que se avance hacia una colombización, sin el problema de la droga. En dos o tres años más tenemos un panorama terrorífico, invivible.
–¿Quién sale beneficiado?
–La verdad no sé. Alguien puede sacar partido por un discurso, el de la mano dura. De todos modos entre la gente, por las encuestas, no aparece el tema de la mano dura tan fuerte. Cuando sos víctima exigís mano dura.
–¿Cómo ve la intervención de los medios en este proceso?
–Muestran la realidad pero no la someten a un proceso de análisis racional. Tienen mucho influencia en la conciencia social y deberían trasmitir la verdadera causa y no sólo mostrar la forma sensiblera. El hecho del chico muerto es tan vil que conmueve, pero por qué no considerar la vileza que significa vivir en una villa miseria. Estos crímenes cumplen una función social y acá me meto con la política de los medios. Cumplen con la función de impactar y provocar juicios en los que uno termina diciendo éstos son unos crueles, miserables, que merecen la pena de muerte. Mientras tanto, los que produjeron esto produjeron un monstruo, un Frankenstein. Este fenómeno social es un Frankenstein y no sé cómo lo van a manejar.