SOCIEDAD

LAS DOS MIRADAS SOBRE EL JUICIO

Nora “Pichi” Burgues de Taylor era amiga de María Marta. Su testimonio se centró en la duda sobre si la familia encubrió el crimen. Ella fue rotunda: dijo que no y dio sus argumentos. Y contó el temor que le tenía la víctima al vecino Pachelo. Aquí, la declaración y sus dos interpretaciones.

 Por Horacio Cecchi & Raúl Kollmann

TAYLOR DIJO QUE MM TEMIA AL VECINO

El peligro Pachelo

Además de su voz legítimamente emocionada, quebrada y al borde del llanto, de la declaración de Nora “Pichi” Burgues de Taylor ayer pudieron rescatarse varios datos surgidos de sus contundentes afirmaciones. El primero es que recibió una versión sorprendente del sorprendente accidente del Carmel: que María Marta se desmayó y cayó para arriba. El segundo es que no conocía a Susan Murray, aunque uno de los hijos de Pichi había sido compañerito de school con uno de los hijos de la no-amiga a la temprana edad de 8 años. Que pese al shock emocional absolutamente comprensible que sufría, como todos los allí presentes (en el Carmel, no en la audiencia), tuvo ese reflejo típico de madre, de mujer, de publicidad de jabones, cuando ese día aciago encontró un par de toallas húmedas que “me parece que había usado la masajista para limpiar el baño, pero sin sangre” y las colocó en el lavarropas. Y que habiendo sido intimidada por Pachelo, el vecino de la “mirada penetrante”, y habiendo estado realmente aterrada por él, se lo hizo saber al fiscal, pero cuando éste le envió custodia policial ella preguntó al policía, extrañada: “¿Para qué vienen?, si no le tengo miedo”. En la jungla de asfalto, la extraña naturaleza del miedo es irracional e ilógica.

Nora Taylor ayer demostró no ser ninguna pichi. Mujer de carácter, de rasgos que seguramente la habilitaron a ser modelo, muy paqueta, fina y decidida. Quizá con algunas lagunitas, como cualquiera. La más notoria fue cuando reveló que no conocía personalmente a Susan Murray. Aunque Murray, muy acongojada por el olvido, aseguró a Página/12 que uno de los hijos de Pichi cuando chico iba al St. Catherine’s Moorlands School con uno de sus hijos y que cuando éste tenía unos 8 años, el de Pichi parece que en un juego de niños “le clavó sin querer un palo en el ojo al mío –dijo Murray– y ella vino desesperada a pedirme disculpas y yo le decía que bueno, había sido un accidente”.

La otra chascomús, quizá más íntima, demuestra que su hermana Laura era reservada con algunos temas ya que Pichi dijo desconocer lo que era el Cartel de Juárez (se enteró por los medios), aunque su hermana estuvo investigada por la Justicia, sospechada (luego sobreseída) de vínculos con los narcos mexicanos y el lavado de dinero.

También dio una sorprendente y novedosa versión de la ley de gravedad, cuando, al recordar aquel aciago día, le preguntó a Carrascosa: “¿Pero cómo fue?”, y él le contó que suponía que MM se había golpeado la cabeza con la viga o la ventana, se había ido a lavar la herida bajo la canilla y se desvaneció, y como la bañera estaba llena de agua, se debe haber ahogado. Deducción: o bien sufrió un desvanecimiento ascendente, que existe en muy pocos casos registrados en la medicina, y golpeó de tal manera contra la canilla que perdió masa encefálica y por lógica se ahogó (poco probable). O la canilla estaba bajo el agua y tiraba el chorro hacia arriba (un poquito más probable). Será difícil esa reconstrucción.

Tuvo tiempo de acusar a Pachelo. Para eso fue citada. Aseguró que tanto miedo le daba ese vecino a quien no conocía, que el día posterior a la muerte de MM cerró las ventanas de su casa, influida por las sospechas de John sobre las zapatillas. John se preguntaba y hay testigos de que atosigó a todo el mundo esa noche preguntando por qué MM tenía las zapatillas empapadas y los pantalones secos. Y Pichi, recordando los miedos sobre el robo del perro Tom, y todo lo demás, imaginó la escena: “Las zapatillas están mojadas porque atravesó la bañadera llena de agua para escapar por la ventana”. Nadie le recomendó pensar que el jogging estaba seco, pero quizá (no lo dijo) puede haber imaginado que en un gesto muy femenino MM levantara las mangas del jogging para no mojarlo porque después debía salir, o algo por el estilo. “Esto no fue un accidente”, dijo que sospechó convencida, pero después vio al fiscal y un forense y se quedó tranquila. Igual, cerró las ventanas por si acaso.

El miedo es el miedo: pese a lo que le pasó a MM, tuvo la entereza de acusar a Pachelo. En realidad, de sugerir sospechas aterradoras. Sufrió tres “amenazas, perdón, intimidaciones”, corrigió al abogado Cafetzoglus, porque no llegaron a ser tal cosa. Una, cuando Pachelo llamó a su casa y atendió la mucama y Pachelo le dijo, según ella: “Decile a tu patrona que cuando esté presa le voy a llevar cigarrillos”. “¿Cuándo fue?”, le preguntó María Etcheverry, presidenta del tribunal, y ella contestó, “cuando yo estaba en Lagartos y tenía pedido de captura”. Imagínese.

La segunda amenaza, perdón, intimidación, fue cuando su hijo Santiago (quien también declaró ayer) estaba en el boliche Pizza Banana y fue advertido por sus amigos de que Pachelo lo miraba y decidió irse porque “tiene una mirada muy penetrante”. (La mujer de Pachelo también. Dios los cría.) La última fue cuando Pachelo pasó delante de ella (cuando salía ella de declarar en Fiscalía) y el vecino le apuntó, disparó y después hizo la mímica de soplar el humo. “¿Con qué?”, preguntó la jueza impresionada por el relato. “Con la mano”, aclaró Nora.

Después de Pichi vino pichito, Santiago Taylor, uno de sus hijos. Lo que pareció más rescatable es que cuando le preguntaron si había subido al cuarto donde se velaba a MM dijo que sólo una vez, y le preguntaron cómo estaba MM y confirmó que “acostada”, lo que disipó muchas dudas.


PREGUNTAS SELECTIVAS DEL FISCAL

La coima y el perro

El testimonio de Nora “Pichi” Burgues de Taylor, amiga de María Marta, puso sobre el tapete los dos temas que están en el núcleo del juicio: si la familia tapó o no tapó el crimen y el miedo o terror que le tenía MM al vecino sospechado, Nicolás Pachelo. En la audiencia de ayer se volvió a mencionar que, según Inés Ongay, otra amiga de MM, Pichi le dijo que se había pagado para no hacer la autopsia. El tribunal, a pedido de la defensa, ordenó un careo entre ambas amigas, algo que ya se realizó en la instrucción y que terminó con el sobreseimiento de Taylor dictado por la Cámara de Apelaciones. El jueves próximo el careo se vuelve a hacer. Pero los criminalistas consultados por este diario coinciden en que el canje de coima por no-autopsia sólo podía tener un protagonista, el propio fiscal Diego Molina Pico, la única persona que aquel día, estando presente en el velatorio, al lado del cuerpo, tenía el poder de decidir sobre la autopsia. Y Molina Pico decidió que no se hiciera. Es evidente que al fiscal no lo coimearon. Tampoco hay ninguna evidencia de coimas a los médicos, uno de los cuales –Santiago Biassi– declaró en forma furiosa contra la familia. Respecto de Pachelo, Pichi reiteró que MM le tenía miedo, esencialmente porque fue protagonista de varios robos, pero además secuestró el perro de MM, Tom, y le pidió un rescate de 5000 pesos. En una reunión por el peligro-Pachelo en el country, se reveló entonces que una doméstica vio a Tom en casa de Pachelo y un criador de perro confirmó que el labrador estuvo en poder de Pachelo durante el secuestro.

Pichi Taylor relató ayer que la noche del crimen tuvo dudas sobre la muerte de MM. Estando en el baño vio que la víctima tenía las zapatillas puestas y mojadas, por lo que se le cruzó por la cabeza que MM intentó escapar de alguien por la ventana que está del otro lado de la bañadera. Quien primero reveló sus dudas fue el hermano de MM, John Hurtig, y eso le hizo pensar a ella en la hipótesis de la fuga. De inmediato asoció la escena con un robo y ayer dio a entender que se imaginó a MM huyendo de Pachelo.

La insistencia de John Hurtig fue acompañada por Pichi y al final –según contó ayer-– le dijeron que concurrirían a la casa un fiscal y un forense. Cerca del mediodía vio entrar a dos personas de traje. Uno era Molina Pico y ella pensó que el otro era un forense, pero en verdad se trataba del jefe de Investigaciones de la Bonaerense de San Isidro, comisario Aníbal Degastaldi. O sea que, convocados por la familia, estuvieron la Justicia y la policía, algo que –dicen los criminalistas– no haría quien quiere tapar un crimen. Un rato después, Molina Pico y Degastaldi se fueron sin tomar ninguna medida. “No puedo seguir pensando idioteces. Si había algo raro lo lógico era que se suspendiera el velorio, nos sacaran a todos y se llevaran a MM”, reflexionó Taylor en ese momento y lo contó ayer.

La testigo, sobreseída en voto unánime por la Cámara de Apelaciones de la acusación de haber encubierto el crimen, reiteró que ningún médico habló de balazos, de llamar a la policía y de cualquier teoría que no fuera la del accidente. También dijo que nunca vio peleas entre MM y Carrascosa ni escenas de maltrato, que eran un matrimonio envidiado por la forma en la que se llevaban y que tampoco vio jamás un arma en manos de ninguno de los familiares cercanos a MM.

Después del entierro, Ongay estuvo en casa de Pichi Taylor. Y allí se produjo la conversación de la discordia. Ongay sostiene que Pichi le contó lo de la coima –“Pagamos para que se haga lo que el Gordo (por Carrascosa) quería”–, habría sido la frase. Pichi dice que eso es absolutamente falso y que nunca pronunció esas palabras. Es más, Taylor contó ayer que fue ella quien le presentó a Ongay al fiscal cuando éste le pidió que le llevara amigas de MM para que le cuenten cómo era y que le pudieran dar detalles de su vida. “A la testigo estrella del fiscal se la presenté yo”, enfatizó Taylor.

De todas maneras, el pago de una coima para que se haga o no se haga algo requiere que el destinatario del pago tenga la facultad de hacer o no hacer lo que se pretende. El lunes 28 de octubre de 2002, el único presente en el velatorio con capacidad para ordenar que se hiciera la autopsia o permitir que no se hiciera era Molina Pico. La otra hipótesis es que se les pagó a los dos médicos que llegaron primero a la casa y el dinero hubiera tenido el objetivo de silenciarlos, que no dijeran que se veían balazos. Ni siquiera el médico más adverso a la familia mencionó que hubieran intentado coimearlo y, además, hubo dos choferes presentes en todo momento y también estaba la masajista Beatriz Michelini.

El peligro Pachelo, los robos y el secuestro del perro de MM fueron también claves de la audiencia de ayer. “El doctor Zuelgaray fue intimidado por Pachelo, a mí me hizo el gesto de apuntarme con los dedos en forma de arma y soplando el supuesto caño después y MM le tenía miedo porque ella sabía lo que le hizo con el perro”, contó Taylor. El 23 de julio de 2001 desapareció el labrador de la socióloga. MM pegó carteles para buscar a su perro y en los cuatro días siguientes recibió llamadas extorsivas que le pedían 5000 pesos para devolverle a Tom. Era alguien del country porque ella puso su número de celular y, sin embargo, la llamaron a la casa. Carrascosa se opuso al pago: “Empezamos pagando por Tom y vamos a terminar pagando por nosotros”, razonó. Pocos días después, la empleada de la familia Pfister reveló que el perro de MM estuvo encerrado en el baño de los Pachelo durante varios días. Para darle más contundencia a la prueba, un criador de la zona de Pilar, Florindo Cometo, declaró en la causa que Pachelo le ofreció un perro de un supuesto hermano que se iba de viaje. El vecino sospechado argumenta que se trataba de un Rottweiler, pero Cometo fue categórico: era un labrador con una característica muy precisa, le habían cortado una pequeña parte de su pata derecha con una cortadora de pasto. Eso es lo que le había hecho accidentalmente un jardinero a Tom. Pachelo se lo llevó y Tom no apareció nunca más.

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