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“Tuvimos que inventar algunas estrategias para poder ayudar a la gente de nuestra comunidad. Una fue seleccionar de las donaciones la ropa más fashion para que no se sintieran tan extraños usándola.” Es gracioso, María Pía también es una autoevacuada y, sin embargo, habla en tercera persona. Ella es psicóloga y alumna de psicomotricidad del Instituto Umbral, una comunidad educativa que empezó colaborando con sus propios afectados y terminó recibiendo donaciones directas de vecinos de San Telmo que no confían en el Estado y que acercaron la materia necesaria para ayudar a quienes no están acostumbrados a carecer de lo básico.
Tuvieron que pasar más de 14 días desde la inundación para que algunas familias juntaran el coraje necesario para pedir. Lavandina, guantes, objetos impersonales y directamente relacionados con la crisis al principio. Mucho después, cuando alguna corriente de confianza circula, los autoevacuados de clase media se animan a confesar lo bien que les vendría algo de ropa. “El pudor duele casi tanto como la carencia –dice Jaqueline Piccirilo, directora del instituto–, es conmovedor ver los prejuicios culturales que la gente tiene que atravesar.” Las cosas empezaron sin que ninguna de las docentes se diera cuenta. De pronto se encontraron en la escuela para compartir el estupor, después una compañera se fue a dormir a la casa de otra, más tarde tomaron conciencia de que en ese instituto privado por el que circulan a diario 60 personas, al menos 20 habían perdido todo. Entonces se comunicaron con pares de Buenos Aires que empezaron una red solidaria que se transformó en dos tandas de seis camiones completos de donaciones de buena calidad. “Nosotras atendemos a nuestros asistidos y después derivamos el resto a los gremios docentes. Esto es lo que podemos, tender puentes entre pares.”