Domingo, 3 de febrero de 2013 | Hoy
Horacio González: Si pudiera decir qué debemos reconstruir hoy, sería un pensamiento libertario, pero no porque entre varias ideologías, peronismo, radicalismo, socialismo, libertario, elegí esto último, sino porque me parece que lo libertario es la trama interna de cualquier pensamiento. El contrapeso necesario al hecho de que también es inevitable que se genere una autoridad, todo pensamiento político ronda sobre el tema de la libertad, de la libertad y de la autoridad, como dicen las grandes revoluciones que propagan esas palabras u otras. El tema de la autoridad tiene que ser una forma novedosa de la libertad, porque exactamente hay formas de autoridad que sólo pueden beneficiar regresivamente a los mismos componentes desde los cuales se inicia un proceso revolucionario. En este momento, en la Argentina, lejos de lo que opina una parte muy importante de la clase media y de la oposición parlamentaria y de izquierda, hay un reinado pleno de las libertades. Son “raros tiempos de felicidad”, según la frase de Tácito. ¿Por qué se piensa lo contrario? Porque, quizá, las libertades se asocian al imperio de ciertos estilos y de ciertos monolingüismos. No obstante, el kirchnerismo es la creación de un campo nuevo de libertades, que a veces no se perciben así, acusado incluso de conculcarlas, porque produce un pulular de hechos contradictorios, que entrechocan entre sí, y sus políticas antimonopolistas, y la expresión “la jefa”, con las dificultades con que a diario tropiezan, significan en verdad una apelación a reconocer obstáculos e interpretar menos literalmente y más metafóricamente todo lo que ocurre. Los discursos de la Presidenta son hebras lanzadas en múltiples direcciones, con estilos comunicacionales montados en la dicción habitual de las voces multiplicadas por las tecnologías existentes, pero con quiebres internos por donde emana la tragedia del poder público. Se dirá que eso cuestiona a este tipo de discursos. Pero puede decirse mejor, que eso revela el plano real de libertades en que se ejercen. Los discursos de la Presidenta, en materia histórica, beben de fuentes heterogéneas. Rosas, por cierto, con foco en el combate de Obligado, pero Belgrano, Monteagudo, Castelli. Hay, sí, cierto silencio posterior a la Batalla de Caseros, ¿no? Ahí habría que hurgar más, porque efectivamente está ese nudo que es Roca y después está el yrigoyenismo, que lleva a pensar en el radicalismo actual, y posteriormente el peronismo, que tiene que ser repensado y con absoluta urgencia. ¿Dónde tiene que ser repensado? En los grandes tribunales de la discursividad pública en Argentina.
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