Lunes, 29 de agosto de 2016 | Hoy
SOCIEDAD › UNO DE LOS CASOS EN QUE EL JUEZ SE DESENTIENDE DEL FALLO ARRIOLA
Por Irina Hauser
Era un día muy frío, 14 de julio del año pasado, pero Mara estaba tan contenta de que su hija se recibiera de fotógrafa que no le importaba. Poco después del mediodía fueron juntas a la escuela donde la chica estudió, en Palermo, para ultimar los detalles de la muestra que habría después de la entrega de diplomas, además de un cóctel. Estaban vestidas de fiesta: ella con un tapado con cuello de piel y su hija con una minifalda elegante. El acto de graduación era en la otra punta de la ciudad, en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires. Tenían un rato antes de emprender el viaje y Mara encendió un cigarrillo de marihuana dentro de su auto, en Scalabrini Ortiz y Cabrera. “¿Qué fuma?”, se paró un policía motorizado junto a su ventanilla. “Mi medicina”, fue la respuesta. “¿Tiene más?” Mara, que no advertía el problema de fumar en su vehículo, le dijo que sí. A los tres minutos madre e hija estaban rodeadas de patrulleros y sirenas, como en una película. Estuvieron en un calabozo de la comisaría 25ª hasta las cuatro de la mañana. La causa penal le tocó al juez federal Claudio Bonadío, quien las procesó por tenencia de drogas para consumo personal y las mandó a “un programa especializado relativo al comportamiento responsable frente al uso y tenencia indebida de estupefacientes” por “seis meses”.
La decisión de Bonadío demuestra que más allá del fallo “Arriola” de la Corte Suprema, que al igual que “Bazterrica”, pretende proteger la libertad y la autonomía individual, policías y jueces hacen lo que quieren. El límite que suelen invocar algunos juzgados para criminalizar la tenencia para consumo personal es la “afectación a terceros”. ¿A quién afectaba en este caso? ¿El auto propio no es claramente territorio privado? “Sentí el humo y el olor”, le espetó el policía a Mara, diseñadora gráfica de 53 años. Poco después le estaban sacando una foto de prontuario, de frente, sosteniendo el número de expediente.
Hace algo más de diez años Mara había empezado a sufrir dolores de columna muy fuertes y un pinzamiento del nervio ciático. Es porque tiene enfermedad de Scheuermann, una malformación esquelética. La meditación la ayudó a soportar el dolor durante un tiempo, por sugerencia de amigos, que también le decían que la marihuana podía ayudarla. Se puso a investigar y se volvió una experta, y una fanática. Cuando la policía revisó sus pertenencias encontró una cajita decorada con corazones y cigarrillos de marihuana adentro. Su hija, entonces de 24 años, también llevaba. Algunos tenían papeles pintados de colores, porque a Mara le gusta inventar diseños. Quedaron desplegados sobre el techo del auto, con la cajita, mientras los faroles de los coches de policía las apuntaban a plena luz del día.
En el MACBA, avanzaba la ceremonia de graduación, donde faltaba una estudiante que no respondía al insistente llamado para recibir su diploma. Estaba en un interrogatorio policial, dejando sus huellas dactilares y acomodándose en una celda helada. Su padre, ex marido de Mara, entró a la seccional palermitana furioso, le dijo de todo y se marchó. El auto fue secuestrado y como empezaba la feria judicial no lo pudieron recuperar hasta después de dos semanas. Para Mara era un verdadero trastorno ya que vive en Temperley y trabaja en la Universidad de La Matanza.
Así las cosas, ya hace más de un año que ambas mujeres arrastran una investigación penal, en la que pasaron por rinoscopía, análisis clínicos, evaluación psicológica bajo la lupa del Cuerpo Médico Forense, y también por una declaración indagatoria, en la que se negaron a contestar preguntas, como es su derecho. Hace poco, tras consultar en la Secretaría de Programación para la prevención de la Drogadicción (Sedronar) empezaron un recorrido por centros de prevención para ver adónde es que finalmente tienen que hacer la insólita “medida educativa” que les impuso Bonadío, con aval de la Cámara Federal.
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