SOCIEDAD › OPINION
¿Desde dónde?
Por Julio Villar *
“La opinión pública no siempre
ayuda a gobernar”,
Eric Hobsbawn, Historia del siglo XX.
“Que algo falso se convierta en lugar común lleva su tiempo...”,
Pierre Bourdieu, Contrafuegos.
Soy reacio a escribir en primera persona. Quizás mi rechazo provenga de las recomendaciones de Raymond Chandler a los jóvenes autores de novelas policiales de los años cuarenta. “La primera persona...” –les sugería a los colaboradores de Black Mask–, “... si encierra un tono aseverativo, corre el riesgo de debilitar el diálogo al condicionar las respuestas”. A sabiendas, corro el riesgo motivado por las últimas consignas ciudadanas estigmatizando a la totalidad de los políticos bajo la consigna “que se vayan todos”, generalidad peligrosa para el funcionamiento del sistema político y grave cuando daña la moralidad de las personas, algunas de las cuales son de mi conocimiento o amistad.
En el pasado tuve el honor de trabajar junto a dos ex presidentes: uno mexicano y otro argentino. El primero, Luis Echeverría, dirigía el Instituto de Estudios del Tercer Mundo del cual fui investigador; del segundo, Héctor Cámpora, fui su secretario en el exilio. Ninguno de los dos fueron sospechados por sus bienes personales. Más aún, de Cámpora puedo dar fe de su vida austera. De regreso al país, con la democracia, volví a frecuentar a Jorge Taiana, padre e hijo, ambos presos por la dictadura. Jorge es hoy docente en la Universidad Nacional de Quilmes junto a Rodolfo Terragno, Carlos “Chacho” Alvarez, Juan Carlos Del Bello, Ernesto López –quien me ayudó a fundar esta institución–; también Mario Kestelboim y Ernesto Villanueva, uno decano de la Facultad de Derecho de la UBA y otro rector de ésta en 1973. Los siete de distintos signos políticos, con excelentes currícula y ningún prontuario. Me cupo, también, impulsar con el apoyo de toda la comunidad universitaria, el otorgamiento de los títulos de Doctor Honoris Causa a los ex presidentes Héctor Cámpora y Raúl Alfonsín, a Jorge Taiana (padre) –ex ministro de Educación del gobierno popular de 1973– y a Emilio Mignone, luchador por los derechos humanos, fundador del CELS –Centro de Estudios Legales y Sociales– y director de un área afín a esta universidad. El mismo camino seguimos con el recientemente fallecido obispo de Quilmes, monseñor Jorge Novak, nombrado profesor Honoris Causa por su infatigable denuncia de los asesinatos cometidos por la dictadura.
De mis amigos personales y conocidos –Luis Brandoni, Miguel Bonasso, Susana Decibe, Juan Carlos Pugliese, Graciela Giannettasio, Jorge Todesca, Enrique Martínez, Eduardo Amadeo, Mario Cámpora, Rodolfo y Adriana Puiggrós, Pepe Hernández –hermano de Mario, entrañable amigo y militante de los setenta desaparecido por la dictadura– a todos los une, más allá de las ideologías que profesan, una vocación de servicio público que no se empaña por las disidencias que todo ciudadano puede tener con las acciones de los hombres públicos.
Con estas líneas terminan las cuentas de la memoria y me alejo de los riesgos aseverativos de la primera persona, sobre los que tanto alertaba el autor de Un largo adiós, e ingreso a un presente cargado de las dudas que sólo producen las verdades profundas. La primera de ellas es el alejamiento de la política de las necesidades y demanda de los ciudadanos, piso sobre el que se instala el cuestionamiento a todos sus actores. A esto se agregan las reiteradas denuncias sobre el financiamiento de la política por un sistema prebendario al cual tributan fondos público y privados. Estas conductas vuelve frágil la calidad de los cuadros partidarios y tiñen de sospechas las decisiones que adoptan en el ejercicio de sus cargos. El resultado final –puede ser más pero no menos– es la convicción del electorado de no sentirse protegido por sus elegidos.
La escenificación del abandono fue sonorizado por las cacerolas, voceado en las asambleas barriales y caminado por los piqueteros que cruzaron rutas y ciudades reclamando un derecho que les pertenece: la vida. Las razones de sus protestas están en los distintos e incuestionables sufrimientos que padecen. Sobre esta realidad incuestionable se instala el interrogante que dio origen a estas líneas: desde dónde se construye la tabla de valores que lleva a la sanción de la política y sus actores. La respuesta tiene disímiles orígenes como distintos son los padecimientos.
Las amplias fracciones que componen las capas medias encerradas en el injusto “corralito” que las priva del albedrío en el uso de sus ahorros, fueron los sectores más penetrados por el ideario neoliberal cuya centralidad fue la liquidación de las empresas públicas y el retiro del Estado de las áreas que constituyeron el mundo civilizado del siglo XX: educación, salud, vivienda, política de empleo, seguridad social. Este repliegue, para el buen sociólogo y hombre comprometido con su tiempo fue Pierre Bourdieu, genera un fuerte desasosiego en los ciudadanos que sienten sometidos sus destinos a los avatares del mercado, espacio destinado a la rentabilidad más que a la equidad. Es más, en su obra Contrafuegos asegura que “lo que se describe como una crisis de lo político, un antiparlamentarismo es, en realidad, una desesperación respecto al Estado como responsable del bien público”. Para que los argentinos puedan entender que no hay presente sin pasado; que los padecimientos y desazones de hoy, con algunas interrupciones, comenzaron el 24 de marzo de 1976. Recordar así tiempos idos traspasados por el dólar fácil y el “en algo estarán”, no autoriza a condenar al silencio a las capas medias. Una mirada hacia atrás, también alcanza a una fracción de los piqueteros de hoy, aquellos obreros de ayer –del país industrializado– que olvidaron reclamar a las oligarquías sindicales los derechos al trabajo que se perdían en cada despido, en ese tránsito a la infelicidad que nace en la indemnización y muere en el remise.
En suma, como asegura Bourdieu en su artículo “La televisión, el periodismo y la política”, la formación de una opinión pública reacia a defender el bien común, a relegar las funciones del Estado como garante de la equidad social y transferir al mercado virtudes que por definición le son ajenas, no hubiese sido posible sin la articulación de un discurso mediático que involucró a intelectuales, políticos, periodistas, funcionarios públicos y gerentes privados empeñados, por igual, en imponer al neoliberalismo como ideología única. “Las mentiras –asegura Hannah Arendt en La crisis de la República– resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón, que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír.”
Por todo lo dicho, el uso de la memoria histórica sólo guarda un simple destino que hace a la vida humana: conocer los errores para someter la conciencia al aprendizaje. Y ese lugar, el del entender, el del saber y comprender es siempre un acto público: para los griegos, el ágora, para nosotros los barrios y sus asambleas. Uno frente a otros caceroleros, vecinos y piqueteros tendrán que ponerle nombre al bien y al mal. Unico camino para construir la esperanza.
* Rector de la Universidad Nacional de Quilmes.