SOCIEDAD

En primera persona

El debate en España sobre las consecuencias de la Guerra Civil comienza a hacerse público. Estos son algunos testimonios de españoles que huyeron de su país, publicados por el diario El País.

Yo tenía 6 años; mi padre, 29
Nací el 26 de marzo de 1930 en Valderas (León). En el año ’36, es decir, cuando tenía seis años, mi padre Bernardino López Cabo (con 29 años) fue hecho prisionero por ser republicano en los primeros días de la sublevación franquista y llevado a una cárcel de Astorga, junto a dos hermanos y a más de un centenar de vecinos. Mi padre permaneció preso hasta el 25 de enero de 1937. Por la noche fue sacado de la cárcel y desaparecido-asesinado. Dos de sus hermanos fueron liberados y otro, José, asesinado en León. Tras algunos inconvenientes, en 1941 pudimos radicarnos en la Argentina mi madre y una hermana. Desde entonces he vivido pensando en la desaparición de mi padre, esperando el día en que se pudiera hacer Justicia. Es muy difícil explicar lo que sentimos los hijos de los desaparecidos, que no aceptamos la sinrazón de su muerte y desconocemos hasta el lugar donde fueron enterrados.
Teodoro López Marcos, Buenos Aires.

Desafectos al régimen
Mi padre, J. Castro (1914-1990), cruzó a Francia por Port Bou con el Ejército republicano en febrero de 1939. Fue confinado en las playas de Saint-Cyprien. Durante semanas vivió a la intemperie, con la única protección de una manta de la que no se desprendía y compartía con otros más desprovistos: mi padre, en medio, para aprovechar el calor. Más tarde les proporcionaron maderas para construir barracas. Al cabo del tiempo, los guardianes franceses fueron sustituidos por tropas senegalesas. El hambre empujó a los prisioneros a intercambiar sus insignias militares por comida, un caldo del arroz hervido más de una vez sin sacarlo del saco. En alguno de los campos, las señoritas del lugar iban a arrojarles mendrugos para divertirse viendo cómo los españoles se lanzaban a tomarlos. Diez meses después pudo conseguir un aval para volver. El día que cruzó a España, la Guardia Civil separaba a los refugiados en adictos al régimen y en desafectos... Esto es lo que mi padre nos quiso contar.
Albert Castro, Barcelona

El fin de la República
El gobierno itinerante de la República se hallaba en las afueras de Figueras. Yo estaba al lado de mi antiguo maestro de escuela, que desempeñaba en esos momentos el cargo de subsecretario de Instrucción Pública. Salimos del lugar hacia el país vecino con inmensa amargura. Era temprano y el cielo estaba azul. El terreno era cada vez más escabroso, tuvimos que abandonar los vehículos. Tras una larga marcha alcanzamos la primera localidad francesa. El presidente de la República allí se encontraba, nos había precedido en algunos minutos. Aquel 5 de febrero de 1939 quedó grabado en mi memoria. La República había dejado de existir.
Lorenzo Elías, Francia

Ricardo, capitán del “Habana”
Quiero lanzar una especie de botella al mar. Entre las fotos del campo de concentración de Argelés-sur-Mer, siempre he buscado el rostro de Ricardo Fernández Orsi, capitán del “Habana”, mi abuelo, con quien compartí 22 de los 45 años de su exilio francés. Tras llevar a cabo distintas misiones a cargo del gobierno republicano, como el rescate y transporte de los niños vascos huérfanos hacia Inglaterra y la Unión Soviética en buques militares que salían del puerto de Bilbao, enteramente minado, fue encargado de comprar armas a precio de oro. A la vista de aquellas armas mi abuelo consideró la guerra perdida. En el ’36 dejó un barco cargado de refugiados en el puerto de Ambares Burdeos, con mi abuela y mi madre, Carmen. Ricardo, su primogénito quedó atrapado en la zona nacional y sólo volvió a ver a sus padres 10 años más tarde, en un viaje organizado por la Cruz Roja. Mi abuelo volvió al frente de Ebro y luchó hasta un final apocalíptico que concluyó en esas gélidas playas del Mediterráneo en febrero del ’39. Los refugiados fueron tratados como delincuentes y apodados Los rojos y Los cueros por tener la piel curtida por el sol en los trabajos del campo. Hoy, mis hijos son la tercera generación de españoles criada en el extranjero. En Madrid y en Bilbao están todos mis parientes. Mantener lazos resultó muy complicado, y no conozco a mis primos, Ricardo, Oscar, Mariespe y Mario.
Sabina Lalanne Fernández de Perry, Alemania

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