Domingo, 17 de septiembre de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
El chileno Manfred Max Neef defiende su propuesta heterodoxa que combina ecologismo y teoría del desarrollo a escala humana. En diálogo exclusivo con Cash, se refiere al conflicto con las pasteras, los mitos del modelo chileno, el neoliberalismo, y critica los preceptos de la economía convencional. Sostiene que “de ninguna manera se pueden hacer cosas por los pobres, sino con los pobres”. Esa es la tesis que elaboró y que se basa en que es necesaria una nueva perspectiva que él denomina economía descalza.
Por Verónica Gago
Ganador del Premio Nobel Alternativo de Economía, el chileno Manfred Max Neef –hijo de alemanes– llama la atención por su propuesta heterodoxa que combina ecologismo, teoría del desarrollo “a escala humana”, una formación como músico y una larga experiencia académica y de asesoramiento de organismos internacionales. Como resultado de su propia trayectoria, Max Neef elaboró la tesis de que es necesaria una nueva perspectiva que él denomina “economía descalza” y que la relata con un lenguaje llano y pedagógico. Confiesa haberla inventado “con los pies en el barro”, bastantes años después de haber abandonado un cargo ejecutivo en la multinacional Shell, donde había ingresado –a mediados de los ’50–- después de terminar su carrera universitaria. Invitado al seminario “Aspectos conceptuales y metodológicos para la evaluación del desarrollo humano y social”, realizado en la UCA, Max Neef dialogó con Cash durante su breve paso por Buenos Aires.
¿Cómo surge y cuál es la efectividad de lo que llama “la economía descalza”?
–El concepto surgió hace muchos años, a partir de mi experiencia personal de trabajo en distintas áreas pobres de América latina, tanto en la selva y la sierra como en sectores urbanos. En el fondo es algo alegórico, metafórico. Lo que me ocurrió lo describo de la siguiente manera: estaba en un sector de gente pobre, con los pies en el barro, y delante de mí estaba un tal José López, también hundido en el barro, flaco, con cinco hijos y sin empleo. Nos estábamos mirando a la cara y yo como estupendo economista pensé: “¿Qué le digo: Mirá, José, alégrate porque el PIB está creciendo a un 6 por ciento?”. Súbitamente, en esas experiencias me di cuenta de que a pesar de todo mi bagaje como economista yo no tenía un lenguaje capaz de decirle algo coherente a gente que estaba en esas condiciones.
¿Qué puede decir la economía de la pobreza?
–Aquello me confirmaba que la pobreza siempre se trabaja desde la oficina de un ministerio, por gente que nunca ha tenido relación con ella y que intenta resolverla por medio de estadísticas. Es decir, que se conforma con anunciar que la pobreza o la indigencia disminuyó un punto o dos. Es el lenguaje de la estadística. Por mi parte, después de años de trabajar sobre todo en comunidades indígenas y campesinas, tuve que inventar un nuevo lenguaje. Y, además, darme cuenta de que respecto de la pobreza de ninguna manera se pueden hacer cosas “por” los pobres, sino “con” los pobres.
¿Qué diferencia encuentra entre ambas formas?
–Normalmente, lo que se tiende a hacer son proyectos generadores de ingresos porque la pobreza, según la entiende mucha gente, se reduce exclusivamente a una cuestión de ingresos. Y esas cosas no funcionan. Se llega a situaciones absurdas porque se cree que todo se resuelve con nuevos cursos de capacitación. Entonces, por ejemplo, sucede que en la zona de Lota, en Chile, a los ex mineros del carbón desocupados se los intenta capacitar y reconvertir como peluqueros. Son ideas totalmente descontextualizadas y que vienen de afuera, como si la gente no supiera cuáles son sus problemas. Está implícito que sólo el economista universitario que llega con sus saberes especializados es capaz de pensar una respuesta a esas situaciones. Pero ésta es una concepción absurda y perversa, incluso cuando se hace con la mejor de las intenciones.
¿Por qué?
–Las grandes abstracciones de la economía –tales como el PIB o los sistemas de precios o las tasas de crecimiento– hacen que la economía en vez de ser una disciplina abierta, sea una especie de “club exclusivo”: el análisis económico sólo les cabe a aquellos cuyos comportamientos están ajustados a lo que ciertos cuantificadores, como los que mencionaba, pueden medir. El resultado es que las teorías económicas dominantes no les dan valor a las tareas realizadas a nivel doméstico o de subsistencia. Por eso estas teorías son incapaces de incluir a los sectores más pobres del mundo o a la mayoría de las mujeres. Esto significa que casi la mitad de la población mundial –y más de la mitad de los habitantes del Tercer Mundo– resulta ser, en términos económicos, estadísticamente “invisible”.
¿Cuál es, en cambio, su visión?
–Primero hay que entender que en lo que se llama el mundo de la pobreza hay una enorme creatividad: para sobrevivir tienes que ser creativo. Así empiezas a descubrir todo un mundo con redes, lazos, interrelaciones y formas diversas de apoyos mutuos que permiten la supervivencia. En lo que llamo “oficios de supervivencia” se inventan cosas de un ingenio notable, que pueden ir hacia el lado negativo –como ciertas actividades delincuenciales– como hacia el lado positivo. Pero lo claro es que la creatividad está ahí.
¿Y entonces?
–La propuesta desde la economía descalza es que primero hay que adentrarse en la pobreza, comprenderla en su funcionamiento, y recién entonces se van a poder analizar las habilidades que hay en esos grupos. Además, las habilidades que se tienen son siempre menos en relación con las cosas que se hacen con ellas. Por ejemplo, si tengo buen pulso y habilidad con los dedos, puedo hacer cerámica, colocar chips o otras decenas de cosas. A partir de las habilidades concretas y existentes se pueden construir proyectos con la gente y no para la gente. Así las personas involucradas perciben que lo que pasa tiene que ver con ellos mismos y eso evita que los proyectos se colapsen, lo que suele suceder con la mayoría de los proyectos impulsados sólo por expertos.
¿Es una economía de micro-escala?
–Todas estas cosas son a nivel micro. Los grandes problemas no se resuelven con grandes soluciones, sino con muchas soluciones pequeñas. Por eso hablamos de economía a escala humana: las cosas funcionan donde tú eres sujeto y tienes presencia y no cuando te consideran desde la abstracción de un número estadístico. La cuestión es reproducir estas experiencias locales y crear una base más amplia. En Australia se hizo para recuperar la economía de muchas ciudades pequeñas en decadencia por el cierre de fábricas. Para mí es claro que la economía verdadera se fortalece a niveles locales y regionales.
¿Para usted es una forma de enfrentar el universalismo del mercado?
–El neoliberalismo logra conquistar el mundo entero porque tiene un lenguaje pseudo-religioso y ofrece el paraíso. La razón de su éxito se debe a que es simplista y dogmático y a la vez utiliza un lenguaje atemorizador. Es así que se proclama como verdad universal que no reconoce alternativas: quienes no aceptan la revelación están condenados. Tiene sus templos en las universidades donde la única economía que se enseña es la neoclásica. Y tiene su propia santísima trinidad: crecimiento económico, libre comercio y globalización. Además obedece al Vaticano: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio. Yo creo que en estos nuevos tiempos religiosos, hay que volver a ser un hereje.
La economía de Chile, en todo caso, se presenta como el modelo sin fisuras del neoliberalismo.
–Si hablamos en el lenguaje de la economía convencional, Chile es un éxito indiscutible. La cuestión es si queremos ir más allá. Entre las cosas que están detrás de esa economía que parece ideal está una de las peores distribuciones de riqueza del mundo: hay un proceso de desarrollo que se concentra en el decil más rico, y la brecha con los de menos ingresos en los años de la Concertación ha aumentado. Chile es el productor número uno de salmones y de exportación de fruta, pero se tienen que ver las condiciones de quienes trabajan en las salmoneras o de las mujeres que cosechan y envasan la fruta. Otro caso paradigmático de crecimiento es Irlanda pero a cambio de que no se vean otros indicadores, como por ejemplo que es el país europeo con mayor consumo de alcohol y con mayor índice de suicidios masculinos durante el período del crecimiento. El crecimiento funciona en estos casos como un fetiche que impide pensar el desarrollo social.
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