El modelo que seduce al FMI
Por Claudio Scaletta
La visita de Horst Köhler a la Argentina volvió a poner en primer plano que el modelo que seduce al FMI es el Brasil de Lula. La razón es sencilla. Contra viento y marea, el gobierno de Lula da Silva insiste en la aplicación de una política económica de ajuste fiscal cuyos resultados comienzan a resquebrajar el bloque social que lo llevó al poder. El desafío de Néstor Kirchner, en caso de querer enfrentarlo, se refiere a no quedar atrapado en el juego de espejos que le propone el Fondo, para elevar el superávit fiscal primario para garantizar mayores pagos de la deuda. En todo caso, la corta experiencia de Lula en materia de ajuste fiscal le sirve como antecedente, teniendo en cuenta la frustrada gestión en ese mismo sentido de Fernando de la Rúa, para no caer en esa misma trampa.
“La marcha de los empresarios”, que el miércoles pasado impulsaron los principales industriales contra el presidente obrero, es apenas una muestra del estado de ánimo de la burguesía industrial que, tras el triunfo electoral del Partido de los Trabajadores (PT), suponía ganada la partida contra el sector financiero. La primera piedra la había tirado el industrial y vicepresidente, José Alencar, quien abriendo lo que la prensa y el gobierno brasileños llamaron “fuego amigo”, criticó abiertamente la política de altas tasas de interés apoyada por el FMI. Tasas que, sumadas al superávit fiscal elevado voluntariamente al 4,25 por ciento del PIB, están ahogando la economía real.
Para alivio de Brasilia, esta semana el PT logró contrarrestar la disidencia de la principal central sindical, la CUT, la que inicialmente había adherido al paro que el próximo 8 de julio iniciarán las asociaciones de funcionarios públicos federales. “No podemos sencillamente asumir una posición contraria a las reformas”, declaró Luiz Marinho, nuevo presidente de la central obrera. Marinho, que representa a los trabajadores del sector privado, los menos afectados por la reforma previsional que impulsa Lula, es metalúrgico y amigo personal del presidente. Su decisión reavivó la corriente rupturista de los estatales, quienes representan un tercio de los afiliados de la CUT y amenazan con crear una central de trabajadores públicos.
El movimiento de los Sin Tierra, otro de los apoyos electorales del gobierno, concluyó en mayo la tregua de los primeros meses y volvió a las ocupaciones de terrenos fiscales, mientras sigue esperando la prometida reforma agraria.
Esta breve descripción sintetiza los dilemas que enfrenta el gobierno del PT y la economía brasileña. Señala también –como descubrió tempranamente el candidato a presidente del partido Recrear– el atractivo ejemplificador que puede tener para la región, la realidad de que un presidente de origen sindical –que obtuvo 55 millones de votos y que en el plano internacional aboga contra las injusticias en la relación Norte Sur y por una nueva regionalización que frene el ALCA– se vea compelido a la aplicación de las viejas recetas de ajuste.
Fascinado con su nuevo niño mimado, el mandamás del FMI no dejó de recordar en Argentina el ejemplo del otrora díscolo sindicalista. ¿Si Brasil fue capaz de proponerse y cumplir una meta de superávit primario de 4,25 por ciento, por qué Argentina no podría ajustarse a un número similar? ¿Y por qué no congelar esta meta en un acuerdo de largo plazo, a 3 años, prácticamente todo el mandato del nuevo gobierno?
Sin embargo, más allá del juego de espejos propuesto por Köhler, Argentina y Brasil no son lo mismo. Mientras Lula se obliga a sobreactuar un costosísimo ajuste para evitar el trauma del default, la Argentina ya vivió esa experiencia. El calendario de vencimientos de deuda que debe enfrentar Brasil es alarmante. En cifras redondas suma 35.900 millones de dólares para 2003, 39.100 millones para el año próximo, 28.100 para 2005 y 26.700 para 2006. Los datos difundidos este mes por el Tesoro Nacional mostraron que un 67,2 por ciento de estos pasivos pasaron a ser regidos por la tasa de interés. También, que entre abril y mayo la deuda pública se incrementó en poco más de 5600 millones de dólares.
Resulta paradójico que haya sido precisamente este problema de deuda no conjurado el que dio origen a la sobreactuación en materia fiscal. A fines del año pasado, los indicadores habían asustado a los asesores económicos del futuro presidente. Por entonces, a tono con las experiencias padecidas por la Argentina durante la abortada gestión de Fernando de la Rúa, comenzó a ganar terreno la tesis de “generar un shock de confianza en los mercados”. Inicialmente, tras el anuncio de la expansión del superávit primario, esta política tuvo un resultado mágico. Las variables financieras se estabilizaron; el riesgo país pasó de los más de 2000 puntos registrados en tiempos de elecciones a los alrededor de 800 de los últimos meses.
En un mundo líquido por la recesión en los países centrales, los capitales especulativos regresaron en masa revaluando la moneda local. Pero la nota discordante continuó siendo la tasa de interés, que se mantiene en torno del 26 por ciento nominal. Se acataba así otra de las recomendaciones del Fondo: mantener tasas elevadas para seducir a los inversionistas. Pero los efectos “secundarios” de estas políticas no se hicieron esperar: el sector financiero obtuvo ganancias extraordinarias (ver aparte), mientras la economía real, ahogada por la estancamiento de la demanda y las tasas siderales, languideció.
En el primer trimestre (último dato oficial), el PIB registró una suba interanual del 2 por ciento (recordar que se compara contra el peor trimestre de 2002) y una caída contra el último período de 2003 del 0,1 por ciento. La explicación debe buscarse en el desempeño del PIB industrial que, rompiendo una secuencia de 4 trimestres positivos, cayó un 2,2 por ciento. De acuerdo con los datos del IBGE, el desempleo creció en abril hasta el 12,4 por ciento aunque el indicador es peor en algunos aglomerados urbanos. En San Pablo, el principal polo industrial, alcanzó el 20,6 por ciento.
Además, las estimaciones de la evolución del PIB para el 2003 que evalúan las principales consultoras y bancos de Brasil –entre ellos, Tendencias, ABN Amro, BBVA– cayeron fuertemente. Las más optimistas hablan de un crecimiento para el total del año del orden del 1,75 por ciento. No sólo a consecuencia de la disminución registrada durante el primer trimestre, sino también por el desplome del consumo y el ingreso de los asalariados, los que representan el 60 por ciento del PIB, y de la inversión, que suma otro 18,7 por ciento del producto.
Mientras tanto, los planes sociales que prometían la expansión de la demanda a través de la inclusión de sectores marginales, como el Programa Hambre Cero, siguen relegados a la espera de los recursos necesarios.
Aunque estos datos de la economía real no parecen llamar la atención del FMI, quien por ahora parece más atento a los gestos ortodoxos del equipo de Lula, es probable que en algún momento sean advertidos por “los mercados” quienes, como sucedió en la Argentina, podrían comenzar a actuar sobre aquellos indicadores que por ahora siguen estabilizados.
La experiencia de Brasil fue registrada por el equipo de Roberto Lavagna y estuvo en el primer lugar de las objeciones que escuchó Köhler cada vez que citó las metas de superávit de su nuevo alumno ejemplar. Además, algunos funcionarios del Palacio de Hacienda creen que Brasil finalmente caerá y que el nuevo fracaso de las recetas de ajuste brindará un escenario más propicio para un acuerdo de largo plazo que permita mantener el actual superávit primario, el que este año podría llegar al 3 porciento del PIB. Pero, a diferencia de Brasil, Argentina negocia con el FMI después del trauma de default.