INTERNACIONALES › CONTRAOFENSIVA ANTIRREGULATORIA EN WALL STREET
Arthur Andersen al poder
El triunfo electoral de los republicanos puede permitir un retorno a la “belle époque” de fraudes contables y balances falsificados.
Por Claudio Uriarte
Se acuerda de los escándalos empresarios que golpearon la confianza de los inversionistas en Wall Street, desde el colapso de Enron en diciembre de 2000 en adelante? Bueno, olvídelos: no sólo no tienen importancia sino que nunca existieron. En realidad, todo fue un producto de turbulencias e interferencias políticas indebidas que estuvieron a punto de instalar una monstruosidad hiperregulatoria en la transparente catedral de las finanzas estadounidenses. O al menos así se está reescribiendo la historia.
En la tarde del martes 5, mientras el 37 por ciento del electorado estadounidense acudía a las urnas para entregar una clara victoria legislativa al partido de George W. Bush, Harvey Pitt, el acosado presidente de la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC, por sus iniciales en inglés), presentaba de modo discreto su renuncia al cargo. Con igual discreción, Bush la aceptó. Harvey Pitt es uno de esos personajes dickensianos típicos de esta administración, que lucen como villanos, hablan como villanos y, además, son villanos. En el caso de Pitt, se trataba de un ex lobbista y abogado de los peces gordos de Wall Street, que había sido puesto al frente de la SEC, un organismo fundado tras el crash del ‘29 para vigilar la transparencia de las operaciones financieras, con el objeto de que hiciera exactamente lo contrario: Pitt iba a disminuir el peso de las regulaciones, no garantizar su ejercicio.
Tuvo mala suerte: Enron y luego WorldCom pusieron en evidencia que el sistema estaba repleto de posibilidades de fraude, empezando por Arthur Andersen, la empresa de auditoría que en muchos de los casos fue responsable de falsificar los balances y luego de destruir las pruebas de las falsificaciones. Estalló un escándalo político. Las manipulaciones del vicepresidente Dick Cheney al frente del gigante de servicios energéticos Halliburton y su posible rol en una reformulación de la política energética al servicio de las grandes compañías fueron cuestionados; también, una venta de acciones con información privilegiada por parte de Bush cuando era presidente de Harken Energy, una petrolera texana, y de la que había sido exonerado por la SEC cuando su padre era presidente.
El penúltimo acto vino con la constitución del nuevo directorio de Supervisión Contable, dentro de la SEC, y la designación por Pitt de William Webster, un ex director de la CIA y del FBI, para presidirlo. Pero Pitt volvió a hacer de las suyas: presentó a Webster a la Junta de Directorio de la SEC sin informarla de los conflictos de intereses del propio Webster al frente de la nueva entidad de vigilancia. Su renuncia, y la de Webster, fueron cuestión de días. Ahora se ignora cuándo se podrá poner en marcha al organismo: como no se sabe quién será el nuevo titular de la SEC, tampoco se sabe quién dirigirá la nueva entidad, con lo que todo se ha paralizado.
Pero la elección hizo una gran diferencia. La semana pasada, un grupo de ejecutivos de Wall Street afirmó que Pitt había ido demasiado lejos en su afán regulatorio, y uno de ellos llegó a decir que la propuesta de creación de un comité investigador independiente para monitorear a los analistas y asegurar que los inversores consigan información bursátil fiable derivaría en una “burocracia al estilo soviético”. En cualquier momento llega el turno de Arthur Andersen al frente de la SEC.