BUENA MONEDA
A otro pozo con ese sapo
Por Alfredo Zaiat
Hasta el momento uno de los principales avances en materia económica no se encuentra en la alteración de las características principales del modelo de los ‘90 sino en la explicitación de que se lo quiere cambiar. Esa aspiración es una de las cualidades más importantes del Gobierno. Ese deseo se construye, indudablemente, con docencia a la sociedad a través de discursos, explicaciones e incluso peleas públicas que mantiene Néstor Kirchner y también, a veces, su ministro de Economía. Esa imprescindible tarea de limpiar la contaminación de ideas que sólo busca el beneficio de unos pocos, es lo que pone nerviosos a aquellos que reclaman “mesura” y “tranquilidad” en las palabras del Presidente. Ese elogiable trabajo de hormiga para la construcción de otro paradigma del pensamiento económico del que predominó en las últimas décadas, fue insólitamente sacudido por la perversa asociación de inflación con aumentos salariales que, voluntaria o involuntariamente, ha rubricado Roberto Lavagna. Su sagacidad demostrada para muchas otras batallas la podía haber aplicado en esa cuestión si la preocupación era el riesgo de encender “las expectativas inflacionarias”. Pero instalar en el debate público esa figura de que los precios siempre le ganan a los salarios no colabora en la docencia que desde lo discursivo necesita la sociedad para no seguir comiéndose unos sapos indigestos.
A propósito de este último aspecto, Argentina ha visto pasar varios dirigentes gremiales por el escenario político, con posiciones más que controvertidas, pero resulta difícil encontrar uno que levante las mismas banderas de un ministro de Economía ansioso para frenar ajustes salariales. Esa extraña coincidencia la ofreció Susana Rueda, cosecretaria de la CGT, que, por una pelea de sillas con Hugo Moyano, ha planteado que es necesario subir los sueldos, pero sin discutir si es por la inflación o por la productividad. Sería todo un hallazgo de Rueda poder encontrar algún otro indicador económico objetivo a esos dos mencionados para definir aumentos en la retribución de los trabajadores.
Volviendo al tema de la inflación y de los salarios, todos los informes realizados por consultoras de derecha o de izquierda, ortodoxo o heterodoxo, liberales o estructuralistas, acuerdan, con previsibles matices, con lo siguiente:
- Los costos laborales ha bajado sustancialmente respecto a los vigentes durante los años de la convertibilidad.
- Que esos costos han subido un poco en los últimos meses, pero sin afectar en gran medida ese importante colchón.
- El salario real promedio de los trabajadores apenas subió un 3 por ciento el año pasado con una economía creciendo a un ritmo del 9 por ciento, acumulando los ingresos de los trabajadores una caída del 15 por ciento en relación al nivel previo a la devaluación.
- Que ese derrumbe es mayor (25 por ciento) en el sector informal y en los empleados públicos.
- Dado los elevados niveles de ganancias de la mayoría de las ramas industriales, que vienen acompañados de subas sustanciales de la productividad, el sector privado estaría en condiciones de absorber mejoras salariales sin trasladar esos ajustes a los precios.
- Que la situación es diferente en el área de servicios, donde igualmente se verifican utilidades crecientes, aunque no al nivel que ha contabilizado la industria. Lo que se presenta en esos sectores es un escenario de mayor tensión para subir sueldos.
A partir de esas coincidencias se abren dos sendas: en una transitan cómodos los ortodoxos, y en la otra caminan los del equipo de enfrente. Los primeros convocan al fantasma de la inflación para disciplinar los reclamos por mejoras salariales, con la obvia intención de preservar las elevadas ganancias empresarias. Su sencillo argumento se basa en que la suba de sueldos alimenta las presiones inflacionarias. También proponen para frenar el alza de precios reducir el gasto público y limitar la expansión monetaria, proponiendo para esto último que el Banco Central morigere sus compras de dólares. En resumen: la receta conocida con el final que también se sabe su resultado.
En cambio, aquellos que proponen una vía distinta para no repetir lo que ya se ha probado errado, remarcan la necesidad de precisar los determinantes de los aumentos de precios en el primer trimestre del año. Ese desafío es mucho más enriquecedor que repetir esloganes que no ayudan a comprender y sí a confundir, como el mediático del ascensor (precios) y la escalera (salarios). O de plantear la preocupación del poder de compra cuando éste está relacionado con la inflación, pero a la vez descalifican la discusión salarial vinculada a la evolución de los precios.
En un reciente informe del Centro de Estudios Financieros del IMFC, la economista Patricia Arpe realizó un interesante estudio sobre los componentes que definieron los recientes aumentos de precios. Para ello, siguiendo las categorías que fijó el Indec, evaluó el comportamiento de tres grupos de bienes y servicios: los estacionales (frutas, verduras, ropa, turismo, esparcimiento), los que están sujetos a regulación o con alto contenido impositivo (servicios públicos privatizados, combustibles, cigarrillos, bebidas), y el resto de la canasta. Si bien las dos primeras categorías son las que registraron mayores variaciones, su incidencia en la conformación del Indice de Precios al Consumidor (IPC) es mucho menor que la última categoría. Esto significa que el núcleo principal que ha determinado el alza del IPC no se encuentra en los bienes “estacionales” ni en los “regulados” sino en los que están vinculados a sectores que buscaron aumentar sus márgenes de ganancias. Y ese comportamiento se verifica ante estructuras de mercado con escasa competencia y con uno, o a lo sumo, dos jugadores de envergadura formadores de precios.
Comprender el proceso inflacionario de ese modo implica transitar una imprescindible docencia sobre las cuestiones económicas para no replicar frustrantes experiencias pasadas. No se trata de denostar a setentistas o noventistas, quedando en última instancia emparentado con los últimos. Identificar la inflación con los salarios se parece más al discurso noventista, puesto que el aumento de las ganancias empresarias vía ajuste de precios es lo que está erosionando, en realidad, el poder adquisitivo de los trabajadores. Y no el reclamo de subir los sueldos desde el tercer subsuelo al que fue arrojado ante la salida desordenada de la convertibilidad. Lo mejor en estos casos, es poner las cosas en su lugar.