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Domingo, 3 de abril de 2005

EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

 Por Manuel Fernández López

Ajuste salarial

¿Usted quiere entender cabalmente el tema del ajuste salarial y la cláusula de la productividad? Primero debe familiarizarse con un álgebra muy simple, la de las unidades fundamentales y derivadas. Recuerde: no hay pan sin afán. Las unidades derivadas son aquellas que se expresan en términos de otras unidades, llamadas fundamentales. Para este caso, las unidades fundamentales son: dinero (m), cantidad de bienes (c) y trabajo (t). Por c se entiende una canasta de productos y servicios indispensables para la vida, requeridos por mes por una familia tipo; el precio (p) de esa canasta es el índice de costo del nivel de vida; y el salario (s) que gana la familia es una cantidad de dinero por mes. El precio (p) es una magnitud derivada, a saber, la cantidad de dinero (m), que cuesta adquirir la canasta c, y se expresa como un quebrado o cociente: p = m/c. El salario (s), es una cantidad de dinero (m) percibida por entregar trabajo (t) durante un mes. También es un quebrado: s = m/t. El salario real o capacidad adquisitiva del salario es un cociente de quebrados, a saber: s/p = m/t m/c. Según aprendimos a dividir quebrados, es s/p = mc tm. Simplificando m, s/p = c/t, que significa: cantidad de bienes que se puede comprar con el trabajo de un mes. Una suba de precios de x por ciento –por ejemplo, un 5 por ciento– se escribe (1 + x) = (1 + 5/100) = 1,05, hace caer al salario real, de s/p a s/p(1+ x). La única forma racional de mantener sin cambio la cantidad de bienes indispensables –no de incrementarlos– es elevar s a s(1+ x). Es falso decirle a la población que no se puede aumentar el salario en la proporción x, porque “no se puede repartir lo que no se produce”. Elevar el salario en la misma medida en que suben los precios no hace que el trabajador adquiera más bienes sino que pueda seguir comprando la misma cantidad de bienes que antes del alza de precios. Por el contrario, no elevar el salario o hacerlo en medida menor que el alza de precios, significa reducir la cantidad de bienes que el trabajador puede comprar: su productividad es la misma, y sin embargo, ve disminuido su salario real. O lo que es la otra cara de la misma situación: se redistribuye la capacidad adquisitiva en la sociedad, quitándole una porción al trabajador para entregarla a los formadores de precios. Es muy lamentable que la gente preparada en la Universidad utilice el engaño para hacer al pobre más pobre y al rico más rico.

“¿Esa? ¡La inventé yo!”

Si algo nos distingue es ser pagados de nosotros mismos, creernos los más piolas y de vuelta de todo. Ese rasgo se encerraba en la frase “ésa la inventé yo”, de Fidel Pintos, en el chanta. A veces sentirse satisfechos con lo que uno es puede paralizar el esfuerzo por mejorar, como notó Ortega, cuando nos dijo: “argentinos, a las cosas”. Otras veces, logros ajenos nos sumen en una sensación como de derrota. Sin embargo, el caso que referiré fue un logro verídico, y que está olvidado. El país no se incorporó al Fondo Monetario Internacional sino hasta 1957, con todas las consecuencias que ello implicaba. Pronto, al comenzar su presidencia Frondizi, tuvo lugar el primer “plan de estabilización”. Luego siguieron otros, y siempre su objetivo general era reducir el papel del Estado en la vida del país. La forma de achicar el Estado era podar cuanto fuera posible el gasto público y crear condiciones deflacionarias que determinasen importar menos. No importaban los medios. En tales planes, aumentar el desempleo era un instrumento para reducir la actividad económica, igual que congelar los salarios nominales y con ello reducir el salario real. Cierto es que esto achicaba el mercado interno y causaba la quiebra y desaparición de empresas locales. Pero ya estaba listo el capital extranjero para llenar los vacíos que dejaban las empresas argentinas. Frondizi fue derrocado y confinado, pero no por haber permitido al FMI imponer sus políticas de ajuste. Su sucesor, Guido, tendría como ministros de economía a simpatizantes con tales políticas. El gobierno del doctor Illia, que asumió en 1963, tuvo presentes esas recetas recesivas del FMI y evitó el camino liberal: implantó un control cambiario, prohibió algunas importaciones de lujo y difirió la importación de bienes de capital. Como a ello se sumó el incremento de la exportación agropecuaria, el saldo fue un incremento de las divisas disponibles, que fue empleado en la amortización de una parte de la deuda externa, que por entonces había llegado a 3800 millones de dólares. Aquel gobierno había heredado un acuerdo stand-by con el FMI, cuyo vencimiento y renovación ocurrieron durante el gobierno del Dr. Illia. Sus colaboradores en el área económica eran patriotas como Félix G. Elizalde, Enrique García Vázquez, Carlos García Tudero y otros, quienes aconsejaron no renovar el acuerdo con el FMI. Y así se hizo.

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