BUENA MONEDA
Infectados
Por Alfredo Zaiat
El Fondo Monetario volvió a equivocarse. Durante casi un año sostenía que Argentina no contagiaba a la región, argumento que le sirvió para estirar un acuerdo, pero tuvo que auxiliar a Brasil con un crédito de 10 mil millones de dólares, a Uruguay con 2300 millones y ahora busca proteger a Paraguay. También empezaron a temblar Chile y México. El FMI, nuevamente, erró en el diagnóstico y, en consecuencia, en la receta. La dinámica de esta crisis regional ya no podrá detenerse por más dólares que se inviertan en un cordón sanitario con el objetivo de aislar la debacle argentina. No iba a haber contagio, aseguraban hace no más de una semana, y lo que hay es una epidemia. No deja de sorprender, o en todo caso confirma la presunción de la estrechez ideológica del FMI, la similitud del proceso que se está registrando en la región con el que se desarrolló en Asia oriental. El 2 de julio de 1997 Tailandia devaluó su moneda y ese ajuste fue presentado como un caso particular, sin posibilidad de expandir sus esquirlas al resto de los tigres y tigrecitos asiáticos. Rápidamente ese virus contagió a Indonesia y la infección fue incontrolable, alcanzando luego a Malasia llegando la contaminación hasta la poderosa Corea. Ahora, el FMI, con América latina, lo está haciendo de nuevo.
Tal cual lo describió Joseph Stiglitz, economista principal del Banco Mundial durante ese período y que abandonó ese organismo con una posición muy crítica, el experimento del FMI-BM en Asia fue un estruendoso fracaso, al profundizar la depresión con una inmensa destrucción de riqueza. El FMI-BM volvió a cometer el mismo error de diagnóstico con Argentina, generalizando la crisis. Más revelador es que esa pifiada le corresponde a una gestión que vino a reemplazar a una fracasada, la dupla Camdessus-Fischer. La actual, Koehler-Krueger, con la bendición de los aislacionistas republicanos, cuya cabeza es el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O’Neill, vinieron a establecer nuevas reglas de juego a nivel internacional. Pero, en realidad, hasta ahora no establecieron otra cosa que el desorden a partir de definir toda su política en el denominado moral hazard. Este, el riesgo moral, consiste en que los prestamistas asuman los costos por haber dado cuantiosos créditos a países insolventes, al tiempo que éstos sufran las consecuencias de políticas fiscales y monetarias dispendiosas. Así, con una administración Bush ultraconservadora, que se refleja en el accionar del Fondo opuesta hasta el momento a dar millonarios paquetes de ayuda, puso a la región en una situación inédita. En lugar de estabilizar, acelera la crisis.
La región ingresó de ese modo en una etapa de convulsión general, con una dinámica de crisis sistémica. Cuando todos corren nadie pregunta por qué se corre, sino quién lo hace más rápido. Por impericia y necedad se ha coordinado una implosión, con características propias en cada uno de los países, pero con un rasgo unificador que gatilla todo, que es una intensa fuga de capitales. El modelo tradicional del FMI dice que ante un shock externo el tipo de cambio fijo no frena la fuga, acelerando los desequilibrios macroeconómicos. Pero ese esquema que podía tener alguna lógica en los ‘80 ahora es suicida. Con una creciente dolarización de los ahorros y del endeudamiento público y privado en la región, siendo los casos más visibles el argentino y uruguayo, la receta de la libre flotación del tipo de cambio apura el deterioro al agravar la solvencia de los actores económicos. La devaluación y posterior régimen de dólar libre, hoy, no estabiliza sino que dañan la capacidad de atender la deuda, que es precisamente el objetivo que persigue el Fondo Monetario.
En última instancia, no está claro si Argentina saldrá beneficiada de este terremoto, pero lo cierto es que su convulsión ya la tuvo y ahora le toca al resto. Y si Estados Unidos y el Fondo deciden ayudar, algo le tocará, sin saber si eso es bueno o malo. Al menos, Argentina ya no está sola.