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Algunos pueden pensar que hoy no se juega nada porque todos los candidatos con chances de pasar al ballottage son iguales. Otros también están convencidos de que más allá de las promesas que realizaron, que han sido diferentes, cuando son gobierno todos hacen lo mismo. Existen motivos de sobra para estar seguros de que poco y menos que nada cambiará el día después de las elecciones. Sin embargo, en estos comicios, ciertamente con sutiles pero relevantes matices, están en juego dos corrientes en materia económica. Dos modelos, que están cortados con la misma tijera, pero con concepciones en materia económica que no los hace idénticos. Uno, el denominado pro-mercado, tiene como representante original a Ricardo López Murphy y como su principal ejecutor durante los ‘90 a Carlos Menem. El otro, encapsulado en un esquema híbrido que apuesta a un neokeynesianismo light, tiene como abanderado a Néstor Kirchner. Si los encuestadores no se equivocan y logran esquivar el destino del papelón, tan conocido por los gurúes de la city dedicados a realizar proyecciones equivocadas, Elisa Carrió y Adolfo Rodríguez Saá, con sus planes económicos a cuestas, no estarán en la discusión del voto a voto para llegar a la segunda vuelta.
No es lo mismo RLM-CM o NK cuando presentan y prometen cómo aspiran a manejar la economía y, en última instancia, a la sociedad. Adonde sí coincidirán cualquiera sea el futuro presidente será en sentarse a negociar en la mesa tendida por el “Virrey John”. El británico vicedirector del Hemisferio Occidental del FMI, John Dodsworth, se instalará en Buenos Aires como “representante principal residente”. Es la primera vez que el Fondo envía un funcionario de ese rango para establecerse en un país, conformando un equipo permanente que irá más allá de la simple auditoría de la marcha de un acuerdo.
De esa forma se va estructurando, aunque no en forma tan brutal como inicialmente se lo había enunciado, el protectorado en materia económica propuesto por el fallecido Rudiger Dornbusch. Este economista mediático del afamado MIT había sugerido que el Ministerio de Economía, el Banco Central y la AFIP debían ser manejados por un equipo de técnicos extranjeros. El desembarco de Dodsworth el día después de las elecciones para hablar con los dos candidatos que definirán en ballottage no es sólo un símbolo. Muestra hasta dónde el FMI puede avanzar sobre la autonomía de un país si no se definen con energía los límites de intervención.
En los hechos, el “Virrey John” será un poder paralelo al del ministro de Economía y al del presidente del Banco Central. Estos tendrán en la nuca los ojos de Dodsworth, quien monitoreará de cerca la evolución de la economía. Así, el FMI se involucrará directamente en el país en el diseño y marcha del plan económico que impulsará el próximo presidente. Y no será fácil la tarea de la flamante administración atrapada en la lógica del ajuste y la marca personal del Fondo. En el último semestre de este año vencen unos 6000 millones de dólares con los organismos financieros internacionales. Para no declarar otra vez la cesación de pagos con esas instituciones el nuevo gobierno deberá cerrar con rapidez un nuevo acuerdo con el FMI. Y en este caso la aspiración del Fondo es a un acuerdo de tres años y no a uno de contingencia como el firmado con la administración Duhalde.
En ese escenario, los reclamos de mayor ajuste y avanzar en lo que los burócratas del FMI denominan “reformas estructurales”, cuya traducción al español significa “negocios para el sector privado concentrado”, serán los que estarán disfrazados en la reiterada exigencia de un “plan económico sustentable”. Si la referencia sobre cómo será la negociación es el maltrato del Banco Mundial a Roberto Lavagna en las últimas semanas para el desembolso de una cuota de un crédito ya acordado, o que en el primer trimestre de este año la Argentina pagó más (900 millones de dólares) de los que recibió de los organismos, resulta sencillo adivinar cómo se comportará el “Virrey John”.