INTERNACIONALES › BUSH, SU PADRE Y EL ESPECTRO DE LA DEFLACION
El presidente que encoge
Por Claudio Uriarte
La encuesta debería haber hecho temblar un poco el piso debajo del principio de realidad en la Casa Blanca pero, de acuerdo con los primeros indicios, sólo la habría convencido de seguir en el camino equivocado. Poco después del fin victorioso de la guerra de Irak, un 56 por ciento de los estadounidenses interrogados por el diario USA Today dijo que George W. Bush no presta suficiente atención a la economía, un 47 por ciento que las nuevas reducciones de impuestos propuestas por el presidente son una mala idea, contra un 42 por ciento que piensa que es buena.
Después del triunfo en Irak, la Casa Blanca ha puesto todo su foco en las elecciones de noviembre del año próximo, por lo cual –sería dable suponer– las próximas novedades estadounidenses deberían ser menos militares, y más económicas. Pero hay un mensaje que Karl Rove, comandante en jefe de toda la arquitectura electoral de Bush, se resiste a oír: que las reducciones de impuestos agravarán, y no mejorarán, la economía. En los últimos 10 días, Rove tuvo un enfrentamiento durísimo con Bill Frist, líder de la mayoría republicana en el Senado, por negociar a sus espaldas una especie de “reducción de la reducción”, por la que se reduciría menos de lo pensado. Es obvio que Bush hijo puede encaminarse a cometer el mismo error que el padre pero a través de la vía opuesta: el padre perdió las elecciones por subir los impuestos; el hijo puede perderla por los efectos económicos de su decisión de bajarlos.
El déficit actual es de 300.000 millones de dólares, y las nuevas reducciones (junto al costo de la guerra, y de la ocupación) sólo lo amplificarán. Lejos de representar un estímulo keynesiano dirigido a la clase media, los recortes impositivos favorecen a los más ricos. Y, por el modo perverso en que EE.UU. reparte sus cargas, los que están pagando el déficit son los Estados, que están recortando vertiginosamente sus prestaciones en seguridad, servicios médicos, escolaridad y transportes. Las historias de terror se multiplican en las páginas de los diarios de estos días: prisioneros que son liberados por falta de fondos, maestros que deben doblar sus funciones con las de encargados del edificio de la escuela o hasta cocineros, médicos que se doblan como enfermeros. Bush no presta mucha atención a estos dramas porque ocurren en Estados –como el de Nueva York– que considera perdidos. Pero el problema es más profundo.
El viernes, Wall Street cerró en baja unánime después de conocerse los resultados del PBI, que en el primer trimestre del año creció sólo 1,6 por ciento, en vez del 2,3 al 2,6 previsto. Esto fue una buena ducha de agua fría para los mercados que habían festejado jubilosamente el fin de la guerra, como si fuera algo más que eso. Sin embargo, el espectro más alarmante en la economía estadounidense es el de una deflación, que puede compararse con una serie de implosiones en cadena en que consumo, producción y crédito conspiran en encogerse mutuamente. Y a encoger, con ellos, todo la economía globalizada en que están.