Esta semana se conoció que las autoridades de control estadounidenses investigan presuntas manipulaciones bancarias para fijar el precio del oro. La noticia publicada por The Wall Street Journal recuerda que los reguladores europeos habían decidido cerrar sus investigaciones sin ninguna conclusión. Las denuncias alcanzan a unos diez bancos que estarían fijando los precios de oro, plata, platino y paladio. El oro es considerado por algunos analistas como el último bastión del libre mercado, que lo convierte como el activo de refugio por excelencia.

El 15 de agosto de 1971, el presidente estadounidense Richard Nixon anunció el fin del sistema de patrón oro mediante el cual el dólar y la libra esterlina se convertían en el eje de todas las transacciones internacionales. Esto trajo nuevos desafíos al resto de las economías. El problema surge cuando la moneda nacional es en parte reemplazada por dinero emitido por otro Estado, como por ejemplo el dólar, ya que la tasa en moneda extranjera se torna endógena. En el país, los movimientos del dólar poco tienen que ver con el desempeño económico sino que son el reflejo de la puja de intereses de los distintos agentes económicos.

“Las presiones alcistas del tipo de cambio no proceden de la insuficiencia de divisas comerciales sino del excesivo acaparamiento de las mismas por parte de los agentes”, señala Estanislao Malic, investigador del Cefid-Ar. El autor expone una mirada crítica sobre el Mercado Unico y Libre de Cambios (MULC) debido a las distintas motivaciones que impulsan los agentes económicos a operar en esa plaza. En este caso, el precio no funciona como desestimulador, ya que el aumento indica un interés creciente del grupo, influenciado por el sector bancario y agroexportador con colaboración de los agentes mediáticos.

“En el rol valuador del dinero encontraremos a los exportadores como los principales observadores del tipo de cambio, ya que su ingreso está absolutamente influido por ese precio. A nivel transaccional, el mercado inmobiliario es el principal referente, al cual tienen acceso los estratos superiores de la pirámide de ingreso. Luego existe la función de refugio de valor o inversión, en donde más sectores parecen destacarse”, detalla Malic en su investigación. Teniendo en cuenta estos distintos intereses se hace evidente la necesidad de mantener distintos tipos de cambio que, en el caso argentino, se encuentran anclados a la cotización oficial a través de un esquema impositivo. De esta manera, en situaciones de calma cambiaria, los precios son diferentes, pero las volatilidades estarían unificadas, por lo que la tarea –nada sencilla– es evitar el arbitraje entre los distintos espacios de negociación.

La vuelta a un esquema unificado se torna dificultosa ante estas distintas realidades. “En 2007-2011, el drenaje de divisas aparece fundamentalmente ligado a la cuenta capital del balance de pagos, siendo novedosa la financiación vía cuenta corriente”, resalta el autor, quien rechaza la idea de la compra de dólares como refugio, debido a la puja de intereses que existe detrás. Sólo 6 por ciento de adquisición total de divisas está explicada con compras menores de mil dólares. Entre 40 y 50 por ciento en dicho lustro adquirió más de 100 mil dólares. Cada sector intentará en la medida de sus posibilidades imponer la moneda en la que puede intervenir más decisivamente. “Por acción u omisión, la sociedad, a través de sus agrupaciones, instituciones, empresas y medios de comunicación, construye y altera de forma permanente su propia definición de moneda”, concluye la publicación del Cefid-Ar.

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