Domingo, 1 de marzo de 2015 | Hoy
DEBATE
Por Santiago Fraschina y Lucía Giambroni *
“La economía china alcanzará a la de Estados Unidos en 2025, dando comienzo a un nuevo escenario que conducirá a que, en 2050, la economía china doble a la estadounidense y a que los países emergentes desplacen a las potencias occidentales en el grupo de mayores economías del planeta.” Esta conclusión figuraba en un informe de Goldman Sachs de 2008. Resulta paradójica la fecha de publicación, ya que la crisis desatada entonces aceleró diez años el escenario pronosticado.
De acuerdo con los últimos cálculos hechos por el Programa de Comparación Internacional (ICP) del Banco Mundial, China cerró el 2014 como la mayor economía del mundo, desplazando a Estados Unidos de un puesto que ha mantenido desde 1872.
El proceso de crecimiento constante de China, que se inicia en 1978 –con la reforma económica de Deng Xiaoping– estuvo basado en un acelerado desarrollo de la industria, de las importaciones y exportaciones, las nuevas inversiones y el consumo de petróleo. Para verlo reflejado en números: en 1980, el 80 por ciento de la población china era rural. Para 2010 la población rural descendió al 53 por ciento, y se proyecta que para 2020 más de la mitad de la población sería urbana. Si en 1971 las exportaciones de China al mundo representaban el 2,6 por ciento del PBI; en 2011 aumentaron al 31,4 por ciento. Este impresionante dinamismo de las exportaciones chinas cobra más relevancia si se lo compara con la trayectoria de las exportaciones de Estados Unidos para los mismos años: 2,6 por ciento del PBI en 1971 y 14 por ciento del PBI en 2011.
El principal atractivo para iniciar relaciones con este gigante –la población estimada es de 1400 millones– es su potencial de crecimiento en términos de mercado interno. Al respecto, un informe del Grupo Fénix “El nuevo modelo chino: ¿qué inserción para la Argentina?”, cuyo autor es José Bekinschtein, economista de la UBA, detalla que el consumo comenzará a ser en los próximos años la variable más dinámica del crecimiento de la economía china. En parte por el acelerado proceso de urbanización, el incremento en los ingresos de la población, las mejoras en la previsión social y el sistema de salud. China posee hoy una tasa de ahorro del 50 por ciento de sus ingresos, que se espera se reduzca para ser volcado al consumo, en el marco de una mejora de la cobertura social y los ingresos. Desde 2004, bajo el gobierno de Néstor Kirchner, se iniciaron las relaciones argentinas con este país. Luego en 2010, durante el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner, se firmaron importantes acuerdos en materia de ferrocarriles de carga, subtes y se inició el diálogo para la cooperación nuclear. Estos acuerdos fueron la base para que en julio de 2014 –ya bajo la gestión de Xi Jinping– se elevara la relación a alianza estratégica integral, diversificando las áreas de cooperación.
Durante la última visita concretada a inicios de febrero, se suscribieron 22 acuerdos en materia de infraestructura, minería, energía nuclear, energía renovable, telecomunicaciones y aeroespacial. Luego de las represas, el otro sector donde se lograron acuerdos fundamentales es en el nuclear. En primer lugar, ratificando el trabajo conjunto para la construcción de la cuarta central nuclear (Atucha III), que llevará adelante como contratista Nucleoeléctrica Argentina (NA-SA), empresa del Estado nacional, como arquitecto, ingeniero y constructor, bajo la supervisión de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN).
El objetivo del país en el largo plazo será garantizar que, establecidos los intercambios, exista un progresivo incremento en el valor agregado de las exportaciones, dado el potencial de mercado ya mencionado. Sin embargo, y lejos de las críticas y polémicas que han generado los acuerdos en determinados sectores, es claro que las condiciones de negociación en este caso están lejos de poder generar los perjuicios que en el pasado trajo a nuestra economía estar vinculada a una potencia mundial, especialmente a Estados Unidos.
Para ejemplificar este punto, los acuerdos con Estados Unidos suponían condicionalidades en materia de políticas fiscales (reducción de gasto) y políticas monetarias (tipo de cambio), subordinando los intereses nacionales. Otra diferencia trascendental es que las relaciones se establecen con un país. Los capitales chinos que arriban a Argentina están bajo el control del Estado y se canalizan bajo los parámetros de relaciones bilaterales entre naciones, con un marco jurídico contemplado en relaciones diplomáticas, de las que carecen por completo la circulación de capital e inversiones y acuerdos entre privados, sobre las que los gobiernos pocas veces pueden ejercer influencias. Ni hablar de la ausencia de organismos internacionales constituidos para actuar siempre en defensa de la economía más fuerte.
Para analizar esta nueva vinculación, no basta reducirlo a la dicotomía Estados Unidos vs. China: de hecho, y en palabras de Joseph Stiglitz, la economía mundial no es un juego de suma cero, donde el crecimiento de China actúa necesariamente en detrimento de Estados Unidos. Lo importante es basar esta nueva relación en lo ya aprendido, teniendo en claro los errores que no hay que repetir y los lugares a los que no queremos regresar.
* Integrantes del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP).
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