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Mitología del ALCA
El ALCA, pese a los temores de sus oponentes, no va a concretarse, y la razón
es que EE.UU. no está interesado en él.
Por Claudio Uriarte
Parte de la retórica de campaña de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil consistió en el repudio a un ALCA –Acuerdo de Libre Comercio para las Américas– que, “como está planteado –según dijo– sería más bien una anexión económica”. El presidente saliente Fernando Henrique Cardoso, que también sacó bastante leña política de la apariencia de confrontarse con el poderoso, dio otra voltereta de las suyas en estos días y acusó a Lula de “no entender al ALCA”. De creerse a estas fintas retóricas, podría pensarse que la polémica por el ALCA se encuentra en el trasfondo del temor de los mercados a un triunfo de Lula, y no se entendería por qué Estados Unidos, que teóricamente quiere “imponer” el ALCA, ha sido tan amable y comprensivo con Brasil y con Lula en los últimos tiempos, otorgando al primero un paquete de ayuda del Fondo Monetario de 30.000 millones de dólares y tratando de asegurar a los mercados que no veía ningún peligro en el triunfo del segundo.
La respuesta al aparente enigma es que el ALCA no existe, y no hay ningún peligro de que vaya a existir en un futuro predecible. La idea de que Estados Unidos está tratando de imponer el ALCA es absurda: la administración Bush está subiendo, y no bajando, sus barreras arancelarias para el acero y los productos del agro –dos rubros en que exportan Argentina y Brasil–, y, como se entenderá, si hay proteccionismo no hay libre comercio. Otra suposición, igualmente absurda, es que Estados Unidos “necesita” imponer el ALCA para poder vender sus productos terminados a la región –particularmente Argentina, Brasil y Venezuela– y así salir de su estancamiento económico. Si eso fuera cierto, los exportadores estadounidenses estarían mirando en una dirección catastróficamente equivocada, ya que las monedas de estos tres países están en un proceso de devaluación permanente, y no se entiende con qué recursos Argentina, Brasil o Venezuela podrían “reactivar” nada menos que a la economía estadounidense. (¿General Motors acepta patacones? ¿Microsoft consiente hacer operaciones en Lecops serie B?).
Por último, se ha sostenido que hay que fortalecer el Mercosur, contra el ALCA. Esto es como decir que en unas elecciones debe favorecerse al Ratón Mickey contra el Pato Donald: ninguno de los dos existe, son personajes de historieta; si el ALCA está lejos por defección de su principal proponente, el Mercosur está colapsando por la implosión económica de sus participantes, y el Brasil que emergerá a la zaga de esta crisis está destinado a ser más y no menos proteccionista que el de tiempos de Cardoso, cuando los países industrializados se habían convertido en entusiastas exportadores de capital. Los alarmados por el libre comercio pueden descansar tranquilos: si las cosas siguen así, lo que se viene no es un comercio liberalizado Made in USA sino una propagación de guerras comerciales y devaluaciones competitivas en todo el mundo.
Dado este panorama, ¿por qué se habla entonces tanto del ALCA, y por qué el fantasma del ALCA cumplió un papel tan señalado en la campaña de Lula? Simple: porque, en una encrucijada político-económica en que Lula estaba obligado a moderar todas sus propuestas, atacar al ALCA le permitió reivindicar una posición antiimperialista sin molestar realmente a nadie. En el imaginario colectivo de los grupos antiglobalización, el ALCA representa a Estados Unidos y, más allá, al temible mundo de las finanzas internacionales, pero la verdad es que Estados Unidos sólo quiere negociar acuerdos de libre comercio con países puntuales –Chile, Singapur y algunos estados de América Central– y se necesitaría un verdadero milagro de generosidad –y no de expansionismo económico– que el Departamento de Comercio accediera a negociar el libre comercio con Argentina o Brasil. Porque las economías de estos países son estructuralmente competitivas, y no complementarias, con la norteamericana, y el libre comercio una promesa hueca que a los funcionarios norteamericanos de alto rango les asombraría mucho saber que, aquí abajo, asusta a muchos.