INTERNACIONALES › IDEOLOGIA Y PRAXIS DE LA ANTIGLOBALIZACIóN
Rebeldes nada primitivos
Los intereses de los trabajadores del Primer Mundo son competitivos y no complementarios con los del Tercero, dice esta nota.
Por Claudio Uriarte
La fascinación de los antiglobalizadores del Primer Mundo con el derrumbe argentino no debe hacer olvidar que es estrictamente eso. Vale decir: es una fascinación por un derrumbe catastrófico del capitalismo globalizado, no una receta para superarlo. En realidad, es una receta para no superarlo. El motivo está en la naturaleza del movimiento antiglobalizador del Primer Mundo.
Dos grandes corrientes lo integran, a grandes rasgos. Una está formada por jóvenes universitarios de clase media que ventilan su spleen existencial protestando contra el consumo, las marcas, la vida urbana y las cadenas de cafeterías Starbucks, y que tienen suficiente dinero para contratar charters con destino a la protesta revolucionaria y protercermundista en ciudades tolerantes y agradables como Londres, Florencia o Seattle. La otra está compuesta de trabajadores blue-collar y pequeños y medianos empresarios asustados por la exportación de puestos de trabajo al Tercer Mundo. Los globalifóbicos dicen identificarse con la causa de los oprimidos del Tercer Mundo, pero los oprimidos del Tercer Mundo no tienen nada que identificar en la ideología y praxis de los globalifóbicos. Primero, porque los problemas de los desocupados argentinos no son el consumo, las marcas, la vida urbana y las cadenas de cafeterías Starbucks, sino la desaparición progresiva de todas esas cosas; segundo, porque los intereses de los trabajadores del Primer Mundo son competitivos y no complementarios con los del Tercero. Si el motivo de la juventud dorada es una idealización un tanto reaccionaria del mundo premoderno, el del blue-collar y los pequeños y medianos empresarios es evitar que el capital fugue a países y regiones donde los sueldos y las condiciones de trabajo son inferiores. Típicamente, sindicatos como la AFL-CIO estadounidense y sus contrapartes europeas proponen que se prohíba comerciar o invertir en países con parámetros laborales más laxos, pero el motivo no es el altruismo ni la preocupación genuina con las condiciones de los trabajadores de esos países –que, de cumplirse las prohibiciones propuestas, serían desocupados– sino el intento de mantener las suyas: es obvio que el capital no va a desplazar sus instalaciones fabriles de Pennsylvania a China si no gana nada a cambio. Y debería ser evidente que el interés de los desocupados argentinos está más cerca de los exportadores de capital que de los que quieren mantenerlo en fortalezas proteccionistas cerradas en el Primer Mundo.
Los antiglobalizadores del Primer Mundo nunca se privan de integrar en sus marchas a variadas delegaciones de indígenas y campesinos del Tercer Mundo. Es más que una cuestión folklórica de color local agregado: del mismo modo que se fascinan con el derrumbe argentino, los seguidores de este movimiento quieren que los indios preserven su condición –lo que equivale a decir: su atraso y su miseria–. Que estas manifestaciones de frivolidad y egoísmo de niños ricos que tienen tristeza se consideren “de izquierda” es la paradoja mayor.