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Domingo, 22 de mayo de 2005

AGRO › COSECHA RECORD, PRECIOS ELEVADOS Y NUEVOS MERCADOS

¡Qué más puede pedir el campo!

 Por Susana Díaz

El campo avanza hacia una nueva cosecha record. Esta semana la Secretaría de Agricultura revisó sus previsiones para este año y llevó la cifra de 82,0 a 83,5 millones de toneladas. A ello se suma la suba promedio de los precios gracias a la sostenida demanda internacional, en la que la revolución industrial china sigue ocupando un rol preponderante. Seguramente estos datos no conseguirán romper la secular tendencia del sector agropecuario a lamentarse por la interferencia de las políticas públicas en los precios que reciben. Pero más allá de las idiosincrasias resulta interesante abandonar por un momento la coyuntura y preguntarse por el significado de este resultado en el actual ciclo de la economía argentina, que como cualquier economía capitalista no puede comprenderse sino en su interacción con el mercado mundial.

Haciendo propias las palabras de la dirigencia agropecuaria, “el campo” sigue siendo una de las principales fuentes de divisas de la economía local. Y hablar de “fuentes de divisas” lleva inmediatamente a pensar en el cambio de precios relativos producido a partir de 2002 y, en particular, en sus ganadores y perdedores.

En un célebre artículo escrito en el lejano 1976, Guillermo O’Donnell sostenía que una de las particularidades de la economía local residía en que sus principales productos de exportación eran “bienes salario”, esto es, que integran la canasta de consumo de la población. Esta característica se sumaba a otro dato estructural. El tipo de industrialización desarrollada a partir de la década del ’60 tendía a generar un rápido crecimiento de las importaciones de bienes intermedios y de capital. Como en los períodos con precios relativos favorables estas importaciones crecían más rápido que las exportaciones se generaban crisis cíclicas en la balanza de pagos que provocaban fenomenales transferencias intersectoriales de recursos. Estos ciclos de “stop and go” fueron estudiados, entre otros economistas, por Marcelo Diamand. La respuesta lógica a las crisis de balanza de pagos era aumentar las exportaciones, pero sucedía que dichas exportaciones que generaban divisas eran, precisamente, los bienes salario que se necesitaban para abastecer el despegue industrial en el mercado interno. La solución, por llamarla de alguna manera, fueron las devaluaciones que aumentaban los saldos exportables, pero no por la mejora en la producción, sino por la reducción del consumo interno. Obviamente, un ajuste tan traumático generaba fuertes conflictos al interior de los distintos sectores de la burguesía y con la clase trabajadora, dando lugar a variadas alianzas que se disputaron el poder, pero sin que ninguna llegue a consolidarse en el control del Estado, lo que impidió la persistencia en un proyecto único.

Ya en 1976, O’Donnell vislumbraba que la modernización del capitalismo argentino sólo podía venir de la mano de una alianza que garantice “de manera simultánea” la acumulación de capital del sector industrial y la conversión del campo hacia el agribussines. Las razones por las que esta alianza, lógica desde una perspectiva económica, no se consolidó es una cuestión compleja que no puede detallarse aquí, pero casi 30 años después, la preguntas de fondo continúan siendo similares. ¿La cosecha record anunciada esta semana es uno de los resultados de la conversión del capital agrario hacia el agribussines? ¿Está el campo en condiciones de acompañar la indispensable reindustrialización de la Argentina? ¿Existe una alianza entre los sectores capaces de conducir la modernización de la economía? En cualquier caso, la peor respuesta sería intuir que la economía se encuentra simplemente en uno de los ciclos ascendentes del “stop and go”.

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