Domingo, 30 de julio de 2006 | Hoy
AGRO
Por Susana Díaz
El Estado no decidió todavía si quiere tener un modelo de desarrollo agropecuario. Los datos macroeconómicos no dejan dudas sobre el singular peso y dinámica del sector. En los últimos 15 años la participación de los productos primarios y las manufacturas de origen agropecuario en el comercio exterior han sido siempre las más importantes. Nunca se dejó de ser un país esencialmente de base agroexportadora. El producto del campo creció, en los últimos 15 años, más rápido que el producto global: 5,7 por ciento acumulativo anual contra 3,4. El aporte a las cuentas públicas y, en consecuencia, al actual superávit fiscal, es significativo e incuestionable. Al margen del mayor o menor énfasis que se ponga en las consecuencias sociales del importante desarrollo tecnológico a su interior, que sin dudas expulsa agricultores por efecto del inherente aumento de la necesidad de escala en las explotaciones, este desarrollo existe y se encuentra en la vanguardia mundial. Pero las nuevas tecnologías son más caras –la famosa mayor concentración orgánica del capital–, provocan concentración económica –una de las también famosas “contratendencias” del desarrollo capitalista– y expulsan mano de obra. Tal el efecto del desarrollo tecnológico en el contexto del único sistema económico existente en el planeta.
Por otra parte, el sistema agropecuario no creció en el vacío. Su punto de partida, a excepción de algunas pocas economías regionales, fue la concentración de la propiedad de la tierra. Lo que hoy existe es consecuencia de ese ayer. Para muchos analistas, esta concentración inicial de la propiedad territorial es la causa principal de que el sendero de desarrollo de la Argentina haya sido diferente al de otras economías con similar “dotación de factores” de partida. Sin duda no fueron el mayor o menor liberalismo, tampoco las singularidades raciales de sus poblaciones, las que determinaron las diversas trayectorias seguidas, por ejemplo, por Canadá o Australia.
Si a la lógica del desarrollo tecnológico en el contexto del capital concentrado se suma la lógica del capital financiero, un fenómeno inherente a la globalización de los mercados acelerada desde finales del siglo XX, el resultado, vía fondos de inversión, pools de siembra y megaempresas agropecuarias, es lo que algunas de las entidades que representan a los empresarios del campo denuncian como “agricultura con carácter extractivo minero”: la aplicación a fondo de capital y tecnología en función de la rentabilidad coyuntural sin tener en cuenta los efectos sociales y ecológicos de largo plazo. En otras palabras, lo que hoy existe es también lo que ocurre cuando la única planificación del desarrollo de las fuerzas económicas queda librada al “mercado”, lo que sin dudas no sucede en los países desarrollados o centrales.
En las cadenas agroindustriales que caracterizan las llamadas “economías regionales” el panorama es similar, pero con particularidades. La relación económica principal al interior de lo que los distintos marcos teóricos denominan cadenas, complejos, circuitos, tramas o subsistemas, admite menos acepciones. Es la que se registra entre el productor primario atomizado y el sector industrializador-comercializador, relación que adquiere carácter de oligopsonio y, en consecuencia, de captación de renta por parte del actor que, a través del control de activos estratégicos, tiene mayor poder de mercado. Esta extracción de renta inhibe la reproducción ampliada del capital del pequeño productor y, en muchos casos, su reproducción simple, lo que muchas veces termina con su expulsión del circuito. La globalización agregó un elemento adicional. Muchas veces, el sector industrializador-comercializador local se integra internacionalmente, con lo que las decisiones de inversión locales son determinadas en última instancia por la estrategia de las firmas globales.
Este conjunto de factores que definen la realidad actual de las regiones pampeana y extrapampeanas se interrelaciona, por supuesto, con una coyuntura internacional favorable, lo que no significa más que un ciclo de buenos precios para los productos con indicios de sostenimiento a largo plazo, en particular por las “revoluciones industriales” en algunas economías asiáticas, como China e India.
El panorama emergente es que, por las capacidades tecnológicas ya adquiridas, condiciones “naturales” y contexto internacional, están dadas las bases para que la Argentina desarrolle sin culpas su potencial agroexportador. Queda para el Estado definir cómo será el manejo de la sustentabilidad social de este modelo, es decir; de qué manera sus beneficios hoy concentrados pueden ser redistribuidos al conjunto de la sociedad en busca de un desarrollo multisectorial armónico e inclusivo. Hasta el presente, la vía impositiva a través de las retenciones cumplió un doble rol funcional al superávit fiscal y al mantenimiento de salarios bajos, esta última, una forma de transferencia intersectorial. Sin embargo la vía impositiva podría rediseñarse, por ejemplo con retenciones diferenciales en vez de homogéneas, en función de una nueva estrategia más equitativa social, sectorial y espacialmente. Claro que primero tal estrategia debería existir.
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