Domingo, 30 de julio de 2006 | Hoy
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Por Marcelo Zlotogwiazda
En su blogspot que denominó Ramble Tamble, en claro homenaje a la banda Creedence Clearwater Revival, el sociólogo Artemio López le dedicó unos párrafos que, mal entendidos, podrían llevar a la falsa conclusión de que el aumento del salario mínimo no tiene ningún impacto favorable sobre los trabajadores en negro. En los apuntes del admirador de John Fogerty se lee que “la diferencia entre salarios blancos y negros alcanza al 63,1 por ciento, modelándose la segunda peor brecha, sólo superada por la de junio de 2004 donde la diferencia entre salarios superaba el 64 por ciento”. Traducido de la escritura vertiginosa y desprolija propia de los blogs, lo anterior significa que el promedio de salarios en negro representa ahora nada más que el 36,9 por ciento del promedio en blanco (437 y 1183 pesos, respectivamente), mientras que dos años atrás esa proporción era aún menor, del 36 por ciento.
Siguiendo las series estadísticas en las que se apoyan esos resultados, se observa que comparado con julio de 2003 cuando el actual gobierno comenzó con su política de aumento de un salario mínimo que estaba en 200 pesos hasta llevarlo a 630, la brecha entre salario blanco y negro no se achicó sino que se amplió un poquito. Algunos malinterpretaron equivocadamente esto último y concluyeron que el salario mínimo carece de impacto sobre los no registrados, porque se agranda la brecha.
En el Gobierno no comparten los números del señor López, al que amablemente le cuestionan pequeños errores metodológicos que les quitan homogeneidad a sus comparaciones. Según las cifras totalmente oficiales, en comparación con el trimestre anterior al primer aumento en el salario mínimo, el actual salario de los trabajadores registrados a jornada completa subió cuatro puntos porcentuales menos que el de los asalariados no registrados. O sea, que la brecha entre blanco y negro no se amplió sino que angostó un poquito.
Pero en cualquier caso, sobre lo que no cabe duda es que ambas variables evolucionaron de manera bastante pareja, con lo cual en principio no hay lógica como para descartar que la política de salario mínimo (que obviamente es de aplicación obligatoria sólo para el empleo registrado) haya impactado indirectamente en los trabajadores no registrados.
Más allá de razonamientos lógicos, los expertos en el mercado laboral conocen los mecanismos prácticos de arrastre que se dan en la realidad entre salarios blanco y negro. Para comprender el mecanismo que consideran como principal correa de transmisión, hay que saber que sobre 3,6 millones de asalariados no registrados, un tercio trabaja en empresas de más de seis empleados que en su casi totalidad son parte de la economía formal. Lo que puede parecer contradictorio no lo es: es frecuente que empresas de la economía formal o visible tengan parte de su personal en negro o que su personal cobre una parte de su sueldo en blanco y la otra en negro. Es obvio que si el salario mínimo tiene impacto dentro de la empresa, ese efecto se extiende a todo el personal. Otro tercio de los trabajadores no registrados trabaja en empresas que ocupan de una a cinco personas, que en casi todos los casos participan en alguna medida de la economía formal. El tercio restante está empleado, ahora sí, en empresas que casi por completo se mueven en la informalidad.
Se podría contraargumentar que el acompañamiento casi a la par que desde hace tres años lleva el salario negro al blanco no tiene relación con el salario mínimo sino con una simple cuestión de oferta y demanda, o en otras palabras, que el salario de los no registrados creció porque creció la economía. En parte debe ser así, pero entonces ¿no vale lo mismo para el salario en blanco?
Más allá de mínimas discusiones metodológicas e incluso de errores, con un poco más de perspectiva histórica lo que sobresale como problema más grave no es la brecha entre blanco y negro sino el espantosamente bajo nivel remunerativo de los últimos, que apenas superan la mitad de la línea de pobreza. Pero la evolución pareja y por encima del aumento del costo de vida que han tenido desde 2003 los salarios blancos y negros se montó sobre una situación muy desigual que había provocado la recesión desatada a partir de 1998 y, en particular, el estallido de la convertibilidad a fines de 2001. Hasta 2003 la crisis había deteriorado muchísimo más el poder de compra de los trabajadores no registrados que al resto, al punto de que incluso tras la recuperación por sobre la inflación posterior a 2003 los salarios en negro acumulan una pérdida real de más del 20 por ciento, mientras los sueldos en blanco recuperaron con creces el atraso que tenían. Es decir que, reconociendo que el rol central que el Gobierno le otorga al salario mínimo en su política de ingresos también extiende su alcance positivo a los salarios informales, asimismo queda en claro que se trata de una herramienta insuficiente para alcanzar resultados socialmente dignos para los asalariados que peor están.
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