DESECONOMíAS
¡Eso es un ministro!
Por Julio Nudler
El principal objetivo con el que Kaja Bendukidze asumió en junio el Ministerio de Economía de Georgia es disolverlo en 2007. Considera, con toda sensatez, que un país normal no necesita un ministerio de Economía. Nótese el parecido con la decisión tomada por el general Lanusse en 1971, cuando suprimió esa cartera considerándola la fuente de todos los males económicos.
Tampoco necesita un país normal, sostiene Bendukidze, una moneda de curso legal. Los inversores pueden usar la que más les guste. Adviértase en este caso la similitud con el multimonetarismo de Cavallo. Pero ocurre que en la Argentina nadie ha ido tan lejos. ¿Falta de convicción, cobardía política, aprensión a las reformas?
El temerario de Kaja, un biólogo que se hizo millonario en la Rusia postsoviética y acaba de retornar a Tbilisi, su ciudad natal, lo quiere vender todo y desmantelar el Estado, rémora proveniente del régimen bolchevique y que ahoga el espíritu emprendedor de sus paisanos que, según sostiene, son mucho más individualistas que los rusos. De modo que clavó bandera de remate sobre todo lo imaginable, empezando por el aeropuerto internacional y siguiendo por la telefónica. Pero si ofrecen buen precio, liquidará también el Teatro de Música y la Ceca Nacional. Está asimismo resuelto a transferir a manos privadas dependencias más raras, como una clínica proctológica o el Ente Regulador Apícola.
“Salvo nuestra conciencia, estamos dispuestos a venderlo todo”, proclama. ¿La tendrá ya vendida? No le importa qué harán los inversores con su dinero. Ya procedió a clausurar el departamento de Política Industrial y la Agencia Nacional de Inversiones. También piensa suprimir un órgano que se ocupa de las Innovaciones y la Oficina Antimonopolio. El afirma con toda razón que si alguien tiene alguna queja por sentir que sus derechos son violados, ahí está la Justicia para atenderlo. ¿Por qué tendría que ocuparse el Gobierno de eso?
Es verdad que con una población hundida en la pobreza, y con dos provincias controladas por rebeldes, Georgia no ofrece un mercado demasiado tentador, pero este ministro, que supo convertirse en la Rusia de los ‘90 en un miembro de la casta de los llamados “oligarcas”, sabe que existen buenos nichos para hacer negocios. No todos comprenden su visionario concepto, y por las mañanas un número creciente de piqueteros georgianos le bloquean las calles que llevan desde su residencia hasta el ministerio. Brillante biólogo de 48 años, magnate arrollador, regresó a su sufriente patria, la misma que defenestró a Eduard Shevardnadze, transformado en un ultraliberal ultramontano, quizá buscando reproducir, a escala reducida, la almoneda en que el aparato estatal ruso fue saqueado sin contemplaciones.