Domingo, 9 de diciembre de 2007 | Hoy
E-CASH DE LECTORES
En su momento Malthus (a principios del siglo XIX) y el Club de Roma (en un informe de 1968 llamado “Los límites del crecimiento”) aseguraban, entre otras catástrofes, que a breve plazo la humanidad entera iba a perecer de hambre porque el crecimiento de la población iría a la zaga de la producción de alimentos. Años después países que sufrían hambrunas periódicas se convirtieron en exportadores de alimentos gracias al desarrollo de nuevas variedades de semillas y de nuevas técnicas agrícolas. ¿Qué dicen ante ese hecho los apóstoles del medio ambiente? Con la misma seguridad con que antes predicaban la muerte por inanición postulan ahora el envenenamiento general ocasionado por el uso de semillas transgénicas. Hasta hace unos años los profetas del ambientalismo anunciaban con bombos y platillos que los gases industriales impedirían el ingreso de los rayos solares con lo que la Tierra se encaminaba inexorablemente a una nueva edad de hielo. Hoy se dice con igual seguridad que esos mismos gases provocan un calentamiento global que matará de calor a todos los habitantes de este mundo. Entre nosotros se predicaba el hundimiento de todo el Litoral argentino si no se impedía a tiempo el llenado de la represa de Itaipú. Ahora se dice, por un lado, que la deforestación del llamado “monte nativo” para producir soja u otros cereales atenta contra la divina Naturaleza. Por el otro se asevera que las plantaciones forestales en el Litoral absorberán toda el agua que hay en el “acuífero Guaraní” antes de que nos la roben los yanquis. Con respecto a las papeleras sería bueno que los que anuncian el Apocalipsis entrerriano se informaran de qué se está hablando. Por de pronto, Gualeguaychú no está sobre el río Uruguay sino del Gualeguay, que desemboca en el Uruguay a unos 11 kilómetros medidos en línea recta desde el centro de la ciudad. Desde el “corsódromo” de Gualeguaychú hasta el emplazamiento de la planta de Botnia hay una distancia de 34 kilómetros. Esto se comprueba mirando las fotos satelitales del programa gratuito de Internet llamado Google Earth. La máxima distancia desde la que se podría ver el tope de la chimenea de Botnia (si ésta midiera unos 100 metros de altura) sería de unos 36 kilómetros en un día claro, suponiendo que la superficie del lugar sea perfectamente plana y que nada se interponga en la línea visual. Dadas esas condiciones (que es mucho pedir), desde Gualeguaychú podrían verse unos pocos metros de la chimenea y nada del resto de la planta. Si la chimenea larga humo sería más que mala suerte que todo ese humo recorriera 34 kilómetros sin dispersarse en lo más mínimo para posarse íntegramente sobre la ciudad matando a la totalidad de sus habitantes. Si Botnia va a producir envenenamientos masivos las primeras víctimas no serán entrerrianos sino los uruguayos de las ciudades ubicadas aguas abajo en la margen izquierda del Uruguay (Fray Bentos, Nueva Palmira, Carmelo y quizás Colonia). Hasta la isla Martín García (separada de la planta de Botnia por 118 kilómetros) no hay ninguna ciudad o poblado argentino sobre la costa derecha del río. Claro que no hay que descartar la posibilidad de que desde Gualestrí se esté tramando un Chernobyl criollo apuntado a Gualeguachú, porque es de público conocimiento que el capital-imperialismo yanqui y el mundo en general, con Dios a la cabeza, se ha confabulado contra la Argentina y particularmente contra Gualeguaychú.
Juan Pedro Valderrey
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