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Domingo, 15 de agosto de 2010

E-CASH DE LECTORES

La Economía

Luego de cada gran crisis se generalizan las críticas y reproches a la economía, cuestionando desde sus métodos y supuestos hasta su propio estatus de saber científico. Y aunque podemos estar más o menos de acuerdo con varias críticas, lo primero que deberíamos preguntarnos es por qué se le reclama tanto a la economía. Desde la equivocación de sus pronósticos hasta la culpabilidad por no resolver problemas como el desempleo y la pobreza. Sin dudas, la razón de estas críticas es que en algún momento de su devenir, la economía generó en la sociedad grandes expectativas como herramienta de transformación y progreso. La cuestión fundamental es entonces interrogarse si esas expectativas están justificadas o no. En este sentido, los propios hacedores de la economía son en parte responsables. Cuando nace la economía, como desprendimiento de la filosofía política del siglo XVIII, esta nueva ciencia tenía la convicción de ser un llamado a develar los mecanismos que regulan el orden natural de las sociedades, y a partir de esto instruir a los gobernantes en el arte del buen gobierno de sus estados. Títulos como La riqueza de las naciones, El amigo de los hombres, El orden natural y esencial de las sociedades políticas, o Constitución del gobierno más ventajoso para el género humano son sólo algunos ejemplos del optimismo y confianza que reinaba en los primeros escritos de los economistas modernos. El motivo principal de este positivismo intelectual consistía en el convencimiento de que el mundo social estaba gobernado no por las leyes del soberano sino por las leyes de la naturaleza, y entonces, tal como lo hacían la filosofía natural y la medicina, la nueva ciencia de la economía política iba a develar las leyes que gobiernan el progreso económico de las naciones. De más está decir que esta visión de la economía como ciencia del progreso moderno duró poco. Las grandes transformaciones ocasionadas por la Revolución Industrial iban a generar también grandes desastres sociales nunca imaginados por los padres de la economía. Fue entonces cuando el espíritu positivista que había inspirado su nacimiento dejó su lugar a un sentimiento de fatalidad crítica y el orden panglossiano de la naturaleza social, a un mundo de lucha por la supervivencia y por el poder de clase. Entonces la economía resultó ser un invento, la extensión ideológica de una determinada cultura histórica, condenada a fenecer en la búsqueda de su propio progreso. De las cenizas de esta desilusión intelectual de la humanidad, comenzó a renacer otra economía, esta vez purificada de todo intento de cambiar el mundo y hacer progresar a las sociedades. Su lenguaje matemático ayudó a mantener sus saberes guardados de divulgadores y panfletistas, pero aquella vieja noción del orden natural continuó inspirándola, convenciéndola de que era posible ser ciencia, la ciencia que estudiaría el comportamiento económico de los individuos en estado ideal, lejos de las arbitrariedades e impurezas del mundo cotidiano. Esta nueva economía no tenía intención de ser una política, sería una axiomática. Y a pesar de su escasa difusión y popularidad, en los claustros donde se enseñaba se intentaba resolver las cuestiones más fundamentales de su nueva arquitectura. Pero con el tiempo, la tentación de dar cuentas al mundo de sus nuevos logros volvió a poner a los economistas en aquel lugar de oráculos del porvenir que quizá nunca habían querido abandonar. Nuevamente, una gran crisis destruyó las torres más sofisticadas de su arquitectura, volviendo a golpear fuerte en su legitimación y confianza. Pero luego de replanteos y escisiones, he aquí a la economía, al pie de nuevas esperanzas y escarmientos. Quizá sea necesario reconocer que no se le puede pedir a la economía que resuelva los problemas que se piensa debería resolver, o entonces, ¿por qué no se cuestiona a los sociólogos por no evitar las guerras o a los psicólogos por no evitar los suicidios?

Manuel Calderón

Profesor de Historia del Pensamiento Económico

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