Miércoles, 14 de marzo de 2007 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A JORGE ACCAME
El escritor y docente, creador de Venecia, habla de Segovia (o de la poesía), la obra que estrenará próximamente.
Por Hilda Cabrera
Como si alternaran claros y oscuros un poeta y un mafioso dialogan sobre asuntos de vida y muerte, y sorprenden cuando transparentan el deseo de avanzar en un mismo sentido. Así, el acuerdo ocupa el lugar de la paliza. La curiosidad de uno por la actividad del otro y la habilidad de cada cual para despertar voluntades construyen esta rareza. En Segovia (o de la poesía), un estreno de Jorge Accame, dramaturgo y poeta, novelista, docente y cuentista, los protagonistas de ese insólito intercambio son el poeta Juan Cízico y el desafiante Fernando Segovia que irrumpe en la casa del vate rastreando a Marina, la amada que lo abandonó para huir con Marcelo Atana-ssi, poeta amigo de Cízico. El carácter fabulador de uno y la mentalidad delictiva del otro se funden de manera insólita dando por cierta la frase de que “la moral depende del interlocutor”. Afincado desde 1982 en San Salvador de Jujuy, Accame confiesa su predilección por los paisajes que lo acercan a la naturaleza. “Los estímulos son distintos en la provincia, y también los códigos”, apunta este profesor de Letras, becado, premiado y con numerosas obras estrenadas, las primeras por el Grupo Jujeño de Teatro. Se le conocen Pajaritos en el balero, Casa de piedra, Chingoil Compani, Suriman ataca y Venecia, “un éxito inesperado”, según el autor. “Es muy azaroso el itinerario de una obra. Escribí Venecia para presentarla en Jujuy con gente amiga. Roberto (Tito) Cossa ofreció un taller en San Salvador y yo participé con Venecia. Tito hizo algunas sugerencias, compactamos la escritura y ofreció traerla a Buenos Aires”, recuerda el autor. La pieza se estrenó en el Teatro del Pueblo, dirigida por Helena Tritek. Más tarde fue representada por otros elencos, argentinos y extranjeros, en Inglaterra, España, Eslovenia, Estados Unidos, Canadá, México, Venezuela, Chile, Brasil y Bolivia, entre otros. En Segovia... –que se verá a partir del miércoles 28 en el Teatro Sarmiento– quedan huellas de la novela de igual título, pero el arranque viene de antes, de una antología de poemas, Cuatro poetas, que el autor publicó en 1999. Se trata de poetas cuya biografía fue inventada por un Accame que, entusiasmado, escribió para cada uno de ellos una novela. La primera fue Concierto de jazz (2000), donde aparecía el personaje de Atanassi. Respecto de si existe alguna relación entre Segovia... y Venecia, el autor señala “el interés manifiesto por el proceso creativo”. En una es la puesta en marcha de una simulación que alegrará el ocaso de una madama, y en otra el armado de un cruce pirandelliano entre el autor y sus personajes. Allí, el autor los desafía: “Pide que le cuenten una historia para que él pueda escribirla”.
–¿A qué se debe este interés por las historias apócrifas?
–La obra partió de una antología de poetas apócrifos en la que hice un trabajo al estilo de Fernando Pessoa. Inventé biografías y heterónimos, nombres surgidos del desdoblamiento de la personalidad.
–¿Qué aportan los heterónimos?
–La posibilidad de mostrar que uno tiene varias personalidades y quién puede resistir el deseo de explorar en cada una de ellas. Sé que es perturbador, pero esta aventura vale la pena.
–¿Cuál es el fundamento del diálogo, por momentos delirante, de Cízico y Segovia?
–Ellos tienen en común el deseo de ser el otro y aprender del otro. En esa relación, uno descubre la violencia y el otro la poesía. Ellos se encuentran de modo casual y acaban necesitándose. Cízico es a su vez el personaje al cual yo, como autor, le pregunto cosas para saber qué sucedió esa noche en que Segovia ingresó violentamente a su casa para buscar algo que le diera pistas sobre la amante que se fugó.
–¿Cómo es su experiencia de autor convertido en personaje?
–Este no es un recurso nuevo en la literatura, pero confieso que ante el Accame del escenario siento vértigo: se me amontonan las perspectivas, porque el desdoblamiento en el teatro es otra cosa. Uno lee en soledad y queda a resguardo en esa experiencia. En el teatro, en cambio, sabe que es al mismo tiempo el autor que se sienta en la platea y el que está en escena. Entonces uno siente que en algún lado las cosas se le confunden.
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