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Viernes, 11 de mayo de 2007

TEATRO › SALO PASIK Y “WALTER”

“En el tema del sida aún hay banalidad”

El actor protagoniza en el Teatro El Grito una obra basada en una historia clínica, que busca sensibilizar al espectador sin caer en el didactismo.

 Por Hilda Cabrera

Los daños que producen el abandono y la falta de contención y las limitaciones de la medicina son temas que se renuevan en Walter, obra basada en un texto del psicoanalista e investigador Enrique Gómez Blotto que inició su segunda temporada con cambio de elenco. Salo Pasik es quien compone ahora al médico que en 1992 tomó por primera vez contacto con un paciente de HIV. Fue a través de consultas que se dieron en el transcurso de un año y medio con un joven estudiante de danza de nombre Walter. La escasa información que se tenía entonces sobre el sida en Argentina multiplicaba prejuicios y miedos tanto en el médico como en el analizado. Sobre aquella historia clínica que Walter autorizó fuera contada, la coreógrafa y dramaturga Silvia Vladimivsky ideó una pieza que rescata el mundo onírico de uno y otro personaje sensibilizando al público sin didactismo. Pasik comparte la actuación con Joaquín Berthold y codirige esta obra que puede verse los miércoles a las 21.30, en el Teatro-Taller El Grito (de Costa Rica 5459), fundado por Virginia Lago y Queli Berthold.

Intérprete viajero desde su participación en Los amores de Kafka, película de Beda Docampo Feijóo que se filmó en Praga y le recordó que su apellido deriva del checo y significa “cinturón”, Pasik se instaló en Italia dirigiendo el Teatro Fantástico de Buenos Aires; trabajó allí como director y docente y recibió el premio Fontana di Roma (1991). En su regreso a la Argentina, participó de He visto a Dios (en el Teatro Nacional Cervantes); Esperando la carroza, del uruguayo Jacobo Langsner; El Inspector; Chicago (2001, en el Opera) y Lejana tierra mía, de Eduardo Rovner y dirigió, entre otras obras, El nombre (otros tangos). En cine, se lo vio en El hijo de la novia y otros films y en televisión en varios exitosos ciclos. El enlace con Italia se mantiene y proyecta estrenar una pieza de autor argentino para la que ya imagina un circuito, pues “los teatros de los pueblos tienen allá mucho público y se aprecia el trabajo de los argentinos”, puntualiza. “Ellos encuentran en nosotros una búsqueda de identidad que en Europa se fue perdiendo.” Pero la obra que hoy lo ocupa es Walter. “La anterior –dice– fue Eclipse de luna, con Cristina Murta y dirección de Daniel Marcove, hace unos años. Por alguna razón quedé emocionalmente agotado y necesité un intervalo. Quizá porque participé en obras de temática muy fuerte y me comprometí demasiado. Siento que la verdad en escena está en el actor, y que el día que empiece a trabajar desde afuera me voy a aburrir como loco.”

–¿Es necesario comprometerse tanto?

–No vivo totalmente el personaje, no soy un psicótico, pero la actuación a fondo me causa enorme placer. No importa si es cine, radio o televisión, un medio en el que hice dos tiras por año y últimamente un telefilm para España y una telenovela que se grabó acá y en Rusia (Tango para el último amor), con actores rusos y unos cuantos argentinos. Un folletín. Es muy interesante lo que está pasando con la tevé. Las empresas extranjeras compran formatos, alquilan estudios... Sería maravilloso que en el teatro se nos ocurrieran formas de producción diferentes.

–Aún sin innovaciones de ese tipo, no lo abandona...

–No, porque soy esencialmente un actor de teatro. Con Silvia (Vladimivsky) estoy trabajando para el ciclo Teatro por la Identidad, integro el elenco de Cremona, de Armando Discépolo, en adaptación de Roberto Cossa, para el Cervantes, y actúo en Todos los judíos fuera de Europa, que dirige Alejandro Ullúa. Es una de las obras de la Trilogía del nazismo, con dos piezas de Patricia Suárez y otra del rosarino Leonel Giacometto. Todas tenían en principio un formato chico, pero las agrandamos porque creemos que merecen más espacio. Uno de los problemas del teatro de Buenos Aires es que son tantos los proyectos que nos esforzamos por resolverlos rápido y no nos damos tiempo para que el trabajo decante.

–Retornando a Walter, ¿el tema sida tiene hoy menos prensa?

–Las cifras demuestran que todavía hay mucho por hacer. Se habla del sida, pero veo que algunos, en el afán por restarle dramatismo, se expresan con banalidad.

–¿Desde dónde lo encaran ustedes?

–La idea fue recrear un relato que surge de cuatro sesiones entre el terapeuta y el estudiante de danza mediante un lenguaje de acciones, más vinculado a la emoción que al raciocinio. Mi personaje es realista, pero está rodeado por la fantasmática de Walter y la propia fantasía. Así es en la vida también: uno vive entre realidades tangibles e intangibles.

–¿Se analiza?

–Tengo más años de análisis que Woody Allen. El análisis es parte de mi búsqueda. A los 18 años ya hacía terapia. Para mí, la terapia equivale a pregunta. El día que deje de preguntarme cosas, “buscaré respuestas en la noche hasta que la vida esté fría”, como escribió un filósofo. Claro que es en la vejez o al final de la vida cuando uno empieza a preguntar por cosas verdaderamente importantes.

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“La verdad en escena está en el actor: el día que trabaje desde afuera me voy a aburrir como loco.”
Imagen: Pablo Piovano
 
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