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Viernes, 11 de mayo de 2007

VIDEO › “VIVO O MUERTO”

Miike Takashi: hay que ver para creer

El director japonés filma una de yakuzas como si fuera El coyote y el correcaminos.

 Por Horacio Bernades

Cuando Dead or Alive se proyectó por primera vez en Argentina, allá por la segunda edición del Bafici, durante la escena final un espectador saltó como un resorte de su butaca y se puso a aplaudir. No era para menos. En esos apoteóticos dos o tres minutos, la idea de levantar la apuesta se lleva hasta tal punto que la película va rompiendo en pedazos el verosímil más o menos realista y deriva en un delirio digno de El coyote y el correcaminos. Unos años más tarde de aquella conmoción local, ocho años después de su lanzamiento internacional, el sello SBP lanza Dead or Alive en Argentina, con el lógico título de Vivo o muerto. Lo hace dentro de su colección de cine asiático de acción, anunciando para los próximos meses Dead or Alive 2 y Dead or Alive: Final, que completan esta trilogía de culto dirigida por el nipón Miike Takashi.

Estrenada en 1999, Dead or Alive es una de las películas que consagraron a Miike en el mundo entero, junto con Audition y la llamada “trilogía de Shinjuku”, saga de yakuzas desconocida por aquí. Filmando activamente desde comienzos de los ’90 para el mercado del directo a video (el llamado V-cinema, muy desarrollado en Japón), Miike saltó al cine a mediados de esa década. A partir de ese momento trabajó febrilmente, siempre a razón de varias películas por año y llegando a completar, en el 2002, siete largometrajes, dos telefilms y un par de videos musicales. Nacido en 1940, la especialidad de Miike consiste en torpedear, subvertir y violar las convenciones del género en el que se desempeñe, como lo demuestran Audition (drama íntimo-pesadillesco-gore), La felicidad de los Katakuri (comedia musical de terror con muñequitos de plastilina) o la propia Dead or Alive, que empezó siendo un policial de encargo y terminó como dibujito de Chuck Jones o Tex Avery.

El comienzo de Vivo o muerto es tan sorprendente como el final. Uno de los protagonistas mira a cámara, cuenta “Un, dos, tres” y lo que viene de allí en más es un frenético videoclip musical de 6 o 7 minutos en el que, a ritmo del más ruidoso rock and roll, se presentan todos los personajes, en media docena de acciones paralelas que incluyen un par de crímenes ultraviolentos. No es otra cosa que la típica secuencia introductoria de toda película de acción... con la única diferencia de que todo está compactado, apretado y comprimido, como en un clip. Ahí queda bien claro qué es lo que Miike hace con los guiones que le entregan (hay que tener en cuenta que suele trabajar en películas de encargo, que vienen con sus guiones escritos y cerrados). Ese clip es lo más parecido, en términos visuales, a agarrar un papel, estrujarlo y revolearlo por el aire.

Es verdad que el desarrollo de Vivo o muerto es, inevitablemente, más convencional que su comienzo y final, porque finalmente el tipo, por mucho que se zarpe, tiene que rendir cuentas a quienes lo contratan. Vivo o muerto es un policial de yakuzas, con la típica estructura en espejo que, a la vez que opone, iguala al villano y su némesis, al estilo Contacto en Francia o Vivir y morir en Los Angeles. El villano es un gangster llamado Ryuchi, que siempre viste de negro, luce jopo y sobreactúa el papel de malo. El héroe es detective de policía, se llama Jojima y tiene problemas en casa, donde duerme en un sillón del living y se preocupa por una próxima operación de su hija, cuyo costo no puede afrontar. Claro que tampoco para Ryuchi es todo color de rosa. Está separado de su novia –una stri-pper que por culpa suya terminará muy, pero muy mal– y acaba de reencontrarse con su hermano menor, al que mandó a estudiar en Estados Unidos y a su regreso abjurará de él, cuando se entere de que es un hampón. Tampoco le espera un buen final.

Pero además Ryuchi es un marginado, no sólo por ser descendiente de chinos, sino porque combate contra un mafioso mucho más poderoso que él. Mafioso al que Jojima terminará recurriendo, para pagarle la operación a la hija. Miike fractura y dispersa tiempos y espacios y rocía la película con su estética de choque, que incluye el rodaje de una porno con perros, una fellatio con ingestión de líquido y una chica que, tras ser violada varias veces, es obligada a flotar para siempre en su propia materia fecal. Después viene el final, claro, con Jojima y Ryuchi enfrentándose como en un duelo de western. Hasta que de pronto uno de ellos se arranca un brazo y... no, eso no se puede contar. Hay que ver para creer.

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Miike levanta la apuesta hasta tal punto que la película rompe en pedazos el verosímil realista y deriva en un delirio.
 
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