Jueves, 3 de septiembre de 2015 | Hoy
CULTURA › OPINION
Por Claudia Piñeiro *
Fui por primera vez a la Bienal del Libro de Río de Janeiro en 2007. O “Livro”, para hacerle honor al idioma del país organizador. Porque eso, el idioma, es tal vez el principal obstáculo para conocer más autores contemporáneos de un país que nos queda tan cerca, que queremos tanto y con el que mantenemos un diálogo mucho más aceitado en otras disciplinas artísticas, como por ejemplo la música. Y viceversa. Más allá de autores consagrados como Jorge Amado o Clarice Lispector (de los que no faltan ejemplares en nuestras librerías), hay otros autores a los que nos cuesta llegar. En ese sentido, valoro iniciativas que aportaron para mejorar el intercambio. De hecho, esta invitación a la Bienal 2015. Pero antes hubo otros aportes. En el campo de lo institucional: el Programa Sur para subsidios a traducciones; el Filba 2011, que fue dedicado a Brasil; la Feria del libro 2014, que tuvo como ciudad invitada a San Pablo. En el campo editorial: la antología Terriblemente felices, nueva narrativa brasileña, Emecé 2007; Cuentos en tránsito o Contos em transito, Alfaguara 2014, antologías en espejo, en Brasil con autores argentinos y en Argentina con autores brasileños; o la interesante novela De ganados y de hombres, de Ana Paula Maia, Eterna Cadencia 2015. Cabe destacar, porque es la barrera a derribar, que tanto la traducción de Terriblemente felices como la de De ganados y de hombres, es de Cristian De Nápoli.
En aquel 2007 no éramos el país invitado, pero al menos estábamos allí tres argentinos: Fogwill, Washington Cucurto y yo. Era una de las primeras veces que la Bienal se hacía en RioCentro, en las afueras, lejos de la playa y de los bares por donde alguna vez se paseó la Garota de Ipanema. El hotel sí estaba frente a la playa, en barra de Tijuca, y todas las mañanas, antes de desayunar, Fogwill iba a nadar a ese mar. Creo que los tres, cada uno a nuestro modo, nos sentimos algo raros. No por la literatura, ni por los autores brasileños que habíamos leído y los que no. No estábamos acostumbrados a ferias organizadas con tanto dinero. La ley de mecenazgo brasileña permite que las empresas inviertan en eventos culturales elegidos a discreción y sin mayores trabas, inversión que luego desgravarán. Y ese aporte se notó en el hotel de lujo en que nos hospedaron, en la oficina de autores de la feria donde nunca faltó nada, en la fiesta de inauguración en el Hotel Copacabana Palace adonde, en medio de mujeres vestidas de largo y hombres de impecable traje, fuimos los tres con nuestro mejor “elegante sport”.
Me traigo de aquella feria el contacto con los lectores brasileños, las charlas con Fogwill acerca de Las teorías salvajes de Pola Oloixarac (que habíamos leído en manuscrito), la simpatía de Cucurto, y un ejemplar de Los Pichiciegos firmado por su autor. Lamentablemente, no pude traer libros de nuevos autores brasileños porque estaban escritos en portugués.
* Escritora.
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