Sábado, 21 de enero de 2006 | Hoy
Conocí a Polo en 1985 en la editorial Abril que entonces ocupaba varios pisos en un edificio del Bajo. Eramos muy jóvenes –yo tenía 22 años, él 21– y, si bien contábamos cada uno con algo de experiencia que seguro sobrevalorábamos, en realidad casi empezábamos en el periodismo. Y lo hacíamos en un lugar raro para comenzar, una editorial que se desmoronaba. Todos esperaban huir, y nosotros entrábamos. Nos hicimos amigos de inmediato, con esa facilidad para la amistad que se tiene a los veintitantos y que después, vaya a saber uno por qué, se pierde. En los cinco años que estuvimos allí, vimos cómo las revistas iban cerrando, se recortaban los gastos, las cosas iban de mal en peor. Cuando entramos, la revista todavía se llamaba Radiolandia 2000 y pretendía ser una especie de revista de interés general, pero de a poco se encaminó a una zona que hoy llamaríamos bizarra: no sólo escándalos sino notas inventadas, y la presencia constante de esa otra farándula, la esotérica; astrólogos y perseguidores de ovnis y miembros de órdenes secretas que, a pesar de habitar el mundo de lo oculto, hacían muy poco por ocultarse. Todo eso reapareció en El otro lado, como reaparecieron otras cosas de su vida. Polo nunca miró esas cursilerías y extrañezas varias desde una altura superior, sino con simpatía; cada uno hacía lo que podía para ganarse la vida y él no acostumbraba juzgar a los otros.
La mayoría de los programas se grabaron de día, y sin embargo El otro lado nos ha dejado la idea de un programa absolutamente nocturno. La noche era omnipresente. El guionista de historietas escribía de noche, las historias se contaban desde la noche. No es lo mismo contar una historia de noche que de día. La noche aumenta la sensación de soledad del que oye y del que habla, y todo parece haber ocurrido mucho antes. La noche nos aleja de las cosas. Hay menos ruido y se puede hablar con calma. La idea de la máquina de escribir sonando en la noche era algo que lo atraía. Las computadoras ya se acercaban, provocando bajas en el campo de las Olivetti y de las Remington, y esa máquina nocturna que se oye en El otro lado es quizás la última que nos entregó la ficción. También eso era el programa: una elegía a las últimas máquinas de escribir.
* Fragmento del prólogo escrito por Pablo de Santis para Polo: el buscador.
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