Miércoles, 7 de junio de 2006 | Hoy
ARIEL BERMANI, LA NOVELA “VENENO” Y SU VISION DE LA POBREZA DE LA CLASE MEDIA DEL CONURBANO
En su libro, reciente ganador del Premio Emecé, el escritor elige contar el descenso a la miseria de la clase media baja “porque desconozco la vida del marginado”. Con referencias autobiográficas, las criaturas de Veneno recorren un camino de vaivenes políticos que arrancan en plena dictadura.
Por Silvina Friera
De aquel pibe de Burzaco que iba a la escuela en Adrogué –y que percibía las abismales diferencias de clase–, de ese chico aislado y sin acceso a los libros, que lo mandaron a jugar al fútbol porque tenían miedo de que fuera raro –eufemismo de puto–, de ese jugador de las inferiores de Brown de Adrogué, torpe y poco habilidoso con la pelota, queda un modo de ser, de estar y de mirar el mundo. Son las marcas de un origen de clase media baja, siempre a punto de caerse del mapa, del sur del conurbano, que acompañan al escritor Ariel Bermani, reciente ganador del Premio Emecé de Novela con Veneno. Quique o “Veneno” (apodo que le pusieron en la Acción Católica) es un poeta de Burzaco al que le gusta tocar la guitarra; un mujeriego, atorrante, pícaro –nunca paga las consumiciones en los bares–, que tiene la costumbre de pelearse, aunque siempre termine más herido que el ocasional contrincante. La contextura física no lo favorece en el cuerpo a cuerpo: es flaco, petiso y con un ojo desviado. El día que cumple los 40, este personaje, que aparecía en la anterior novela de Bermani, Leer y escribir (Interzona), se encuentra con Stella, la única mujer en su vida con la que tiene un asunto pendiente. Un amor platónico, que nunca fue más allá de un par de besos. No es un fracasado: todavía pelea por salir de la inercia en la que vive. Es más bien un antihéroe, por momentos un sinvergüenza insoportable que puede enfurecer al lector.
La novela salta en el tiempo y en el espacio, tiene un formato de capítulos breves y propone una suerte de viaje por un momento de crisis de la vida de “Veneno”. “Me gusta combinar dos elementos: la brevedad y la intensidad, que aparentemente se contradicen”, dice Bermani en la entrevista con Página/12. “Trato de escribir lo más despojado posible para que la historia avance rápido, pero al mismo tiempo la intensidad la pienso por el lado de los personajes, que son bien densos. Cuando escribo, convivo con ellos durante ese tiempo y los tengo muy presentes, y les veo la cara y el cuerpo”, explica el escritor. “La brevedad es una cuestión estratégica de seducción; quiero que el libro lo pueda leer cualquier clase de lector, que pueda entrar sin dificultad y se pueda mover dentro de la historia, que mientras lo lea, sienta que lo que le cuento parece leve, pero al mismo tiempo aspiro a que el volumen de los personajes le dé intensidad.”
–¿Por qué la mayoría de los personajes de sus dos novelas son del conurbano?
–Me formé en el sur de la provincia de Buenos Aires, en Burzaco, pero desde 1990 no vivo más allá y tampoco tengo una relación tan directa con el sur, aunque siguen viviendo mi mamá y mis hermanos. El sur del que escribo ya no existe, pero no importa. Necesito escribir sobre personas que conocí, sobre historias que me pasaron o que me contaron. La literatura es tan vital que tiene que ver con mi autobiografía, y esas personas que conocí las transformo en personajes. Escribo sobre gente de mi pasado, y esa gente está en Burzaco.
–¿Cómo explica el hecho de que sus personajes se desplacen tanto, viajen en tren, en colectivo, caminen?
–Porque están en crisis y en cambio. Aparentemente son antihéroes, tipos que no brillan, que están cayéndose de la clase media y que no tienen futuro. Están aplastados, pero al mismo tiempo se esfuerzan por salir de esa situación. Parto de una imagen real, concreta, que es una persona que conocí. Y después la pongo en esa máquina rara que es la novela, que cuando la estoy armando, desconozco para dónde va a ir. Lo único que sé es que quiero que sea una historia veloz y al mismo tiempo contundente, que deje alguna clase de malestar. Necesito que los personajes se muevan, no los puedo dejar quietos. Tal vez me pasa que me engancho con ellos y quiero que salgan de esa situación desgraciada y de inercia en la que están viviendo.
–A estos antihéroes de clase media baja, ¿se los puede pensar como fracasados?
–No, porque mis personajes no se lamentan, no lloran, es raro que se quiebren o se quejen de su suerte.
–Pero son un tanto violentos...
–Sí, pero es la violencia del cambio, de la crisis. Justamente los tomo en el momento en que están en plena crisis, tratando de cambiar. Pero no son fracasados, no son autocompasivos, no piden nada de los otros, no quieren ser observados con tristeza. El fracasado es un tipo que ya perdió y que no va a salir.
–¿Podría hablarse de un modo de mirar y de escribir que está muy influido por su pertenencia al sur del conurbano bonaerense?
–Sí, porque no es lo mismo criarse en la Capital que en el Gran Buenos, incluso no es lo mismo criarse en Burzaco que en Adrogué. Me crié en Burzaco, pero iba al colegio en Adrogué y veía que las diferencias sociales eran absolutas. Tampoco es lo mismo crecer en los barrios del sur de la capital que en los del norte. Además, no es lo mismo vivir en Palermo que en Constitución. Cuando vine a la capital viví en San Telmo y ahora estoy en Barracas. Mi elección también tiene que ver con la pobreza. Tengo una mirada sobre la pobreza, sobre la pobreza de la clase media muy baja que se cae. No es la pobreza del marginado, porque desconozco la vida del marginado. En realidad escribo sobre mi origen de clase, que marcó mi literatura y mi vida. En mi casa no había libros. Los primeros libros que leí fueron los que yo mismo me compré, y eso te marca un acceso a la literatura y una relación con los escritores y con los libros muy distinta. Tengo una mirada del sur porque todo el tiempo estoy pensando cuando escribo en las calles del sur. No lo puedo evitar. Veo las personas, los perros, las bicis, las calles de tierra y recupero gente que ya perdí, y que seguramente no voy a volver a ver, pero que dejaron marcas en mi vida. “Veneno” fue un amigo mío de Lanús con el que compartí la literatura durante dos o tres años, y lo recuperé escribiendo sobre él muchos años después. Estos personajes ya estaban dando vueltas en mis cuentos, pero terminaron acomodándose en estas historias más grandes, en mis novelas.
–¿Cómo fue su relación inicial con los libros y su acceso a la literatura?
–El primer libro que me partió la cabeza fue Las tumbas, de Enrique Medina. De alguna manera esa literatura realista tan extrema me shockeó, me dio un golpe de vitalidad y de tristeza muy grande. (Jorge) Asís también. Y cuando llegué a los cuentos de (Bernardo) Kordon me movilizó tanto que empecé a pensar que quería trabajar por esos lugares, y el azar me llevó a encontrarme con libros que tenían que ver con la vida que yo mismo conocía. Hice poesía durante muchos años y llegué a la narrativa con ese cuidado por el lenguaje y por la búsqueda de la palabra precisa.
–¿Se siente un escritor realista?
–Me gustaría ser un escritor realista, pero me parece que no quedan escritores realistas. Me gustaría ser Dostoievski (risas), pero en realidad ya no hay positivistas; es imposible pensar con la cabeza con la que pensaban en el siglo XIX. La literatura se abrió y se partió en miles de pedacitos en el siglo XX, y el cine terminó de destrozar toda posibilidad de literatura realista. La etiqueta “género realista” es muy incompleta, dejó de significar. Pero en mi literatura me gusta partir de situaciones realistas, de personajes que tengan un espesor realista, aunque una vez que empiezan a moverse, se van para cualquier lado.
–“Veneno” fue simpatizante de Montoneros, cuando la dictadura había acabado con ellos; alfonsinista hasta que lo expulsaron del radicalismo; militó en el PC y no lo echaron porque se fue solo, desencantado. ¿Hasta qué punto estos vaivenes políticos explican la crisis en la que está sumergido el personaje?
–No quiero explicarlo desde ningún discurso. La política, como el fútbol en la novela, está todo el tiempo. Me gusta seguir a los personajes en ese viaje y, como material de fondo, van surgiendo otros discursos, como la literatura, la política, el fútbol, la pobreza del conurbano. Pero eso aparece como una referencia más. No me interesa hacer una literatura que reflexione sobre nada. Sólo quiero mostrar; en todo caso el que tiene que reflexionar es el lector. Ese movimiento de “Veneno” es muy parecido al que hicieron los de mi generación, los que tienen 40 años, y los que son un poco más grandes: estar en la primaria durante la dictadura, identificarse con Montoneros o con la guerrilla en el ’84, tener una relación mínima de fascinación y de rechazo con el PC, ser alfonsinista hasta el ’85. Después ser troskos y en los ’90 no ser nada, y sentir como si nosotros hubiéramos sido derrotados, como si nos hubieran quedado las secuelas de esa derrota. Mi generación –o muchos de los tipos con los que compartí distintos momentos, porque hablar de generación es muy complejo– vivió cosas parecidas a las que me pasaron a mí, como pasar de la fascinación al desencanto en un período cortísimo de tiempo, y vivir los ’90 despolitizados, y sentir que en 2001 arranca de nuevo la relación con la política. El exterminio fue impresionante en este país: el exterminio de gente, de instituciones. La cultura y la política fueron destrozadas y las personas eliminadas físicamente o expulsadas del país. La trastienda de 1978 no aparece de lleno, sentía que cargarla de alusiones tan directas era empobrecer la historia. Prefiero tener una relación lateral con este tema, tocarlo y seguir. Me gusta que los discursos sociales y políticos aparezcan muy de fondo.
–De hecho, en Veneno, el discurso que más prevalece en el ’78 es el del fútbol.
–Para mí 1978 es el fútbol. Esto puede escandalizar a mucha gente, pero tiene que ver con mi edad. Tenía 9 años y tanto el Mundial como el partido de Independiente contra Talleres (Independiente salió campeón con 8 jugadores), que aparece como fondo de la novela, fueron dos marcas centrales del ’78. Para mi generación, la dictadura empieza en el ’83, ’84; antes era muy chico, ¿cómo darme cuenta de lo que estaba pasando?
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