Jueves, 31 de agosto de 2006 | Hoy
JOHN BERGER Y LA VIDA EN LA CIUDAD
El escritor inglés cerró el Encuentro con una videoconferencia llena de matices.
Por Silvina Friera
“Es uno de los escritores más comprometidos. Su prosa no envejece, tiene siempre la misma edad”, dijo Matías Serra Bradford antes de que el crítico de arte, novelista y pintor John Berger apareciera en la pantalla. El autor de la trilogía de novelas Puerca Tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag pidió permiso para contar un relato. Como un amigo turco cumplía 50 años y lo iba a visitar a su casa, el escritor trató de decidir qué le iban a regalar. Hasta que se le ocurrió dejar estampadas las huellas de los pies de todos los que lo estaban esperando en una hoja de papel. “Pero necesitábamos plumas; no sé por qué me parecía que pies y plumas combinaban bien. Un sábado, el día que mi amigo llegaba, me puse a buscar plumas en la calle, pero no había ninguna. Me acerqué a un barrendero y le dije: ‘Sé que es una pregunta muy idiota, pero ¿ha visto usted alguna pluma? Necesito dos o tres, urgente’. Me indicó por dónde encontrarlas y me contestó que mi pregunta no había sido para nada idiota. Esta historia sólo podría suceder en las ciudades, que están llenas de sorpresas, de lo inesperado, de encuentros y de respuestas”, señaló Berger en la videoconferencia Historias de la calle, que cerró el Segundo Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano.
Si las novelas de Berger son fecundas en reflexiones sobre el camino que siguieron los campesinos, que cambiaron la pobreza rural por la urbana, el escritor comparó cómo es la vida en cada uno de estos espacios. “Las ciudades son lugares de intercambio; el campo, en cambio, está lleno de lo esperado; la sorpresa no está presente. El ritmo está constituido por la reiteración, y hay una sumisión a esa naturaleza cíclica del campo.” El escritor recordó que Eduardo Galeano sostenía que “el hombre exitoso es un hombre que vive en la ciudad, pero que no puede mirar la luna sin calcular la distancia que hay entre la tierra y su satélite”. Cuando Serra Bradford le preguntó por las promesas que ofrece la ciudad, Berger aclaró: “Nosotros usamos la palabra promesa, pero esos millones de campesinos que se dirigen a las ciudades para encontrar la supervivencia de sus familias, a esto no podemos llamarlo promesas”.
Berger explicó que los intercambios en las ciudades se han transformado en impersonales y abstractos. “Hay un nuevo tipo de pobreza, que es la del ciudadano que no tiene medios para ser cliente. Las ciudades son campos de batalla entre ricos y pobres. Pero tenemos que tener mucho cuidado y no confundirnos. No son los pobres los que forman barricadas; son los ricos los que eligen las paredes para estar alejados de los pobres.” El autor de King, una historia de la calle (2000), en la que refleja el destino último de la diáspora rural y la contracara atroz de la utopía urbana, señaló que a causa de la tiranía neoliberal cada vez más lugares han dejado de ser espacios ubicados en algún sitio. “Los habitantes de la ciudad tienen hoy la sensación frecuente de no estar en ninguna parte.” Y nuevamente citó un relato de Galeano, que sucede en Buenos Aires, de un hombre solo, que estaba caminando y hablando con su celular, cuando lo atropelló un colectivo. “Hacía que hablaba porque el teléfono era de juguete”, ironizó el escritor.
Respecto del tiempo, observó que “en las ciudades de la nada” no quedan huellas del pasado. “En el campo, el pasado existe en la palabra, en el habla, en las historias que se repiten y se transmiten de generación en generación. El pasado es una voz continua que sale y entra de una boca a otra”, ponderó el escritor. A la hora de optar por una ciudad, aseguró que prefería Bolonia (Italia). “Es especial porque hay mucha humedad en sus ladrillos, mucho rojo y hasta 1945 fue una ciudad comunista”, bromeó Berger, como buen marxista orgulloso, aunque nunca fue miembro del partido. “Es una ciudad de placeres cotidianos, que son un consuelo para las crueldades de la vida.” Serra Bradford recordó que Berger escribió un ensayo sobre un libro de Naguib Mahfuz, quien murió ayer (ver página 31). “Fue un escritor maravilloso, quizá no deberíamos hablar más durante quince segundos.” Después del silencio en homenaje al escritor egipcio, Serra Bradford le pidió que se explayara sobre cómo definiría el hogar.
–¿Cómo lo definiría usted? –le retrucó Berger.
–Es aquel lugar donde puedo hablar conmigo mismo en voz alta –respondió el escritor y traductor argentino.
“Yo soy muy nómade por naturaleza y esto significa que rápidamente transformo el lugar donde me encuentro en una habitación”, subrayó el escritor, que actualmente divide su vida entre un suburbio parisino durante el invierno y en una pequeña comunidad de campesinos en los Alpes en verano. “La pintura es un hogar para lo visible”, añadió Berger. “Si la historia busca tener algo de autenticidad, tiene que acercarse peligrosamente a lo que está contando, pero al mismo tiempo tiene que alejarse, porque sino no puede encontrar su sitio en la escala urbana.” Aunque nació en Londres en 1926, el escritor hace décadas que no vive en esa ciudad. Pero igual mencionó al escritor Charles Dickens y al pintor Joseph Turner como dos creadores que captaron la esencia londinense. “El río Támesis es fundamental; habría que tomarse un bote y ver a Londres desde el río.” Y, finalmente, por una pregunta del público sobre las Madres de Plaza de Mayo, Berger concluyó: “Respeto y honro a esas mujeres que se opusieron a la locura de los poderosos”.
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