Jueves, 31 de agosto de 2006 | Hoy
LITERATURA › MATILDE SANCHEZ Y LAS BASES DEL UTOPISMO TECNOLOGICO
Por J. G.
Matilde Sánchez, versátil para repartirse como novelista en El Dock y como cronista en La canción de las ciudades, fue además, en el Encuentro, la introductora de un género de reflexión sobre ciudades poco difundido en la Argentina, el utopismo, que imagina o planifica recursos, artefactos y modos de vida posibles en el futuro. Aquí, donde no se publicó ningún libro de William Mitchell, gurú entre los utopistas, el diálogo (pantalla de por medio) entre Sánchez y este investigador del MIT sorprendió por lo imaginativo del diseño de autitos plegables de uso común y edificios con energía limpia. ¿Poco pertinente su difusión en la Argentina, donde ni siquiera el uso de Internet está masificado?
–Si uno piensa en Buenos Aires –contrapone Sánchez, además coordinadora del Encuentro–, tiene una oferta tecnológica parecida al primer mundo. Las autoridades municipales, más que las nacionales, empiezan a ver que no se puede construir el futuro de las ciudades sin considerar al utopismo. Y sin contemplar que, dentro de algunos años, el acceso a Internet será un derecho humano. En la Argentina pronto habrá 30 millones de celulares, y si nos lo hubieran dicho hace diez años, cualquiera lo habría considerado una utopía.
–¿En qué resulta productivo el aporte de los utopistas?
–Tomar contacto con utopistas electrónicos como Mitchell, de un optimismo inveterado y que por momentos parece trivial, es necesario y productivo para ver hacia dónde se dirige la industria o una parte de la industria. Y las elites de los países centrales no son tan excluyentes como se creía hace diez años. India se convirtió en el primer proveedor de teleservicios del mundo y segundo exportador de software. Tampoco es un universo estanco el del acceso a Internet.
–Mitchell, Negroponte, Virilio: ¿gurúes predictivos?
–Mitchell mostró los prototipos de autito plegable que se engancha como carrito de supermercado, apilable como un carrito de aeropuerto. La totalidad de esa utopía nunca va a ser concretada: en las ciudades no va a haber edificios completos con energía limpia, sino un mixto de temporalidad. Pero se encienden chispas que fecundan. Mitchell dice que el nuevo espacio público no va a tener nada que ver con el lugar de la dominación política del ciudadano. Por otra parte no aparece como un privatizador del espacio, está en contra del barrio cerrado. Su visión del espacio público son las raves.
–Pero la rave se privatizó...
–Donde hay gente junta, hay mercado.
–¿Y cómo se adecua este género del pensamiento a la periferia?
–Mitchell se hace cargo de que hay problemas con eso. Alerta sobre los peligros de la ciudad dual, con barrios con acceso y barrios sin acceso que no se comunican. Cree en ampliar el acceso a Internet. Pero hay que ver hasta qué punto compramos el mito de acabar con la distancia a través de Internet. El no lo ve como esclavitud. Estás más cerca de tus amigos, pero también trabajás más de dos horas por día borrando spam, o sos un cero social por no contestar.
–¿Hay nuevos cronistas dando cuenta de estos fenómenos?
–Hay novelistas que tomaron los nuevos géneros, como Daniel Link en La ansiedad o Alejandro López en La asesina de Lady Di. En general, la ciencia ficción se hace cargo. El impacto es demasiado reciente como para registrarlo. Hay visiones todo el tiempo: en el subte asistí a la escena extraordinaria de tres sordomudos cansados de hacer lenguaje mudo, mandándose mensajes de texto.
–¿La tecnología es una deuda de la crónica urbana?
–El cielo de Copérnico no está contado en Shakespeare tampoco. En Shakespeare, la Tierra es el centro. La crónica no se hace cargo del cambio de paradigma absoluto. A mí me cuesta registrar la tecnología cuando escribo. Hay una incomodidad en lo extremadamente contemporáneo. Yo no soy ni siquiera amante del celular. Pero me siento afín a los utopistasen la curiosidad sobre el futuro y en el optimismo, como alternativa a la pesadilla de Blade Runner.
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