Jueves, 31 de agosto de 2006 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A ANDREAS HUYSSEN
Por S. F.
No seamos ni apocalípticos ni triunfalistas. No vivimos tan globalizados como creen los teóricos y fundamentalistas de la globalización. Más bien, dirá el ensayista alemán y especialista en estudios culturales Andreas Huyssen, estamos atravesados por las tensiones entre lo global y lo local, esa mezcla e interacción que Ronald Robertson definió como “glocal”. Parece, entonces, que el mundo está glocalizado en múltiples estratos y jerarquías que existen en el intercambio cultural transnacional. Invitado al II Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano, el autor de Después de la gran división. Modernismo, cultura de masas, posmodernismo, profesor de literatura alemana y comparada en la Universidad de Columbia (Nueva York), admite que hay una obsesión con la palabra global. “Lo que está emergiendo ahora es un estilo global de memorialización en los monumentos y una aceleración de la cultura memorial, que es al mismo tiempo global y local”, señala Huyssen en la entrevista con Página/12.
–¿La modernidad es el primer fenómeno global?
–Sí, es un fenómeno enraizado en el capitalismo. Después están los debates académicos sobre cuándo comienza. Algunos sostienen que fue en Inglaterra en el 1500; otros dicen que en realidad la modernidad intensa empezó con las revoluciones americanas, cuando se formaron las democracias modernas y los estados nación.
–¿Por qué prefiere utilizar la noción de modernidad alternativa en vez de posmodernidad?
–La identificación entre posmodernismo y postestructuralismo nunca funcionó bien, no era realmente adecuada. Después de la gran división, el postestructuralismo fue una arqueología del modernismo, más que algo totalmente nuevo. Por eso prefiero utilizar la noción de modernidad alternativa, porque incorpora la problemática del poscolonialismo y cambia la geografía del debate sobre la modernidad. De esta manera, la modernidad no es algo que pasa en el Oeste y después se impone sobre otras partes del mundo, sino que es algo que emerge en las negociaciones entre el primer mundo y el mundo poscolonial. Hay modernidad en India, en Shanghai en los años ’20; hay modernismo en el arte y en la fotografía en Japón, en el período de entreguerras, y en Latinoamérica están los movimientos de vanguardia de Argentina, Brasil y México. Esos movimientos a menudo aparecen en los libros como “modernismos exóticos”, pero aun así siguen siendo marginales. Pero además de modernidad alternativa, también se usan otras nociones, como la de contramodernidad o la de modernidad líquida. La semiótica es idiota (risas).
–Es raro que no se haya usado la expresión “modernidad emergente”...
–¿Acá la usan?
–No, pero se habla de “países emergentes”.
–Sí, pero ese es el discurso del desarrollo. Es una expresión problemática debido a la distinción que hace Raymond Williams entre emergente y residual. El problema es que si usamos la noción de “modernidad emergente” implica que tenemos que llegar a un lugar donde todavía no estamos. A muchos teóricos no les gusta el término “alternativo”, porque parece que hay una modernidad real y después estaría la alternativa. Se podría usar “suplementario”, el concepto derridiano; lo que muestra Derrida es que lo suplementario es en realidad central a eso que se supone que es suplementario. Lo suplementario constituye el centro. La metrópolis necesita la ciudad colonial para existir como metrópolis y para explotar esa ciudad colonial. Y la ciudad colonial no puede ser moderna sin la modernidad de la metrópolis.
–¿Qué formas culturales son consideradas globales?
–La novela es considerada hoy una forma cultural global. Hay un estudio de un académico italiano que trabaja en la Universidad de Stanford, Franco Moretti, que se refiere a la novela como literatura mundial. Claro que la poesía y el teatro también están en todas partes, pero ¿son globales por eso? Sin duda hay una obsesión con la palabra global. Lo que está emergiendo ahora es un estilo global de memorialización en los monumentos. El Parque de la Memoria en Buenos Aires combina elementos del monumento a los veteranos de Vietnam de Washington con elementos del Museo Judío de Berlín. Hay un estilo global en la arquitectura y el paisajismo del arte memorial, pero los referentes de esta memorialización son muy diferentes: la guerra de Vietnam, el Holocausto y el terrorismo de Estado. Y las temporalidades también son diferentes. En Berlín el Museo Judío se creó casi 50 años después del Holocausto; en Washington, 20 años después de Vietnam, y en Argentina, 14 años después del terrorismo de Estado. Hay una aceleración de la cultura memorial, que es al mismo tiempo global y local.
–El ejemplo de El Parque de la Memoria, ¿sería una experiencia en que lo global, la memorialización, determina lo local?
–Es una cuestión muy interesante. Cuando los argentinos comenzaron a hablar del terrorismo de Estado, necesitaban algún tipo de modelo sobre cómo hacerlo. Y el Holocausto fue el mejor modelo, aun cuando no tenía nada que ver con el terrorismo de Estado. El modelo es nacional, pero cuando es apropiado se transforma en un concepto global, que al mismo tiempo es también local. Por eso la noción “glocal” que acuña Robertson tiene mucho sentido, porque refiere a la tensión permanente que existe entre lo global y lo local y cómo lo local incorpora y resignifica lo global.
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