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Sábado, 17 de marzo de 2007

ROGER WATERS, EN SU SEGUNDA VISITA A LA ARGENTINA

El gran baile en el cielo de Núñez

Actuará hoy y mañana en la cancha de River. El mítico ex líder de Pink Floyd trae su espectáculo Dark side of the moon, aunque el set incluye un recorrido por varias etapas de su trayectoria.

 Por Cristian Vitale

Un hecho del acervo floydiano refresca cuán poco intuitivo puede ser un director de cine en tierra musical, más cuando cree lo contrario. Corría 1970 y Michelángelo Antonioni convoca a Pink Floyd para encargarle, entera, la banda de sonido de su film Zabriskie Point. El grupo la graba, entera, pero en el disco quedan apenas tres canciones. El resto se divide en material de Patti Page, Grateful Dead y los antológicos Youngbloods, entre otros. El hecho, dicen, generó una pelea importante entre Roger Waters y Antonioni, y sumergió al grupo en algunas inocuas fricciones internas. ¿Cuál había sido el detonante?: “La música que hacen ustedes es demasiado triste”. La intuición del italiano fracasó por dos. Uno: Barbet Schroeder –también cineasta– demostró mejor tacto al citar al grupo para ponerle música, en solo una semana, a la historia de una pareja de hippies destruida por las drogas en Ibiza: More. Y volver por ellos, para La Vallee, film étnico ambientado en el castillo de Herouville, Francia, cuyo disco se editó bajo el nombre de Oscured By Coulds (1972). Ambos viajes ambients, más Music from the Body (1970), el debut solista de Waters –cuyo ethos fue musicalizar las funciones del cuerpo humano– lo transformaron en el creativo ideal para ensoñar imágenes con música. Dos: este hombre triste, atormentado, que lideró durante 15 años una de las bandas más brillantes de la historia del rock, aún es capaz de convocar más de 100 mil personas en un estadio de fútbol bastante alejado de Cambridge. Y parece contestarle, todavía, al alegre director cuando dice “me reflejo en el dolor de los demás y ese dolor está reflejado en mí. Es el dolor que me obliga a seguir”.

La retrospectiva no es superflua, porque orienta la mirada hacia la época de una de las gemas que Waters trae para sus dos shows en River, esta noche (entradas agotadas) y mañana (todavía quedan tickets). Si bien –con intencionalidad mediática– la maratónica gira se titula Dark side of the moon, el set incluye un recorrido por varias etapas de su trayectoria. La primera pertenece a los días de trifulca con Antonioni: “Set the controls for the heart of the sun”. Las células palpitan de vértigo sensitivo ante lo que puede generar la parafernalia técnica (sonido cuadrofónico, humo espeso, proyecciones, muñecos volando) junto a la intensa carga atmosférica que Waters imprimió a una de sus canciones más tempranas. Oscura, densa, mántrica, alucinada, “Set the control...” fue grabada originalmente en A Sacerful of secrets (1968) y versionada –en vivo en Manchester– en uno de los discos más enrevesados de los tardíos sesenta: Ummagumma (1969). Para muchos, el ocaso de la psicodelia espacial del primer Floyd, para otros, su proyección como grupo fogonero de la post psicoldelia. Entre las gemas extra –y pre– Dark side también figura “Sheeps”. Extra, porque fue grabada en Animals (1977), y pre, porque, bajo el nombre de “Raving and drooling”, era una de las piezas inéditas, que la banda venía tocando en vivo desde principios de los ‘70.

Es una de las cinco piezas del satírico Animals (1977) en la que Waters dispara munición pesada. Entre los objetos de escena, viaja a las pampas el cerdo que se ha transformado en el símbolo identitario más fuerte en los vivos. Para la liturgia floydiana, el cerdo es el que explota a los trabajadores (ovejas-sheeps) y Waters hace que, en cada ciudad, la gente escriba graffitis sobre él. “Cuando estuvimos en EE.UU., vestimos al chancho con materia desechable humana y la gente alucinaba... era un claro el mensaje contra Bush. Los estadounidenses ya están mirando más allá de su frente. Y en México, la gente escribió contra la construcción del muro. Estoy esperando que los argentinos me digan qué poner”, dijo tras su llegada al país.

El repertorio, ya anunciado, incluye dos canciones del exquisito disco que acabó con la existencia del verdadero Floyd: The final cut. “The Fletcher memorial home” –canción en la que Waters imagina a Reagan, Galtieri (“carne envasada reluciente”) y Thatcher muriendo en un asilo de insanos– y “Southampton Dock”, el muelle-cementerio de soldados, operan como activa memoria de una causa de la que Waters se hizo cargo –con crudo vuelo poético– en aquel disco: el conflicto de Malvinas. Se cumplen 25 años –casi los mismos que lleva como solista– y el bajista mantiene el mismo rencor que lo llevó a componerlo. “Todos saben cuál es mi postura sobre ese conflicto bélico. Hubo movimientos y protestas que podrían haber hecho que las cosas fueran de otra manera y no haber llegado a esa situación. Se sabe lo que siento por Margaret Thatcher, entra en esa categoría de georgebushianos, de gente asquerosa... igual que Galtieri.” Parafraseando uno de sus discos más famosos, Waters señala que hay muchos candidatos para ocupar el lado oscuro del mundo: “Personas con perfiles psicopáticos, cuyo caso más claro es el de George Bush. En realidad, lo que pasa con estos perfiles es que tienen una autoestima personal bajísima. Pretendemos que sea el amor lo que supera esa oscuridad de la naturaleza humana”.

Del mítico, melancólico y maravilloso Wish you were here (1975), grabado con el espectro de Syd Barrett rondando en harapos por los estudios Abbey Road, Waters recreará dos de los tres temas que incluyó en el disco In the flesh (2001). El homónimo y “Shine on you crazy diamond”, más esa perla ácida, envolvente, llamada “Have a cigar”, cuya versión original cantó Roy Harper. La autocrítica flagelante y obsesiva de Roger podría explicar la ausencia de material estrictamente solista. De sus cinco discos como tal –From The Body, The pros and cons of hitch hiking (1984), Radio Kaos (1987), Amused to death (1991) y Ca Ira (2005)– apenas visitará la hermosa “Perfect Sense”, de Amused.... Una pieza de dos partes en la que Waters muestra esos dramáticos giros de voz salidos de un alma atormentada. El rótulo de la gira tampoco excluye a The Wall. De la ópera rock –que Antonioni jamás hubiese imaginado– habrá fragmentos letales para el corazón: “In the flesh”, “Mother”, “The happiest days of our lives”, “Another brick in the wall”, “Vera” –o la apoteosis de la tristeza pintada en bellos colores–, “Bring the boys back home” y “Comfortably numb”, tal vez la única pieza que extrañará –junto a las tres guitarras de “Money”– la presencia del viejo Gilmour.

De manera tal que el recital, que durará más de tres horas, es todo Dark side of the moon junto a 17 bonus multitemporales. Biblia laica, apocalipsis de densidad climática, obra cumbre, ejemplo inaudito de exploración musical, o como quiera identificárselo, Dark side... escribe una historia dentro de la historia. Primariamente titulado Eclipse, A piece for assorted lunatics (una pieza para lunáticos surtidos), fue uno de los primeros discos grabados en 16 canales. Se utilizaron nueve toneladas de equipos para su estreno en vivo. Contó su creador, luego de nueve meses de trabajo en estudio, que el mejor presagio lo recibió de Judy, su mujer de entonces. “Cuando lo escuchó se puso a llorar y pensé: es muy buena señal.” Pero tal vez, el dato de los datos fue el estado ideológico y creativo que provocó la obra en el grupo. Por primera vez, tuvieron mucha plata entre manos y grandes casas en el campo, algo que iba contra los genes marxistas de Waters. Por primera vez, no supieron qué hacer y dedicaron los meses posteriores al suceso, a componer un material ensamblando botellas de vino, cajas de fósforos y gomas de borrar que, por suerte, no prosperó. Por primera vez, una obra superó enormemente a sus hacedores.

Presentarla completa implica no descartar ningún matiz del microcosmos que conlleva. Reubicar a la obra en su esencia: “La puesta en condición emocional total”, como alguna vez definió su creador. En la experiencia multisensorial, que pueden proveer, una tras otra, la tranquila tensión de “Time” con el tecnicismo pionero de “On the run”; el existencialismo de “Eclipse” con la potencia de “Money”. O, por sí sola, “Brian Damage”, la canción del lunático personificada en Barrett pero explicativa de vidas –y muertes– afines. El lunático puede ser, a su manera, Jim Morrison. O Brian Jones. O Jimi Hendrix. O Tanguito. O el mismo Roger, si no hubiera dejado a tiempo de consumir LSD. Pero tal vez sea la etérea “The great gig in the sky” –hoy desprovista de aquella blanca de voz negra (Clare Torry)–, la que conmueva los cimientos de todo ser que pueble River. Volcánica y celestial, pocas piezas como esta puedan ubicar al hombre en el filo de la muerte... en el estado de ocaso placentero –o no– que puede devenir al último orgasmo y entonces ahí sí... si tu cabeza explota en oscuros presentimientos, nos encontraremos en el lado oscuro de la luna.

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Waters, un gentleman atormentado que ya saldó cuentas con su propio pasado.
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