Sábado, 17 de marzo de 2007 | Hoy
CINE › FINAL DE LA COMPETENCIA MARPLATENSE
Mientras que la australiana Ten Canoes se asume como cuento folklórico, la francoargelina Bled Number One intenta disimular esa misma condición.
Por Horacio Bernades
desde mar del plata
Con dos películas provenientes de cinematografías periféricas se cerró la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata, que en su programación suele hacerle lugar a la producción de países no centrales. El film australiano Ten Canoes y la francoargelina Bled Number One fueron las encargadas de clausurar la primera de las competencias oficiales con que desde este año cuenta el FMDP. Al mismo tiempo se completaba también la segunda competencia oficial, la latinoamericana, que a lo largo de todo el festival funcionó en paralelo con la otra y a partir de este año entrega un importante premio en metálico al ganador. Hoy a la tarde será el anuncio de los premios, durante una ceremonia de cierre que en esta ocasión se adelanta varias horas a lo estilado, comenzando las 17.30.
Codirigida por el australiano Peter Djigirr en conjunto con el experimentado realizador holandés Rolf de Heer (que desde pequeño vive en Oceanía), Ten Canoes es una fábula étnica narrada, en off, por ese icono cinéfilo que es David Gulpilil, recordado coprotagonista de La última ola. Si Mar del Plata incluyera en su palmarés un Astor para el mejor narrador, Gulpilil sería el ganador indiscutible, gracias a un despliegue comunicativo que incluye risotadas, notas al pie, comentarios directos al espectador y una enorme capacidad para generar fascinación. Todo ello es esencial, en tanto la película se presenta como el equivalente de una narración oral en la que, como sucedía en tiempos inmemoriales, se cuentan hechos ocurridos en un tiempo mítico.
En dos tiempos, para ser más precisos, ya que lo que se narra es una historia en la que un segundo narrador cuenta otra anterior. Los protagonistas son miembros de una tribu indígena, y el nudo del cuento es básico: el hermano menor del líder de la tribu ambiciona a la esposa más joven de aquél. Ante lo cual éste, astuto, le cuenta un relato que deberá hacerlo desistir. A la dosis de ingenuidad necesaria para que la fábula pueda funcionar, Ten Canoes le suma oportuno buen humor y una metatextualidad que permite convertir lo arcaico en moderno. Como única objeción debería señalarse la excesiva literalidad con que los realizadores abordaron la idea de oralidad, convirtiendo el relato-off, por largos momentos, en amo de la narración.
Mientras que Ten Canoes se asume como cuento folklórico contado a un espectador extranjero, Bled Number One intenta disimular esa misma condición. Lo cual le quita credibilidad y, tal vez, franqueza. Escrita, dirigida y protagonizada por el argelino Rabah Ameur-Zaïmeche, a este relato sobre un joven argelino que tras varios años en Francia regresa a su pueblo no se le puede negar una base real, en tanto la del realizador es una historia parecida. Pero no igual, porque aquí Kamel viene de estar varios años en prisión. Allí se encuentra con que el peso de la tradición, el dogmatismo, la intolerancia y la violencia hacen del pueblito una cárcel tal vez peor que la real. Al mismo tiempo que Kamel vuelve una joven vecina, que acaba de abandonar a su marido. Transgresión imperdonable, como se sabe, en las culturas islámicas. Mucho peor todavía en el caso de la chica, que pretende ser cantante de música occidental.
El problema con la película de Ameur-Zaïmeche es no sólo que la realidad de la que habla es casi un lugar común de la sociedad global, sino que además su denuncia del fundamentalismo musulmán está atravesada por una corrección política muy al gusto de los países centrales. Menos convencional es la dramaturgia a la que el realizador apela, hecha de escenas disjuntas y largos planos contemplativos. Pero eso tampoco será novedad para nadie que esté más o menos familiarizado con el cine contemporáneo, abundante en esta clase de sistemas narrativos. Al mismo tiempo que la Competencia Internacional se cerró en Mar del Plata la Latinoamericana, que presentó en los últimos días dos películas mexicanas, llamativamente interrelacionadas.
El documental Pancho Villa: la revolución no ha terminado presenta a los centenarios ex compañeros de aventuras del llamado “Centauro del Norte”, quienes hablan de aquella revolución como si estuviera teniendo lugar ahora mismo. Por una curiosa coincidencia (o, más seguramente, por habilidad de los programadores de la sección), el film de ficción El violín parecería venir a confirmar el título que su colega Francesco Taboada Tabone le puso a la otra película. Uno de los recientes films latinoamericanos que contaron con más apoyo de festivales y fundaciones internacionales (ganó premios en Cannes y San Sebastián), en su ópera prima Francisco Vargas diluye deliberadamente toda precisión temporal, como forma de plantear la revolución como necesidad sin tiempo.
Los protagonistas de El violín son un hombre anciano, su hijo y su nieto, que, en una época que podrían ser los años ’70, andan por los pueblos haciendo música, al tiempo que participan de un movimiento guerrillero. Con una notable fotografía en blanco y negro e infrecuente cuidado visual, el arrugado protagonista de El violín, que se hace amigo de los militares para pasar armas, es pariente cercano de esos otros hombres de piel apergaminada, que en Pancho Villa: la revolución no ha terminado exhiben orgullosos los trofeos de una guerra que tal vez esté inconclusa.
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