Miércoles, 23 de mayo de 2007 | Hoy
MUSICA › ATAHUALPA YUPANQUI
A quince años de su muerte, el músico y poeta será recordado con varios homenajes.
Por Karina Micheletto
Se cumplen quince años de la muerte de uno de los creadores más importantes de la música popular argentina, Atahualpa Yupanqui, el último criollo. Yupanqui murió a los 84 años en Nimes, un pueblito del sur de Francia. Seguirán pasando los aniversarios y su música continuará sonando. Su obra tiene la potencia de las grandes obras: permanece inalterable, interpelando a quien se anime a acercarse a sus misterios. En todo el país se recuerda la fecha con distintos conciertos y presentaciones, anticipando el gran homenaje que se iniciará el año próximo, cuando se cumplan cien años del natalicio del creador de “El arriero va”.
Más de mil doscientas canciones que siguen apareciendo en forma de inéditos, ocho libros editados, toda la música y la poesía que alcanzó a grabar, dejaron testimonio de una obra que fue capaz de plasmar con belleza –y con la simpleza que suele tener lo importante– una cosmovisión del mundo. Una parte de esta obra lleva un nombre asociado: el de Paule Antoniette Pepin Fitzpatrick, su esposa Nenette. Oculta bajo el seudónimo de Pablo del Cerro, la pianista francesa compuso la música de temas como “Chacarera de las piedras”, “El alazán” y “Zamba de otoño”. El significado profundo de parte de la poesía de Yupanqui es analizado por el investigador tucumano Ricardo Kaliman en el libro Alhajita es tu canto, de lectura más que recomendada entre tanta página de anecdotario que puebla el género.
Por debajo –o por encima, según las circunstancias– de la potencia de la obra yupanquiana, está la potencia del mito que este hombre supo construir. Admirado y resistido, recordado también por lo tajante y filoso de su verbo, no siempre amable con sus interlocutores, supo dejar algunas anécdotas célebres. Una de ellas, la que recuerda Daniel Toro: “Maestro, ¿qué le pareció mi versión de ‘Indiecito dormido’?”, cuenta el cantante que le preguntó, nervioso, cuando al fin lo conoció. “Está bien, paisano. Pero tenga cuidado”, le respondió el autor. “¡Si sigue haciéndolo así me lo va a despertar al pobre indio!”.
El derrotero político de Yupanqui lo llevó a pasar fugazmente por el PC, ser encarcelado y censurado por el peronismo, y celebrar más tarde la llegada de la dictadura de Videla, tal como testimonian las cartas recogidas en el libro Cartas a Nenette, compiladas por Víctor Pintos, que conviene leer en un contexto más ajustando que el de la mera sucesión de cartas y sin extraer oraciones sueltas. Todo un desatino para la posteridad: a la hora de las reivindicaciones, la figura de Yupanqui es una suerte de brasa caliente que distintos sectores deben modelar con cuidado, pero que, más allá de los homenajes oficiales y oficiosos, sigue ardiendo con fuego propio.
En Buenos Aires, la Fundación Atahualpa organizó un ciclo de cine y documental, todos los miércoles de junio a las 19, en la Casa de Tucumán (Suipacha 140). Allí se exhibirán Zafra, de Lucas Demare, que reúne a Yupanqui, Graciela Borges y Alfredo Alcón como protagonistas; Horizontes de piedra, basada en el libro Cerro bayo, y los documentales La querencia y El universo de la guitarra. El ciclo cerrará con una ponencia de Augusto Berengan, quien escribió una biografía de Yupanqui.
Quince años atrás, el cuerpo de Atahualpa Yupanqui era trasladado a la Argentina para ser velado en el Congreso, contra la voluntad del músico, que había pedido que sus restos fuesen cremados. Al homenaje asistieron desde el fallecido boxeador Andrés Selpa hasta Joan Manuel Serrat. Las crónicas de la época recogen las palabras del catalán, ante el acoso de la prensa y la pregunta de rigor: ¿Qué legado le dejó el muerto? “Me dejó la enseñanza de cómo contar las cosas, qué cosas contar y cómo hacerme responsable de lo que cuento cuando canto”, sintetizó. Una enseñanza, por cierto, no menor. La misma que sigue dictando don Atahualpa cada vez que un joven músico se detiene en su obra, aunque después salga a tocar rock and roll.
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