Jueves, 30 de octubre de 2008 | Hoy
CINE › SHARA, DE NAOMI KAWASE, UN NOMBRE ESENCIAL DEL PANORAMA CONTEMPORáNEO
¿Cómo filmar el vacío, el misterio, lo invisible? Ese es el desafío de la directora de El secreto del bosque, que vuelve sobre un tema que la sigue como su propia sombra, el del duelo, y que conlleva a su vez otro que es inseparable: el de la memoria.
Por Luciano Monteagudo
Es verano, un soleado día de fiesta. Parece una tarde apacible, acunada por el canto de los grillos y el sonido de un curso de agua. Dos niños, hermanos gemelos, vienen de jugar en una vieja imprenta y se esmeran por quitarse la tinta de sus manos. Divertidos, se echan a correr y se persiguen mutuamente por los pasajes laberínticos de una vieja ciudad japonesa. La cámara los sigue, siempre de cerca, como si temiera perderlos. Y al doblar una esquina, en una calle desierta, uno de los chicos desaparece, como si con esa ráfaga de viento que repentinamente sacude el cielo y la copa de los árboles, los dioses –más tarde se sabrá que ese día se celebra la fiesta del Jizo, una deidad de los niños perdidos– se lo hubieran llevado con ellos.
¿Cómo filmar el vacío, el misterio, lo invisible? Ese es el desafío de Shara, el notable film de la directora japonesa Naomi Kawase, uno de los nombres esenciales del cine contemporáneo. En ese extraordinario, vertiginoso plano sin cortes que abre la película no sólo se hace evidente la maestría de la cineasta, también están allí las claves de un film de una rara, inquietante belleza, una obra que habla de la pérdida pero también de la esperanza, de la vida que sigue su curso y se abre camino a través del tiempo.
Para quienes han venido siguiendo su filmografía a través del Bafici, del Festival de Mar del Plata o del DocBsAs –porque Kawase no sólo hace ficción, también es una documentalista de una sensibilidad inusual, con un cuerpo de obra que borra las fronteras entre ambos géneros–, la directora japonesa tiene un tema básico, que la obsesiona desde su primer largometraje, Suzaku (1997), y que sigue encarnado en ella hasta el último, El secreto del bosque (2007), estrenado esta misma temporada en Buenos Aires. Ese tema, que la ronda una y otra vez, que la sigue como su propia sombra, es el duelo.
Ese dolor, esa aflicción por los que ya no están y, sin embargo, siguen presentes, conlleva a su vez otro tema que es inseparable del cine de Kawase: el de la memoria. La memoria personal, los muertos que viven en uno, pero además la memoria familiar, la transmisión de las experiencias y de los sentimientos, el tejido de recuerdos y emociones que también forman parte de la realidad, aunque no sea su parte tangible. Ahí está el reto que asume Kawase: materializar lo intangible, darle cuerpo a lo que anida en el espíritu.
A partir del intenso sentido de ausencia, del vacío que provoca la primera escena del film, Shara irá construyendo tenue, lentamente, su red de sentidos. Unos años más tarde, la familia que perdió a uno de sus hijos sigue con sus trabajos y sus días: Shu, el hermano que quedó trunco (el título del film alude, según Kawase, a unos árboles que en el budismo simbolizan la dualidad), es un adolescente que lleva la vida de cualquier otro chico de su edad, pero que todavía no se ha podido sobreponer a esa pérdida, de la que quizá se sienta culpable. El padre parece haber puesto todas sus energías en el trabajo comunitario, en la organización de un festival musical que se remonta a las más remotas tradiciones de la ciudad, Nara, que supo ser la antigua capital del Japón (y que es también la ciudad natal de Kawase, donde ha filmado la mayoría de sus películas). Y la madre –interpretada a su vez por la propia directora, cuando estaba a punto de dar a luz– espera serenamente un nuevo hijo, mientras cultiva no sólo su jardín sino también la discreta amistad de sus vecinos. Será ella quien, finalmente, en un momento crítico, que parecía postergado, enfrentará la situación del duelo: “Tenemos que afrontarlo”, le dice a su marido, como si también se lo dijera a sí misma.
Kawase filma todos estos momentos con la distancia exacta, ni muy lejos ni muy cerca de sus personajes, con intimidad pero también con pudor y respeto. Y cada uno de sus planos –y algunos parecen no tener fin– tiene la respiración necesaria para dar cuenta del mundo y al mismo tiempo reinventarlo, como si la ciudad que la cámara recorre en unos prodigiosos travellings fuera una creación propia, un set imaginado especialmente para el film. Kawase es capaz de pasar, con la misma seguridad, de una escena de delicado intimismo (como en la que Shu recibe su primer beso amoroso) a una explosión de color y sonido, con el festival musical en su apogeo. Todos los matices, luz y oscuridad –esos opuestos a los que el padre alude cuando los convoca en un mismo lienzo con dos ideogramas– están en su film de la misma manera que en el interior más profundo de sus personajes.
9-SHARA
Sharasojyu, Japón, 2003.
Dirección y guión: Naomi Kawase.
Fotografía: Yutaka Yamasaki.
Música: UA.
Edición: Shotaru Anraku, Naomi Kawase y Tomoh Sanjo.
Intérpretes: Kohei Fukungaga, Yuka Hyyoudo, Naomi Kawase, Katsuhisa Namase y Kanako Higuchi.
Estreno en copias en 35mm en las salas Village Recoleta, Arteplex Centro, Belgrano y Caballito, Showcase Belgrano y Norte, Cinema Paradiso La Plata.
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