Sábado, 13 de febrero de 2010 | Hoy
CINE › SE ESTRENO THE GHOST WRITER, TERMINADA BAJO ARRESTO DOMICILIARIO
Su thriller político, parte de la competencia oficial en Berlín, es de lo mejor que el director ha hecho en los últimos tiempos. Pero no pudo caminar por la alfombra roja en Berlín porque su situación judicial le impide viajar fuera de Suiza.
Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
Todavía recluido bajo arresto domiciliario en su lujosa mansión en la villa suiza de Gstaad, por el pedido de extradición a los Estados Unidos a causa de aquel famoso y remoto caso de abuso sexual, Roman Polanski no pudo disfrutar ayer de las luces y la alfombra roja de la Berlinale. Pero su nueva película se ocupó de hablar por él. Y muy bien, por cierto. The Ghost Writer es un thriller político, quizás un poco demodée si se considera el vértigo que le ha impuesto al género la saga del agente Jason Bourne. Sin embargo, a su modesto suspenso le suma no pocos momentos de un humor absurdo muy propios de la personalidad del director, que convierten a la película en uno de sus mejores trabajos de los últimos años. Habría que remontarse a aquel film maldito que fue Amarga luna de hiel (1992) o incluso a las paranoias parisienses de Frantic (1988) para encontrar un equivalente a este Ghost Writer, que no presume de los fatuos aires de grandeza de El pianista u Oliver Twist, por citar sus éxitos más recientes.
Según dan cuenta los medios especializados aquí en Berlín, la producción de la película tuvo casi tantos traspiés como su protagonista, un escritor a sueldo que se ve envuelto en una oscura trama política. Resulta que hace tres años Polanski estaba trabajando en la adaptación de Pompeii, un guión de Robert Harris sobre su propia novela, cuando los desbordes de presupuesto y una inminente huelga de actores echaron por tierra todo el proyecto. Pero Harris –un autor prolífico y muy vendedor en los territorios de habla inglesa– se quedó con las ganas de seguir trabajando con Polanski y le envió el manuscrito de una novela aún inédita que había estado escribiendo, según reconoció, bajo la influencia del director. “No tiene volcanes, pero está buena”, contó Harris aquí que le dijo a Polanski. Y no tardó mucho en convencerlo. El problema, sin embargo, fue reunir el presupuesto (32 millones de euros) solamente en territorio europeo, sin recurrir al financiamiento de Hollywood.
Con el respaldo de sus viejos amigos, los productores franceses Alain Sarde y Robert Benmussa, Polanski pudo empezar a filmar The Ghost Writer en febrero del año pasado y, con la rapidez que lo caracteriza, para agosto ya tenía no sólo todo el material rodado (en los Estudios Babelsberg, a pocos kilómetros de Berlín), sino también montado un primer borrador. Pero en septiembre, a pedido de un fiscal de la ciudad de Los Angeles, Polanski fue arrestado en Suiza y la producción tembló. Algunos inversores evaluaron retirarse, pero el equipo defendió la continuidad de la película: diariamente, Polanski recibía en su celda de Zürich DVD con el material, al que él iba sugiriendo cambios y proponiendo mejoras en la edición y en la banda de sonido, un trabajo que luego completó desde su chalet en Gstaad.
Visto hoy, el resultado es una película firme y consistente, que tuvo el aplauso de la Berlinale y que demostró que, aun en condiciones difíciles, Polanski puede entregar con una mano atada lo que muchos otros no consiguen con las dos libres. La anécdota es bien simple. A un ghost writer joven y con la reputación de ser veloz y discreto (Ewan McGregor) le hacen una oferta que no puede rechazar: 250 mil dólares a cambio de entregar en menos de un mes las memorias de un ex primer ministro británico (Pierce Brosnan). Para ello tiene que trasladarse a una isla remota en la costa estadounidense, donde el político vive literalmente enclaustrado, como en una fortaleza. No más llegar, el escritor descubre que hubo antes otro escriba asignado a esa tarea, pero que murió en un accidente demasiado sospechoso. El celo de los colaboradores del político y las medidas de seguridad con que son preservados sus documentos lo preocupan, pero él mismo se resigna: “No soy un periodista de investigación”. Le basta con hacer el trabajo por el que le pagan. Pero cuando está intentando hacer precisamente eso, estalla en Gran Bretaña la denuncia de que su biografiado habría autorizado vuelos clandestinos de la CIA y torturas a sospechosos de terrorismo, con lo cual su anfitrión es acusado de crímenes de guerra.
Hay varios ecos que resuenan en The Ghost Writer. El primero es el de Tony Blair, que atravesó acusaciones semejantes durante su alianza con la administración Bush, y a quien el escritor Robert Harris conoció de cerca, cuando trabajó como periodista cubriendo muchas de las reuniones del premier británico en 10 Downing Street. Otra reverberación tiene como protagonista al propio Polanski. En una escena muy celebrada ayer en el Berlinale Palast, el ex primer ministro es informado por sus abogados de que la causa judicial es seria y que por su encuadramiento legal puede ser perseguido por el Tribunal Internacional de La Haya. “¿No puedo viajar?”, pregunta el presumido político. A lo cual sus asesores le responden que debe permanecer únicamente dentro del territorio estadounidense, porque no reconoce esa jurisdicción. El caso es exactamente el contrario al de Polanski, quien, si hay un país que no puede pisar, es precisamente Estados Unidos.
Como recién es la segunda jornada del festival, resulta más que prematuro pensar qué puede pasar con The Ghost Writer en la competencia, aunque difícilmente el jurado la considere para los premios, porque antes que nada es un thriller, que no suelen cotizar muy alto en los festivales. Pero se sabe que fue el propio Polanski quien autorizó a que la película fuera en concurso oficial, a diferencia de Martin Scorsese, de quien este fin de semana se verá aquí en la Berlinale La isla siniestra fuera de competencia, por su pedido expreso. Los nombres consagrados, es cierto, tampoco suman puntos a la hora de los premios. Polanski recién era una revelación cuando se llevó el Oso de Plata: Premio Especial del Jurado 1965 por Repulsión y al año siguiente el Oso de Oro a la mejor película por Cul-de-sac. Ahora, en cambio, como el político de su nueva película, es un hombre famoso, acusado en los tribunales y acosado por los medios, recluido en su mansión. Sin embargo, desde allí sigue dando pelea.
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