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Martes, 13 de septiembre de 2005

PLASTICA › JUAN BATALLA EN LA GALERIA LORETO ARENAS

De las batallas circulares

La construcción de obras que evocan rituales y simbologías a partir del reciclado de neumáticos usados.

 Por Fabián Lebenglik

Los escudos, círculos, totems y piezas colgantes que Juan Batalla (1967) exhibe en la galería Loreto Arenas se imponen con una presencia teatral ante la mirada del visitante. Tal efecto no sólo está dado por la naturaleza de las obras, por sus relieves y patrones geométricos, sino también por el excelente diseño de montaje, realizado por Gustavo Vásquez Ocampo. En este sentido, la teatralidad se logra por la iluminación y la distribución de las piezas en el espacio (colgadas a distintas alturas, ya sea en la pared o suspendidas del techo), pero especialmente, destacando la condición misma de las obras de Batalla, que evocan ciertos rituales afrolatinoamericanos, ciertas difusas características arqueológicas, determinada corporeidad y volumen que aparecen como ambiguamente amenazantes y cargadas de simbolismos. El propio título de la muestra, Igbalé, el bosque de los ancestros, remite inevitablemente a tales campos de significación.
Cada una de estas piezas presenta sus rugosas superficies recubiertas de múltiples fragmentos yuxtapuestos en diseños de corte constructivo. Los relieves, a su vez, lucen como un alfabeto de formas cuyos motivos oscilan entre la repetición y la diferencia.
Entre la yuxtaposición, el entrelazamiento y la superposición, unos pocos segundos después de haber visto los fragmentos que recubren las piezas se advierte que son recortes de neumáticos de bicicletas usados.
Y las cubiertas de neumáticos colocan estas obras en diálogo con la obra de la artista mexicana Betsabeé Romero, de quien hace un par de meses se pudo ver en Buenos Aires una muestra en el Centro Recoleta.
Si bien la artista mexicana utilizaba los neumáticos de automóviles en otro sentido, es decir, ahondando en el mundo del automóvil, en la cultura mexicana y buscando agotar los sentidos derivados de ese mundo, el punto de convergencia de las materias primas de ambos artistas es notorio.
En el caso de Juan Batalla, los neumáticos de bicicleta son utilizados por fuera de los sentidos asociados con su función original. En ambos artistas se resalta la condición de matriz de las cubiertas de vehículos, capaces de dejar huellas reconocibles. La impronta del grabado y la referencia a la acción de estampar resultan patentes. Una de las obras de Batalla, presentada al modo de una instalación, deja su huella sobre una pequeña superficie de arena, que espeja el patrón geométrico y lo reproduce, en negativo.
El reciclado de los fragmentos de caucho que componen cada obra es también una apelación directa a la cultura latinoamericana, a la reutilización de objetos en desuso, generalmente adaptados a otra función, con nuevos sentidos. Por ejemplo, la manera de reciclar materiales de desecho que toman funciones estéticas o vuelven a circular bajo la consigna de alguna práctica ritual o religiosa. El reciclaje, de maneras múltiples, resulta en este punto un sistema de pensamiento y funcionamiento que se volvió constitutivo de la cultura y la economía latinoamericanas.
Parte de los diseños que lucen los fragmentos de caucho provienen, en muchos casos, de la importación indiscriminada de bienes que era regla durante los años noventa. En este punto, los relieves rescatados por el artista en bicicleterías del Gran Buenos Aires, revelan a veces curiosas improntas, cuyas formas remiten, por ejemplo, a la naturaleza.
Y del reciclado se pasa a la circularidad de las formas. Todas las piezas contienen o exhiben su circularidad y de allí –de la literalidad del rodado se pasa a su sentido segundo– a la circularidad en su acepción simbólica.
A la vez, las piezas circulares de pared también juegan a la heráldica, salvo que en este caso la genealogía no describe en términos cifrados ningún real linaje, ni conquistas, ni posesiones territoriales, ni una larga prosapia. Aquí, en cambio, las huellas se corresponden con el pedaleo de quienes recorren la ciudad en el más popular y elemental de los medios de transporte. El pedaleo y la tracción a sangre fueron gastando las superficies de los neumáticos hasta cargarlos de tiempo de uso, de transpiración, de ejercicio, de recorrido: de historia.
El artista apenas cepilla los fragmentos utilizados en sus obras. Sólo saca lo que sobra. Porque aquí no hay superficies brillantes ni pulidas, sólo hay la huella del desgaste y su pátina del tiempo.
Luego de las descriptas obras de pared, hay otras dos series de piezas dispuestas en el espacio de la galería. Obras de pie, que consisten en troncos recubiertos de neumáticos; y obras colgantes, que lucen como extraños objetos de vestuario. Esta disposición (pared, piso, techo) establece un ritmo visual y formal que ocupa distintas secciones de la sala, generando diálogos y contrastes marcados, aunque se trata siempre de la misma fragmentada materia prima.
Tales contrapuntos van escondiendo el espacio y el ritmo de la mirada, de modo que aquí el montaje utiliza una variada museología: tanto el lenguaje de las artes visuales tradicionales, cuanto el de los museos históricos, arqueológicos o del vestido, entre otros cruces posibles.
Las piezas de pie conforman cada una un tótem (un tronco recubierto) que remata en su límite superior en una suerte de extraño tocado. La verticalidad, la escala y las extensiones de cada obra remiten a formas antropomórficas y allí, podría decirse, comienza a jugarse la teatralidad del conjunto. Y si esta serie brota del piso (dado que son piezas sostenidas por una base), la serie colgante dialoga de un modo directo y complementario con aquella otra. En este caso se trata de círculos de los cuales penden flecos. Cada pieza –dice Julio Sánchez en el catálogo, glosando el relato de Batalla– “evoca a Egún, al espíritu del muerto, que se aparece sin rostro, con faldas inquietas”.
Si por una parte la obra de Batalla evoca rituales y simbologías que provienen de las prácticas sincréticas de la religiosidad africana y latinoamericana, en su factura remiten al constructivismo rioplatense.
El artista vivió un tiempo en Uruguay y allí se le colaron los elementos constructivos, así como en Brasil fue testigo de ceremonias de raíces africanas.
A su vez, el año pasado Batalla editó junto a su colega Daniel Barreto un libro con textos e imágenes sobre San La Muerte, en el que se muestra y se reflexiona acerca de ese fenómeno de religiosidad y su manifestación en el arte popular en la zona mesopotámica, del litoral y en Paraguay. “La primera lectura que hicimos –dicen Batalla y Barreto– fue la de que nos encontrábamos frente a un núcleo de experiencias estéticas, mágicas y psicológicas superpuestas, una acumulación sin fin de sustratos que se alimentan, niegan, afirman y modifican entre sí”.
Experiencias de vida, a las que se agregan experiencias de viajero, confluyeron en Batalla para la elección de un material revelador. Así, varios de los principios funcionales que se desprenden de un neumático de bicicleta usado –matriz, impronta, huella, circularidad, reciclado– fueron aprovechados por el artista para generar su obra sin perder aquellas características (sumadas a sus experiencias), aunque reutilizándolas con nuevas funciones y sentidos. (En la galería Loreto Arenas, Juncal 885, hasta el 30 de septiembre.)

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El itinerante, 166 cm, 2005. De Juan Batalla, 2005.
 
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