DIANA BELLESSI HABLA DE “LA REBELION DEL INSTANTE”
“Esta realidad entra en todas partes, incluso en la poesía”
La poeta admite que “ninguno de nosotros puede contar demasiado lo que sucede” en los sectores más desprotegidos de la sociedad, pero su libro tiene la virtud de tocar la realidad más dolorosa sin perder la belleza.
Por Silvina Friera
Es imposible domesticar a Diana Bellessi, esa “gringuita” que nació en el campo santafesino y que desde niña siempre tuvo la oreja adherida a la copla rural y a la canción. Quizá su voz parece haberse suavizado con los años, pero sus poemas son faros que iluminan y agitan la poesía argentina. “Caen las plumas, pero no las mañas”, podría decirse parafraseando los versos de un poema de su nuevo libro, La rebelión del instante (Adriana Hidalgo). “Yo soy como los indios y los niños: cuando me toman fotos siento que me sacan el alma”, bromea la poeta antes de entregarse a la sesión fotográfica, que incluye a su perra Talita, una fox terrier “famosa” para algunos vecinos de Palermo que la han reconocido, en más de una oportunidad, por las fotos publicadas en otras entrevistas que le hicieron a su dueña. En el departamento tipo casa de la calle Fitz Roy donde vive Bellessi (“yo vine cuando era Palermo Maldonado y ahora se convirtió en Hollywuchito”, aclara) hay un jardín que se asemeja al que aparece en sus libros: un ciruelo, muchas variedades de helechos, lazos de amor, misioneras y alegrías del hogar, entre otros árboles, plantas y flores que ella cuida, retoca y vigila como lo hace con su poesía.
La rebelión del instante muestra la plenitud de una voz y de una escritura que apresa con intensidad –y perfecciona– la pasión por nombrar un presente que incomoda y que duele. Organizado en cinco zonas poéticas, los poemas de Bellessi tocan y elevan a sus lectores con la delicadeza de lo real. “La marca de la historia y del presente inmediato ha estado siempre en mi escritura, conviviendo con los otros poemas que tienen que ver con una mirada campesina o plantada más en la visión de la naturaleza”, explica Bellessi en la entrevista con Página/12. “En una página de un diario aparece la demonización a los obreros desocupados y dos páginas más adelante se publican las estadísticas: 6 millones de argentinos viven con apenas 2 pesos diarios, y 5 millones lo hacen con 4 pesos diarios. La realidad es tan escandalosa que cómo no va entrar en todas partes, incluso en la poesía”, plantea.
–¿La poesía tiene más dificultades para dar cuenta de ese presente?
–El arte en general tiene problemas con la inclusión del presente. La dictadura militar fue un cross en la mandíbula de la literatura argentina. En la narrativa de los años ’80 y ’90 se ve con claridad el tremendo agujero negro que produjo la dictadura. Y sin embargo, la poesía siguió con una salud despampanante. Creo que la poesía no es un género que tenga dificultades con las tratativas de lo real o que se paralice. Me parece que su cualidad de valija portátil y asalto al tiempo la deja en mejores condiciones para seguir viva en los momentos más críticos de la historia. Pero el arte en general procesa más lentamente, y por desvío, lo que está sucediendo en el espacio social. Picasso decía que él no podría haber pintado el Guernica mientras estaban cayendo las bombas en Guernica.
–Lo mismo sucedió con los artistas de su generación que enmudecieron o dejaron de escribir.
–Fue una situación terriblemente crítica que no pasó sin dejar huellas en todos nosotros. La dictadura implicaba la desaparición de cuerpos y almas, de pensamientos y de relaciones entre la gente. Todo esto me produjo un enmudecimiento, pero no sólo a mí. Mi hipótesis personal es que la poesía básicamente comparece con una metáfora, la narrativa también, pero es una metáfora que se abre en duración, que cuenta una historia, y en períodos terribles como el de la dictadura militar la capacidad de historización es mucho menor y lleva tiempo recuperarse. En cambio la poesía, que pega ese salto al tiempo, que se hace presente en el instante, más que en la extensión o duración, parece mantener su capacidad productiva.
–¿Qué marcas dejó la dictadura en su escritura?
–Modificó mi mirada y mi escritura. En Tributo del mudo aparece el doblez de la metáfora: alude a un vecino y amigo mío que era efectivamente mudo, y a la mudez que imperaba. Fue escrito en hilachas, lentamente, son poemas breves y más bien fragmentarios que están denotando lo que sucedía. Yo opté por no irme, me quedé en una isla del Delta, y en consecuencia apareció ese paisaje, que en el libro plantea un juego travesti con la poesía china. Aunque no hay una gran denotación discursiva, la sangre está presente todo el tiempo: los rojos son siempre rojos de sangre, el agua del río navega con la sangre. Hay una presencia del horror, a pesar de su apariencia bucólica.
–¿Qué representa el jardín, que además del título de un libro de poemas, es casi un espacio recurrente en su obra?
–Es una pequeña naturaleza recortada y manipulada en un espacio urbano. También representa la ley; para poder tener un jardín tenés que podar, decidir, sacar, es una ley que trata de cuidar y de no ser tan opresora. Pero no es la pasión del monte o del bosque, de la naturaleza desmedida o “el hechizo del exceso”, diría Lezama Lima. También implica lidiar con lo real, con lo que se pudo o con lo que no se pudo, para seguir teniendo una noción de futuro, que es un poco lo que hemos tenido que hacer los sobrevivientes de la generación que atravesó la dictadura y todo lo que siguió después.
–Sus poemas trasmiten la sensación de que son epifánicos. ¿Los poemas “salen” de un tirón o hay un proceso más elaborado?
–Salen de un tirón. Luego hay pequeñas y minuciosas tareas dentro de esos poemas, cuyas estructuras centrales no son tocadas. El poema, en mi caso, siempre viene con una frase que se convierte en un verso y que trae su propia música, que nace con un tono. Nunca escribo un poema en tandas, siempre la estructura nace completa.
Bellessi ofrece mate, galletitas, queso untable y miel. Confiesa que el título del libro, La rebelión del instante, le parece un poco pomposo. “Nunca pude modificarlo porque se empezó a llamar así y no pudo llamarse de ninguna otra manera”, señala la poeta. “Hay rebeliones múltiples: desde lo subjetivo, en las calles, en la mirada, en la consideración de la ética personal. Pero no son rebeliones premeditadas, que apelan a una larga duración, sino que la fuerza consiste en eso que sucede en el instante”.
–¿Por qué considera que el título es pomposo?
–Yo autoironizo, exagero. Es una frase que suena muy romántica, “la rebelión del instante”, aunque soy bastante romántica en ciertos aspectos de la herencia del Romanticismo, sobre todo, en sus orígenes, por el uso de los idiomas nacionales y locales y por el interés puesto en el anarquismo y en las rebeliones populares de la época. No tanto en los aspectos más feéricos de lo nocturno. A mí me gustan títulos más secos, que el lector abra los libros y se arregle con ellos. Pero los títulos son una cosa extraña, no son lo que uno quiere sino lo que se impone. El instante estaba presente todo el tiempo, además de la sensación de rebelión que tenía contra todo, sobre todo contra mí misma. Cada libro va construyendo un personaje en el autor, que es una rebelión contra el personaje anterior que permite el nacimiento de otro.
–¿Contra qué personaje se rebelaba?
–Hay un libro reciente que quiero mucho, La edad dorada, en donde me parece que se hizo todo lo que se podía hacer, que para mí es muy significativo. El libro construyó un personaje que se ligaba con la tradición de la ruptura, en la cual nací, y con una tradición previa a la ruptura, con la entrada a una edad madura y con una especie de mirada sabihonda frente a las cosas que a mí me tenía harta. Suelo citar a Rimbaud y a veces digo: “Bueno, bueno, ya estoy vieja, por qué no me dejan dormir un rato en los gladiolos” (risas). Pero son los mitos folclóricos del autor, más que los del libro.
–¿Esa visión romántica aparece en los poemas que aluden a los piqueteros? ¿Es un modo, además, de rebelarse ante los enfoques que demonizan a los pobres?
–Lo real nunca tiene un solo color. El que mira tiene derecho a levantar el color que quiera. Lo que no me parece es que esto sea una mera mirada romántica que ve la belleza piquetera donde no la hay. Creo que esa belleza está y que nadie me venga a decir que no es real. Para mí es una belleza proyectiva porque vengo de una familia humilde de origen rural; no quiero tener una mirada Segundosombrista sobre esto, pero tampoco veo por qué tengo que ser condenada a ver sólo rasgos miserables, que los hay también porque la pobreza los genera, y por qué cualquier mirada que ennoblece tiene que parecer romántica, que es como decir falsa.
–Hay momentos muy irónicos en el libro, “el verso ornado y tan cobarde no encuentra sendas de ser directo”, en los que se trasluce una preocupación de cómo hablar o dar cuenta de estos años. ¿Qué límites encuentra?
–Son límites descomunales. Tengo los privilegios de tener una casa y comida, de escribir y de vivir una vida todavía de clase media agarrada a la viga enjabonada, y lo que está ocurriendo sucede detrás de esas fronteras. Ninguno de nosotros puede contar demasiado lo que sucede allí. En ese sentido está el constante requerimiento de decir algo y la total certeza de que soy la más inadecuada de las personas para llevarlo a cabo porque no vivo los campos de exterminio de la desocupación, no sé lo que es el día a día en el conurbano, comiendo lo que se encuentra y sobreviviendo por milagro, con una subjetividad maltratada al máximo. ¿Cómo vive y cómo sobrevive una subjetividad en esas condiciones? Es algo de lo que no tenemos idea. El sujeto que vive esta barbarie terrible es difícil que pueda enunciar o decir lo que está pasando. Entonces uno, subido a una línea tendida sobre el abismo, intenta sembrar algo. Pero no sólo por un gesto de voluntad, sino porque uno es capturado emocionalmente. Sólo así se puede escribir un poema.
–¿Su origen humilde la ayuda a meterse en esos lugares?
–Me lleva a conmoverme emocionalmente. Pero en mi origen, campesino, pobre, la comida y el techo no faltaban. Mis padres se esforzaron y un poco llevados por la ola de bonanza del primer peronismo, cuando había plata y trabajo en la Argentina, lograron que yo llegara a la escuela y finalmente a la ciudad letrada. Puedo hablar de esa experiencia, pero no sobre la pobreza del presente. En realidad sé que puedo decir algo, desde un sitio de identificación, pero no más.