Miércoles, 9 de agosto de 2006 | Hoy
TELEVISION › ANDRES KUSNETZOFF Y LAS IDEAS DETRAS DE “ARGENTINOS POR SU NOMBRE”, SU NUEVO PROGRAMA
El programa que estrena mañana a las 23.30 por Canal 13 es una continuación de “Somos como somos”, aunque su conductor marca diferencias: “Queremos tomar la realidad y darle opinión”.
Por Emanuel Respighi
Cargando sobre sus espaldas la pesada mochila de haber trabajado en la TV casi la mitad de su corta vida, a primera vista Andrés Kusnetzoff no parece estar transitando los 35 años, esa ambigua edad en la que uno no se siente viejo, pero mucho menos adolescente. Las All Stars blancas con las que se mueve con calma, el jean gastado y la remera azul estampada de Batman dicen mucho más sobre su persona(lidad) que la edad que figura en su documento. “Cuando era chico creía erróneamente que ser adulto era vestir traje y trabajar en una oficina todo el día”, cuenta, incrédulo, ante aquel razonamiento infantil. “Hoy –explica– creo que ser adulto es otra cosa, que tiene que ver con las responsabilidades que tenés y la libertad económica. Ni la vestimenta ni los rótulos hablan acerca de la adultez de alguien. Toda mi vida me voy a poner una remera de Batman. Ser adulto no pasa por ponerse una camisa.”
Alejado de cualquier protocolo, Kusnetzoff vuelve mañana a la TV en su nuevo rol de periodista, conductor y productor de “Argentinos por su nombre”, el ciclo periodístico que estrena Canal 13 a las 23.30. Suerte de continuidad de “Argentinos, somos como somos”, el último programa televisivo que lo tuvo como conductor, en este nuevo ciclo el ex enfant terrible como notero de “CQC” vuelve a posar sus ojos en los argentinos, esa materia inacabable y compleja que se transforma día a día. Buscando explorar sus propias inquietudes espirituales y artísticas, esta vez Kusnetzoff no trabajará para otro, sino que será él mismo productor de “Argentinos...”, a través de Mandarina, la productora que este año abrió junto a Mariano Chihade (ex director general de Endemol y ex gerente de programación de América) y Juan Cruz Avila. Un regreso a la pantalla chica después de dos años de dedicarse con exclusividad a Perros de la calle, el ciclo que todas las mañanas, de 10 a 14, conduce por Radio Metro.
–El Andy mediático se satisface con las cuatro horas diarias de radio, que me bastan para hablar sobre lo que me pasa, los temas que me interesan y opinar sobre lo que pasa en el mundo. Pienso que además de trabajar hay que disfrutar lo que se hace. No necesito estar al aire todo el tiempo. Mi vida no es parte de un reality. Cuando tengo un proyecto copado, me subo a la TV. De lo contrario, me basta con la radio. En estos años me ofrecieron muchas cosas, pero no me cerraban porque no las sentía mías.
–¿Por eso la necesidad de abrir su propia productora?
–Armé una productora con gente que yo tenía ganas de laburar. Con Mariano Chihade nos conocemos desde hace tiempo y siempre habíamos tenido ganas de hacer algo juntos. Y con Juan Cruiz Avila pintó buena onda y creíamos que éste era el momento para abrir una productora. Todos estábamos cómodos trabajando donde los hacíamos, pero nos jugamos a abrir Mandarina. Los tres pensamos de manera similar: somos de la misma generación y tenemos una visión parecida de la tele. La única filosofía de la productora es que la gente que trabaje se pueda sentir con la comodidad con la que a nosotros nos hubiera gustado sentirnos trabajando para otros.
–¿Eso quiere decir que trabajando para otros no se sentía cómodo?
–No es que no me sentía cómodo. Pero hacía los programas con un grupo de gente que no elegía, sino que formaban parte de la estructura de la productora en cuestión. En cambio, eso ahora lo puedo manejar. Me vaya bien o mal, yo siento que estoy laburando con la gente que quiero. No hay nada como producir el programa en el que ponés la cara. De esta manera, tenés el corte final del ciclo.
–Una libertad artística que conlleva una responsabilidad extra a la de la conducción.
–La responsabilidad es mayor. Pero no es lo mismo que no te vaya bien en algo que uno sentía que debía hacer a que te vaya mal en un programa que no sentías propio. La frustración en ese caso es doble. La tele es una lotería: uno no sabe qué es lo que puede gustar, pero sí puede elegir qué es lo que uno quiere hacer.
–Usted, Chihade y Avila transitan los 30. ¿Se van a limitar a realizar programas generacionales?
–Tenemos proyectos. Pero, en principio, vamos a hacer la gran Merlo: paso a paso. Estamos produciendo “¿Querés jugar?”, donde nos dimos el gusto y el riesgo de tener a Nicolás Repetto en un programa diario en Canal 13. Ahora producimos éste. Pero no apuntamos a hacer una megaproductora en la que nos coma el interés por hacer plata y tener edificio propio. El objetivo es tener pocos programas pero buenos, haciéndolos más artesanalmente: un buen programa va a llevar a otro y así. No queremos hacer programas porque pueden dar guita, sino ciclos que nos representen.
–“¿Querés jugar?” no parece incluirse en ese objetivo...
–Es un caso atípico. Vimos la posibilidad de producir a un tipo como Repetto y no lo dudamos. Más allá de las críticas a las que está expuesto, a veces exageradas por el tamaño de su figura, nadie puede dudar que es un tipo inquieto, en la búsqueda. Se podía haber quedado para siempre atado al formato “Sábado bus” y, sin embargo, se animó a cambiar.
Por el nombre y por su objeto, resulta inevitable asociar a “Argentinos por su nombre” con “Argentinos, somos como somos”. Pero Kusnetzoff marca diferencias. “Hay otra escenografía, otra gente y otros temas. Si el ciclo anterior hizo foco en cómo somos los argentinos, en éste buscamos abordar nuestra realidad cotidiana y llamarla por su nombre: tomar situaciones de la realidad y darle opinión. Vamos a tratar no sólo la cotidianeidad, sino también la realidad política, social, del espectáculo...”, detalla. Cruza de periodismo y humor, el ciclo tendrá como cronistas al mismo Kusnetzoff, junto a Carla Czudnowsky y Martín Ciccioli. Además, cuenta con la locución de Elizabeth Vernaci. “Por ahora se limitará a la locución de informes, pero queremos que tenga más participación. La vamos a ir convenciendo de a poco”, se entusiasma el conductor.
–Hijo de padres sexólogos y estudiante frustrado de psicología, ¿considera que a esta altura tiene una obsesión por “lo argentino”?
–No sé si llamarlo obsesión, pero sí un interés inacabable, por supuesto. Me interesa nuestra historia, lo que nos pasó, cómo nos ven de afuera y hasta cómo pensamos que somos y cómo creemos que nos ven. El interés por lo argentino es casi una inquietud genética: cuando vivía en Brasil, jugaba a reconocer a argentinos en Copacabana sólo por cómo estaban vestidos. O a los 11 años guardaba los diarios cuando Malvinas. Creo que mi acercamiento al periodismo surgió a partir de tratar de entendernos a nosotros mismos.
–Una tarea para nada fácil...
–La TV me permitió viajar por muchos países y siempre sentí que ser argentino estaba presente en mis coberturas, por tratar de imponerlo como tema o por la “discriminación” que sentía por ser de ese país desconocido para muchos. Trato de usar esa experiencia para hablar sobre lo que nos pasa. Cubrí varias cumbres iberoamericanas, muchas entregas de los Oscar, Emmy y Grammy, fui al Festival de Cannes, Venecia, todo el período de Menem, muchas elecciones... Todo lo que pasó en los últimos quince años. Parte de lo que pude aprender en la vida y televisivamente se condensa en la madurez con la que llego a este programa.
–¿Esa experiencia mediática le permite esbozar una definición más o menos certera del “ser argentino”?
–El ser argentino tiene dos extremos. Por un lado, se trata de un ser social de una practicidad envidiable: tiene la capacidad de adaptarse a cualquier tipo de crisis. No existen muchos países a los que les pase lo que nos sucede a menudo a nosotros, desde los sucesivos golpes militares hasta tener cinco presidentes en diez días o que los bancos expropien de ahorros de toda la vida. El argentino, dada su endeble realidad, se va acostumbrando a todo. Y eso, en vez de generar odio por el país que nos tocó en suerte, lo que produce es un sentido de arraigo mucho más profundo por nuestra tierra: hay un orgullo y un sentimiento de ser argentino muy fuerte. Por otro lado, está el argentino dirigente, el que nos gobernó y el que nos gobierna, que muchas veces avergüenza y condiciona el existir del argentino medio. Queremos contar muchas de esas cosas desde el humor.
–Trabajó en varios registros: fue productor, movilero, conductor, periodista, ahora productor. ¿En qué rol se siente más cómodo?
–Yo me siento y soy periodista. Nunca sentí que no hiciera periodismo, salvo cuando conduje los dos realities. Si yo hago una entrevista, más allá de que esté cruzada por el humor, lo que hago es periodismo. Yo siento el periodismo sin ataduras. No necesito tener un traje para ser periodista formal. Para mí, el mejor periodismo es el que pregunta de manera directa, yendo al choque, aun con humor. El humor permite decir cosas que de otra manera pueden sonar mucho más ofensivas, y hace más entretenido el contenido. Porque hacer TV es, básicamente, entretener al espectador. Y eso no se logra sólo con información y bajada de línea, sino también con humor. ¿De qué sirve informar y bajar línea si nadie te ve?
–¿Cuál es su límite a la hora de ironizar sobre la realidad?
–En mi caso, la AMIA, los desaparecidos, muertes, tragedias como la de Cromañón... Pero no porque me lo impongo, sino porque me sale naturalmente reírme del resto de las cosas y no de éstas. Por ejemplo, muchas de las cosas que surgieron en la cobertura en Israel no tienen humor. No trato de buscar el humor de manera forzada. Cuando aparece el humor en un informe, se da sólo. No trato de buscarlo. Si surge, bárbaro, y si no, a otra cosa.
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