Miércoles, 19 de septiembre de 2007 | Hoy
TELEVISION › OPINION
Por Eduardo Fabregat
“...we’re running out of time”.
La cavernosa, agotada voz del gran Kiefer Sutherland opera como una marca de identificación. Eso y el sonido del teléfono en CTU –un hit de la era ringtone–, y el tiránico reloj que marca las horas de la serie: como Gary Cooper en A la hora señalada, que también transcurría en tiempo real, Jack Bauer (James Bond, Jason Bourne, Jack Bauer... ¿es que los mejores héroes de acción siempre deben llevar las iniciales JB?) vive sitiado por el tiempo, y transmite esa angustia al espectador, haciendo imposible la visión nocturna de 24 a personas impresionables. Dice la leyenda que, al filmar la primera temporada, los productores decidieron cerrar el capítulo 12 con un alivio y un moño dramático, el rescate de Teri y Kim Bauer, un recurso por si la serie fracasaba y había que cancelarla antes de tiempo. Aunque es de suponer que los responsables sabían positivamente que 24 no podía fracasar.
24 es lo que es no sólo por su recurso narrativo base, los minutos como un goteo constante, el tiempo que se escurre mientras los giros narrativos cambian de villano cada tres o cuatro capítulos y Bauer y su gente corren sobre el filo de la navaja. La serie es una feroz lectura política –¿habrá un presidente menos parecido a George Bush Jr. que David Palmer?–, un buen resumen de los tiempos paranoicos post 11-S y hasta una gambeta al librito sagrado de los héroes televisivos. Lo dice Drazen ya en la temporada 1, cuando Kim defiende a su padre porque “es un buen hombre”, y el terrorista se ríe: “¿Bueno? No, querida, tu papá no es una buena persona”. El matiz que más impresiona de Jack no es su resistencia a la tortura, su velocidad de resolución, su dureza en situaciones límites o el cold turkey que arrastra en toda la tercera temporada: como dijo Drazen, que en paz descanse, Jack Bauer no es tan buena persona. Se sabe cuando amenaza a alguien con meterle una toalla por la garganta y sacarle el estómago por la boca, o cuando, presa de las circunstancias, gatilla sin dudar a la cabeza de su compañero Chase Edmunds. Pero es que para detener a los psicópatas hace falta algo más que un buen agente: hace falta otro psicópata. Uno más peligroso. Uno al que, una y otra vez, se le está terminando el tiempo.
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