Jueves, 4 de diciembre de 2008 | Hoy
Me he escapado del amor como he podido. Ahora
me persiguen por impago. En la unción
del sueño está la carne pero nunca es la que espero.
Mi padre era marinero y yo me pinto
anclas o delfines en los hombros, que fatalmente
se borran con el agua.
Había en mi cama al cumplir siete un obsequio,
amuleto de infancia con el tiempo. Hoy sobre la litera
deshecha del barco, el regalo de mi madre
tiene la precisión de un astrolabio:
un libro que anticipa Cómo jugar solo.
El trabajo en alta mar –es cierto–
ha moldeado mi cuerpo hasta volverlo
de algún modo una carnada. Cuando anclamos
en cualquier puerto de provincia, todos corren
a pescar la mercancía, tumulto
blanco de popeyes tras la presa.
En los cambios de guardia, la voz
del otro es un abrigo. Mientras habla
acomoda su cuerpo tan despacio
que parece una prenda
en el ténder implacable de la noche.
Ahora estoy solo y no salgo
ileso si te nombro. Los consejos de a bordo
valen poco cuando estoy fuera del agua.
¿De qué me sirve por las noches
tener la piel acostumbrada
al bravo sol del mediodía?
Bajo la superficie arrugada del agua
el amor de mi padre es un botín
incalculable.
Aquaman, de Hernán La Greca.
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