Viernes, 24 de diciembre de 2010 | Hoy
TEATRO
Por Marcela Ferradás *
Quiero recordar al artista y al amigo que se fue, que guardó silencio por casi tres años antes de partir. Alberto fue coherente hasta el final. Un actor descomunal, inteligente y sensible, un hombre involucrado con la realidad. Este artista impoluto –qué justa le queda la palabra– también fue niño, siempre. Fue el gran cazador de arañas pollito en Villa Giardino: armado con un palo larguísimo y con su sombrero a lo Piluso calzado en su pelada, conseguía sacar de nuestras habitaciones esos monstruos que nos acechaban en las noches de verano. Fue el aventurero que en la quebrada del Quilpo, mientras chapoteaba entre las piedras del río se sentía Robinson Crusoe. Fue el espectador ávido del teatro independiente que nos contaba, y donde descubría a un nuevo autor, un espacio, una actriz... No recibía en su casa, pero tenía su oficina en el bar de abajo: se sentaba a la mesa pegada a la barra, en la silla contra la pared, junto a la vidriera que da a Hipólito Yrigoyen. Si queríamos encontrarlo, sabíamos que estaba allí. Fue asiduo concurrente a las reuniones donde “el grupo del truco” jugaba al truco. Antes de las funciones, mientras estábamos en los camarines, siempre tenía un libro, un artículo o una película para comentar, recomendar, compartir, y un hecho de la realidad sobre el que opinar. El enseñaba fuera y dentro del escenario, sin saberlo. El daba ejemplo. Entonces, “si el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo”, yo me pregunto qué pasa, qué va a pasar ahora que murió un actor como Alberto Segado.
* Actriz.
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