“El gran chef siempre ha tenido algún rasgo de estafador, o de showman”, escribe Anthony Bourdain en su libro Sucios bocados. El título de esa crónica es sintomático: “¿Está matando la fama a los grandes chefs?”. Basta un zapping por canales como Sony, Glitz y Fox Life y comprobar la gula mediática. Hay programas para degustar lentamente (Sin Reservas; Taste It!, Dinner Impossible, Jamie’s 15 Minute Meals) y otros propios de la comilona más insana (Top Chef; Master Chef; Rocco’s Dinner Party; Man Vs. Food, Hell’s Kitchen). Cristóbal declara que no mira televisión, mientras que Calabrese y Quintiero destacan la labor de los dos mismos chefs: el mencionado Bourdain y Jamie Olivier. “A mí Bourdain me gusta por la data que maneja –dice Quintiero–, viaja, sabe, prueba y tiene un paladar de la puta madre. Y Olivier la rompió, vino a sacarle el acartonamiento a la chaqueta blanca, es un capo. Vas al Jamie’s Italian de Londres y es real, por la tele te vende todo el cuento de los libros y las revistas, pero es un tipo que a través de la comida genera un movimiento muy interesante”. Calabrese se aburre con aquellos programas que implican competencias de cocina: “Son un bluff, ahí sí es puro entretenimiento televisivo. Conozco muy bien la vida de un cocinero y cómo funciona un restaurante, es un pseudo –por no decir falso– reality. Jamie Olivier es todo lo contrario, descontracturado, ágil, un poco roñoso pero bueno, le pone esto, lo otro, es muy divertido”. ¿Hay algún riesgo de la moda gastronómica? Responde Quintiero: “Que cualquiera crea que puede hacer cualquier cosa y esté bueno. Hay que aprender, no hay que negar el pasado ni hablar mal, escuchar las viejas escuelas para elevar tu vuelo. Me acuerdo de cuando todo era comida fusión y terminó siendo confusión. Hay que aprovechar el momento para que sea salida laboral para los más jóvenes. Incluso puede que empieces por la cocina y termines siendo rockero”, se ríe.